Resistir al transhumanismo

*Por Francisco Pestanha

La mayoría de los científicos coinciden en que en tiempo no muy lejano, diez a veinte años estiman, existirán —tecnología cuántica mediante— computadoras capaces de «pensar por sí mismas y pensarse a sí mismas» cuanto menos en múltiples aspectos.

Eso por lógica coloca a una ínfima porción privilegiada de la humanidad, los nubelistas o dueños de la nube (tecnólogos multitrillonarios) en un rol de «deidad» en términos de Yuval Harari porque, de alguna manera, es la primera vez que el ser humano se encuentra a sí mismo facultado para crear plena y artificialmente a un otro provisto de inteligencia.

Dicho esto, se abren interrogantes éticos tales como si la capacidad de aportar inteligencia a un ente supone de suyo la creación de la vida. Un caracol es menos inteligente que un delfín, pero ninguno supera al otro como sustancia individual de naturaleza sensible. El ser humano los rebasa por mucho, dada su condición se sustancia individual de naturaleza racional.

¿En qué condición quedará la IA al tiempo que es pensada y creada como individuo racional, dotada de la cualidad sensitiva de humanos y animales, pero que, además, cuenta con una inteligencia geométricamente superior en capacidad y velocidad? ¿Es la inteligencia la que determina la vida? la respuesta inmediata parecería ser negativa, como tampoco podemos afirmar que —como en el caso del caracol— la vida haga lo propio con la inteligencia.

Alguien podrá decir que una IA no cuenta con verdaderas emociones, menos aún con empatía, ya que estas son simuladas para la adecuada interacción con la persona; justo igual como lo hace un psicópata y, en su condición de tal, ¿qué lo hace distinto a la primera? O dicho de otro modo, carente de emociones: ¿tiene menos «vida» que otro ser vivo? Más aún, un perro capaz de quedarse al lado de su amo hasta la muerte ¿no es más humano que un psicópata?

Estos nuevos entes artificiales han sido creados, cuentan con inteligencia, empatía, memoria, lenguaje, entendimiento, voluntad, creatividad y, eventualmente, autoconsciencia —más de lo que podríamos pedirle al caracol, al delfín o, incluso, a algunos seres humanos— entonces: ¿Serán considerados alguna vez por ello seres vivos? Vernor Vinge ha propuesto que la autoconsciencia de estos entes artificiales podría ser plena en poco tiempo. El acontecimiento previsto ha sido llamado de modo inquietante por algunos científicos «Singularidad 2030».

Qué hacer ante tal incertidumbre desde la periferia en tiempos que desde el poder se promueve aceleradamente un transhumanismo que amenaza justificar dispositivos tecnológicos que lejos de ser neutrales, constituyen herramientas de alienación. Entre otras «los transhumanistas defienden el derecho moral de aquellos que deseen utilizar la tecnología para ampliar sus capacidades mentales y físicas y para mejorar su control sobre sus propias vidas».

También pueden leerse ideas tales como: «Prevemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento, y nuestro confinamiento al planeta Tierra». Incertidumbres que dan paso a otras ya que, entre tantas omisiones, evitan definir aquello que llaman «psicología indeseable».

Hubo un par generaciones antes que la nuestra que se encontraron ante un desafío similar. Aquella vez el antagonista no fue el transhumanismo, sino el brutal «materialismo en su múltiples» vertientes. Dicha generación al mirar el laberinto «marechealmente» desde arriba pero con un pie en el mismo, hubo de llevar a cabo una serie de transformaciones en nuestra realidad bajo la bandera del Humanismo.

Ellas, las generaciones que pre constituyeron al peronismo fueron capaces de generar dispositivos teóricos, prácticos y técnicos., formaron la militancia necesaria, crearon su propio arte expresándose en la plástica y en la poesía así como las “mas” diversas manifestaciones de resistencia constructiva.

Si aquel antídoto creado por el peronismo de aquella época pudo neutralizar tantas incertidumbres, ¿serán capaces sus descendientes de reintegrar la realidad atomizada y regenerarse como usina de esperanza —superando la mera estrategia tecnológica—, aportando continencia filosófico-intelectual a una personalidad humana en difuminación, que parece disolverse en la «red»?

 

 

 

*Escritor y ensayista. Docente universitario en la Universidad Nacional de Lanús, referente del pensamiento nacional.

 

 

 

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