*Por Guadi Calvo
Por extraño que pueda parecer, desde hace poco menos de un año, se está incrementando la presencia de Hungría en el Chad, dos naciones que, hasta ahora, mantenían vínculos todavía muchos más remotos que los cuatro mil kilómetros de distancia que, en línea recta, separan a Budapest de N’Djamena.
El vertiginoso acercamiento de Hungría al país saheliano se verifica con la apertura de una misión diplomática, la creación de un centro humanitario, además del envío de doscientos millones de dólares en ayuda sanitaria.
Aunque resta concretar la llegada de doscientos efectivos militares para colaborar con su lucha contra las khatibas integristas del Jama’at Nusrat al Islām wal Muslimeen (Grupo de Apoyo al Islām y a los musulmanes, JNIM), la franquicia de al-Qaeda, y el Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS), vinculados al Daesh, que desde hace ya más de una década asolan varias naciones del Sahel.
Los acuerdos entre ambas naciones se confirmaron con la visita en septiembre pasado del presidente chadiano, Mahamat Déby, a su par Viktor Orbán. La crisis de seguridad regional derivó en que, desde el 2020, se produjeran tres golpes de Estado en las naciones más afectadas: Malí, Burkina Faso y Níger. Lo que produjo una profunda reconfiguración en el alineamiento internacional de esas tres naciones, que terminaron con las omnímodas presencias de Francia, la ex potencia colonial regente hasta 1960, y de los Estados Unidos, que la había sucedido en el control regional.
Esta nueva ecuación ha abierto cambios drásticos en el Sahel, ya que China, como potencia económica; Rusia, como potencia militar; e incluso Irán, como un nuevo socio comercial, ha puesto en alarma a Occidente. Por lo tanto, ahora se observa con mucho detalle al Chad, un país con grandes yacimientos de uranio y petróleo, que, siguiendo los nuevos vientos de la región, no solo aparece alejándose de Francia, sino que en abril pasado ordenó el retiro del centenar de efectivos norteamericanos destacados en su territorio.
Un dato nada menor si se tiene en cuenta que Chad, en su momento, fue el elegido por la antigua metrópoli para ocupar el puesto de gendarme regional, cuando en los años sesenta, tras la derrota en Indochina y Argelia, debió abandonar su rol imperial, otorgando la independencia a todas sus colonias africanas y, de alguna manera, cediendo el mando a los Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría, que libraba con la Unión Soviética a nivel global.
Los acuerdos entre el Primer Ministro Orbán y el presidente Déby no han pasado desapercibidos para quienes siguen con detalle lo que sucede en la inestable región del Sahel, entre los que, claro, se cuenta la inteligencia francesa y la norteamericana, que están utilizando a los grupos takfiristas para golpear los gobiernos “díscolos”. Sino que también, como en el caso de Malí, alienta a los sectores separatistas de la comunidad tuareg en el norte, que incluso están siendo apoyados con armas y efectivos por Ucrania, que intenta trasladar su guerra con Rusia a esa región, ya que Moscú colabora con Bamako en su guerra contra el terrorismo integrista.
En este desembarco de naciones de segundo orden europeo (Ucrania y Hungría) en África, y particularmente en el disputado Sahel, no ha dejado de llamar la atención de aquellos que siguen la evolución de la crítica situación económica y de seguridad de esa región, la rutilante aparición de Hungría, considerado entre los países más pobres del continente europeo, que hasta hace pocos meses no tenía presencia económica ni cultural en Chad, ni en ninguna otra nación saheliana.
Según Viktor Orbán, su disposición a ayudar a Chad, entre otros factores, radica en la necesidad que tiene la Comunidad Europea (CE) de participar de modo más activo en la crítica situación social, agravada por la crisis económica y de seguridad que están obligando a cientos de miles de sus ciudadanos a abandonar sus países e intentar migrar principalmente a Europa.
Chad, dada su ubicación geográfica, se ha convertido en la primera gran escala antes de Libia o Túnez, ya que en este país convergen importantes rutas migratorias provenientes de diversos lugares del continente. Para asistir tanto a locales como migrantes, han sido destinadas las inversiones húngaras, a cargo de la agencia de ayuda estatal Hungary Helps. Además de un centro humanitario en N’Djamena, la capital chadiana, y ayuda a los sectores agrícola y educativo.
Chad, más allá de la crítica situación económica, que, con sus casi dieciocho millones de habitantes, está entre las cinco naciones más pobres del mundo, a pesar de sus multimillonarias reservas de diversos minerales, empujada por la sobreexplotación francesa y la corrupción de sus sucesivos gobiernos.
Su realidad se agrava por el accionar de los grupos terroristas, que asolan desde el noroeste los grupos pertenecientes a al-Qaeda y el Daesh, y en el sudoeste, en la región del Lago del Chad, las frecuentes acciones de los nigerianos de Boko Haram y del Estado Islámico en África Occidental (ISWAP).
Mientras tanto, hacia el este, en la frontera con Sudán, se han instalado cerca de un millón de refugiados que escapan de la guerra civil de su país, complicando las economías locales; mientras que, desde la República Centroafricana (RCA), se filtran militantes de la Agrupación Popular por la Justicia y la Igualdad de Chad (RPJE, por sus siglas en francés) que pretende tomar el poder, enfrentando al gobierno del presidente Déby, como en su momento lo hicieron con el gobierno de su padre, el general Idriss Déby, quien murió en 2021 combatiendo contra otro de los grupos insurgentes más poderosos, el Frente para la Alternancia y la Concordia en Tchad (FACT).
Demasiado lejos de casa
Muchos se preguntan cuál es la verdadera razón por la que el Primer Ministro Viktor Orbán se encuentra operando tan lejos, más allá de las excusas humanitarias que está articulando. El anunciado envío de doscientos militares para colaborar con Chad en su guerra contra el terrorismo, si se lo pone en perspectiva, es casi ridículo.
Chad tiene un territorio dos veces del tamaño de Francia y casi catorce veces más grande que Hungría; cuenta con uno de los ejércitos más poderosos del continente y, si apenas alcanza a repeler las operaciones terroristas, dos centenares de combatientes que no conocen su geografía ni la mecánica de ese tipo de guerra, donde han fracasado el ejército francés y el estadounidense, mucho mejor preparados y con una larga experiencia en el territorio, será una carnicería para los húngaros.
Orbán, con esta jugada, pretende poner un pie en África, utilizando las normas de la Unión Europea que permiten a sus miembros entregar fondos y ayuda militar a otros países. Gran parte de los recursos del Fondo Europeo de Ayuda a la Paz, creado en 2021, es lo que se ha destinado a Ucrania en la guerra contra Rusia. Una decisión de la que Orbán ha estado en contra al punto de haber conseguido bloquear que otros fondos sean destinados a Kiev.
*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.