*Por Guadi Calvo
A nadie puede sorprender que, al mismo ritmo que los gobiernos revolucionarios del Sahel Central (Burkina Faso, Mali y Níger), cuyas juntas militares, tras derrocar gobiernos procolonialistas, han coincidido en expulsar de sus territorios las misiones militares de Francia, Estados Unidos y las Naciones Unidas, la actividad de las khatibas, subscritas al Daesh y al-Qaeda, se incrementa mes tras mes.
Esta coincidencia radica no en la ida de las tropas imperiales, sino en la ampliación del financiamiento y asistencia que los enemigos de las juntas están brindando a los terroristas, como la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), siguiendo la hoja de ruta de las inteligencias norteamericana y francesa.
Si bien el surgimiento del terrorismo islámico, como lo conocemos en la actualidad, data de los años de la última Guerra Civil de Argelia (1991-2002), el ejército nacional argelino y el Frente Islámico de Salvación (FIS), alentado por cientos de veteranos argelinos que habían participado en la guerra antisoviética de Afganistán, retornaban a su país con el objetivo de extender la yihad.
Desde el final de la guerra en Argelia, los “afganos”, como se conoce en el continente a todos aquellos combatientes africanos que viajaron a Afganistán para incorporarse a la guerra, se mantuvieron en estado latente, militando, fundando organizaciones y creando las condiciones para encender el continente. Realizaron algunas operaciones para calentar el músculo, a la espera de que se dieran las condiciones para iniciar su “guerra santa”.
Lo que recién se dio a comienzos del 2011 con la Primavera Árabe, movimiento alentado por Estados Unidos y Francia. Que enseguida, con el guiño del Pentágono y las Naciones Unidas, las monarquías del Golfo Pérsico comenzaran la contratación de miles de muyahidines de todos los rincones del mundo islámico para lanzarlos exclusivamente contra los gobiernos de Libia y Siria.
Desde entonces, la historia es tan conocida como sangrienta. La aparición de muchos de estos terroristas en el norte de Mali, los que Francia distrajo de la guerra contra el Coronel Gaddafi, para abortar la rebelión Tuareg de abril del 2012, operación que finalmente dio inicio a la actual situación del Sahel y que con los años se ha extendido a otras regiones del continente, como el Golfo de Guinea y algunos países de África oriental.
Es esta expansión, que finalmente se terminó escapando del control de sus creadores, Washington, Londres y París, lo que ha facilitado el aumento de la presencia militar occidental en la región. Aplicando hasta el hartazgo la cantinela de la lucha contra el terrorismo, aunque en realidad estaban allí, en el Sahel Central, para proteger los intereses de sus empresas. Mientras que fuera de esos aros de seguridad, dejaron actuar con absoluta libertad a las khatibas integristas, beneficiando mediáticamente a las fuerzas de ocupación occidentales para justificar su presencia.
Esas presencias, más allá de lo militar, han tenido una fortísima injerencia política, la cual nunca había cesado desde los tiempos coloniales, hacia el interior de esos gobiernos, siempre débiles. Esto los llevaba por ruinosos caminos económicos basados en el endeudamiento y “alianzas” para la explotación de sus recursos naturales, cuyos resultados solo beneficiaban a las élites corruptas de esos países y, por supuesto, a las empresas extranjeras que llegaban con acuerdos leoninos y protección garantizada.
Las recientes expulsiones decididas por las juntas gobernantes, que desde el 2021 se comenzaron a establecer en el Sahel, modificando la matriz colonial francesa, hacen que la vieja Metrópoli se encuentre recurriendo a sus viejos métodos de dominación, que consisten en fomentar las divisiones internas. Además, en estos tiempos se agrega el plus de las khatibas terroristas, que al parecer operan sin control en la región.
Si bien la franquicia del Daesh para esa región, el Sahil Wilayat (Estado Islámico para el Gran Sahara (EIGS)), ha estado operando de manera incesante desde el 2015 en esa geografía, protagonizando incontables ataques tanto contra los ejércitos de las tres naciones apuntadas como contra la población civil en aldeas, ciudades, rutas, procesiones religiosas y mercados, es el Jama’at Nusrat al-Islām wal Muslimeen (Grupo de Apoyo del Islām y los Musulmanes (JNIM)) la fracción de al-Qaeda conformada en 2017, después de que media docena de grupos se unieran bajo un mando coordinado. Experimenta un crecimiento exponencial, también alentado por la desaparición de las fuerzas occidentales, que de manera furtiva colaboraron y colaboran desde siempre con los muyahidines.
En este contexto, es en el que se da el incremento de las operaciones del JNIM, que ha sido particularmente notorio a lo largo del décimo mes del calendario islámico o hijri, el Shawwal 1445 H, que coincidió este año entre el diez de abril y el ocho de mayo del calendario gregoriano, solo si se lo compara con el mes anterior, de Ramadán 1445 H, que este año comenzó el doce de marzo.
Según diversos análisis, las acciones del JNIM muestran que, a lo largo de este periodo, han registrado un aumento de emboscadas a convoyes militares, ocupaciones de pueblos y accidentes provocados por las famosas minas antipersonales, conocidas como artefactos explosivos improvisados (AEI), plantadas en rutas de alto tránsito.
En este último periodo analizado, el JNIM ha realizado tres ataques que provocaron la destrucción de más de sesenta motocicletas, además de diecisiete ocupaciones de localidades y la destrucción de una veintena de vehículos, entre los que se incluyen varios blindados del ejército; más de treinta incidentes con AEI, los cuales causaron cerca de ciento setenta muertos. Además, en estos hechos, el grupo incautó unas doscientas setenta armas, entre las que se incluye un mortero, quince vehículos y setenta y tres motos.
Mientras que, en el mes anterior, el de Ramadán, más allá de su condición de ser sagrado, lo que no interfiere en la yihad, se habían realizado dos emboscadas, unas quince localidades fueron ocupadas; se produjeron doce incidentes con AEI, dejando un total de ochenta y tres muertos, produciendo además la destrucción de veinticinco vehículos, entre ellos siete blindados.
Además del robo de un centenar y medio de armas de diferente tipo y calibre, nueve vehículos y diez motos. A lo que siempre se le debe sumar: el saqueo y destrucción de viviendas, el robo de granos y ganado. Mientras que todo lo que no pueda ser arrastrado por la embestida terrorista es destruido o incendiado, particularmente los pozos de agua, las bombas para su extracción, al igual que los generadores eléctricos.
En la guerra que, desde el 2012, se libra en el Sahel, las motos que han sido históricamente vitales para la movilidad tanto de civiles como de militares, han pasado a ser un elemento clave para la movilidad de los integristas, por lo que tanto el robo como la destrucción de estos vehículos tiene un sentido estratégico. Esta renovada capacidad de los grupos terroristas para llevar a cabo este tipo de ataques, cada vez más frecuentes y efectivos en una amplia zona, plantea a los jóvenes gobiernos del Sahel Central un desafío casi definitorio para su existencia.
La furia criminal
En este contexto es que se han ejecutado infinidad de matanzas, particularmente contra población civil, tanto en el norte de Mali como en el noreste de Burkina Faso. Hechos a los que la prensa internacional siempre achaca a los ejércitos locales, que, tras la ida de las fuerzas occidentales, están siendo acompañados por la empresa de seguridad rusa Wagner Group, ahora rebautizada como Africa Corp.
Según algunas ONGs vinculadas a intereses occidentales, a fines de abril último, efectivos del ejército burkinés habrían asesinado a más de 220 civiles, entre ellos niños, en dos ciudades de la provincia septentrional, acusados de colaborar con los grupos terroristas que operan en el área.
Tras la difusión radial de dicha matanza, prácticamente en el momento en que lo conocía el gobierno, por parte de la británica BBC y la norteamericana Voz de las Américas, el gobierno del coronel Paul Sandaogo Damiba suspendió la emisión de ambos medios, que tuvieron la información por parte de la ONG Human Rights Watch, con aceitados vínculos con la CIA.
Ataques similares al denunciado por HRW se reiteran en el norte y centro de Mali, responsabilizando absolutamente siempre a las Fuerzas Armadas de Mali (FAMa) y a la operadora de seguridad rusa Africa Corp, como si los terroristas utilizaran en sus ataques perfumados pétalos de rosas.
Sin tanta actividad terrorista como en Mali y Burkina Faso, en Níger, que se encuentra en plena disputa para que finalmente los Estados Unidos retiren la totalidad de sus efectivos (ver: Níger: La primera batalla del fin del mundo), las operaciones contra la junta del gobierno que tomó el poder en julio del año pasado las protagonizan países vecinos prooccidentales como Nigeria, que, tras el golpe en Níger, su presidente, Bola Thimbu, en ese momento también a cargo de la CEDEAO, en una irresponsable sobreactuación, estuvo al borde de iniciar una escalada militar, lo que fue desaconsejado por sus propios mandos militares.
En vista de que Nigeria no pudo convertirse en el espolón de proa, es ahora Benín quien está provocando a Niamey con el manejo de los pasos fronterizos sobre el río Níger, lo que impide las salidas de las exportaciones petroleras de Niamey. Al mismo tiempo, los militares nigerinos observan con particular atención a ese país debido a la presencia, no denunciada, de varias bases militares francesas, siempre tan dispuestas a intervenir en sus viejos dominios.
*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
24/5/2024