Opinión

“Quien aguanta es el que existe”

No hay mensajes o gestos inocentes en política. La conformación del proyecto civilizatorio liberal, que se esparció por América Latina desde la época de la colonia, estuvo signada por procesos culturales que instrumentaron una pedagogía de la dependencia sustentada sobre fundamentos ideológicos que posibilitaron la tergiversación de la historia, al mismo tiempo que se impuso el dominio material por encima de los valores humanos.

En una entrevista que brindó desde su encierro en Campo de Mayo, el genocida Jorge Rafael Videla afirmó: “Nuestro objetivo era disciplinar a una sociedad anarquizada; volverla a sus principios, a sus cauces naturales. Con respecto al peronismo, salir de esa visión populista, demagógica; con relación a la economía, ir a una economía de mercado, liberal. Un nuevo modelo económico, un cambio bastante radical. Queríamos también disciplinar al sindicalismo y al capitalismo prebendario”.

Hay una quimera de vanidades ideológicas que omite, coordinada y sistemáticamente, el hecho de que el Golpe de Estado fue dirigido, como toda la política liberal de mediados del siglo XX, a eliminar la obra de Perón. Esta no es una omisión casual o un simple error coyuntural. Negar al peronismo es la operación político-cultural que sostiene el andamiaje materialista con el que se subordinaba al país a los principios rectores de los mandantes del capital. La idea de disciplinamiento, también vigente hoy, concierne a las estructuras civilizatorias ya su falsa moralidad mítica.

El 15 de marzo de 1976, días antes del Golpe, en la Confederación General del Trabajo, la presidenta Isabel Perón denunció: “Quieren destruir al gobierno para voltear las chimeneas que levantó Perón, para destruir el país. Para que volvamos a ser lo que éramos hace 200 años, proveedores de materia prima con prohibición industrial y de valor agregado”. El efecto de tales palabras en la actualidad es lapidario. La ceguera ideológica imposibilitó escuchar las advertencias de ayer y las de hoy.

En Argentina, la violencia política se materializó como violencia económica, cultural, social y psicológica. El enemigo interno contó con cuadros intelectuales y políticos internos, que, con el retorno a la democracia, oficiaron de escribas de la verdad absoluta al servicio de los mismos agentes que propiciaron el Golpe. Es precisamente en este período donde se profundiza la continuidad del aparato estructural conformado para continuar la operación de la Dictadura: la disolución del peronismo.

Los sectores vinculados al montonerismo y la izquierda anti-nacional, en sintonía con la matriz de pensamiento sajón a través de distintas agencias de difusión, expandieron la idea de un peronismo sectarizado en dos corrientes antagónicas, lo que alimentó la idea de la conformación de la Triple A como una decisión del propio Perón a través de un personaje de menor valía como López Rega.

Se soslayó todo tipo de operación que llevaron en conjunto, por entonces, los servicios de inteligencia del Ejército y la CIA para conformar estructuras paramilitares que sembraron el caos y permitieron justificar la violencia extrema bajo el mote de “guerra contra la subversión”. La propaganda surtió su efecto, a tal punto que aún en la actualidad se deja de lado el martirio de Isabel Perón en manos de sus detractores y enemigos.

Una facción de la militancia “popular” tilda de reaccionarios a aquellos peronistas que reivindican a Isabel. La civilización impone su paradigma en términos de verdad absoluta como un virus orgánico que sirve al amo que dice combatir. La cristalización de las relaciones de poder se evidencia en la eficacia con la que una narrativa dislocada configura escenarios artificiales para disolver todo estado de conciencia latente o efectiva que sustenta la doctrina de liberación nacional.

Con esta misma solvencia, casi como si fuera un final de juego, los rudimentarios artilugios de la ornamenta civilizatoria del capital impusieron a Raúl Alfonsín como “padre de la democracia”. Esta operación oculta el protagonismo de la clase trabajadora en la resistencia a la Dictadura. No solo porque la mayoría de los desaparecidos fueron cuadros sindicales y de base política (lo que reafirma el objetivo de la Dictadura contra el peronismo), sino porque fue el Movimiento Obrero el que se puso al frente de la resistencia.

Los falsos profetas no son más que simples apóstatas que licuan sus ideas por un puñado de dólares. La obscena exhibición que nos toca presenciar en estos días ratifica el hecho sistemático de la tergiversación político-cultural y de dominación económica. La lumpenización de la política es una característica del régimen actual, pero encuentra sus raíces en el pasado. A 49 años del golpe del ’76, la base de fundamento del mismo sigue en pie.

Esto no es producto de la casualidad. El ataque contra la obra de Perón y contra la independencia nacional comenzó mucho antes. Los primeros antecedentes pueden rastrearse en el Libro Azul , pergeñado por la banda de facineros sajones que lideró el embajador del capital financiero y de Estados Unidos, Spruille Braden. Representante de los intereses de la Standard Oil en la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, fue el jefe de campaña de la oposición político-ideológica a la doctrina de Juan Domingo Perón.

Su estrategia fue, al igual que se repitió en los ’70, articular una campaña de desprestigio y de propaganda contra Perón. Su impronta antisindical aglutinó el apoyo de oligarcas conspicuos. Por aquel entonces, el presidente Franklin D. Roosevelt, a través del programa Servicio de Inteligencia Especial , desplegó por América Latina a agentes del FBI con el objetivo de que sostuvieran operaciones de espionaje sobre la política de países como Argentina, México, Brasil y Chile. La hipótesis era impedir la posible filtración nazi en la región.

Más adelante, con el fin de la Segunda Guerra, el director del FBI, Edgar Hoover, dispuso todo el aparato de inteligencia para enfrentar a un nuevo enemigo internacional: el comunismo. De ahí en más, sería la CIA la que empezaría a operar en la región con agentes infiltrados en las estructuras políticas para gestar la caída de gobiernos populares que tendían a la liberación. Parte de ello, como dijimos, se plasmó en el Libro Azul de la embajada de Estados Unidos.

Kelly Olmos, como Daniel Romero, desde el Instituto de Actualización y Formación Política, describirán que esta campaña contó con el apoyo de “prestigiosos y encumbrados académicos de las ciencias sociales que fueron cómplices directos de la campaña de Braden como parte de la Unión Democrática, como de publicistas y políticos que repiten acríticamente estos clichés con el objetivo de descalificar la lucha por la justicia social que encarna el justicialismo”.

En 1955, los enemigos de Perón y de Argentina bombardearon la Plaza de Mayo. Mataron a más de 300 personas y dejaron alrededor de 1.200 heridos. Ese ataque puso en evidencia el plan real de las fuerzas que coaccionaban contra los intereses argentinos y las organizaciones libres del pueblo. Ayer, como hoy, el discurso era el mismo: todo acto de piratería se realizó en nombre de la libertad, que no es más que la libertad de mercado.

Mirando los ’70, el dirigente y referente peronista Carlos “Pancho” Gaitán, en su libro La Resistencia , afirmó que “los militares, insisto en esto, son los que organizaron lo que se llamó Triple A o Acción Anticomunista Argentina, y que en Córdoba, o sea en el ámbito del 3° Cuerpo del Ejército que comandaba el General Luciano Benjamín Menéndez, se llamaba Comando Libertadores de América, lo que demuestra que no había un solo equipo y aquí, la jefatura y la dependencia, estaban claramente establecidas”.

Gaitán hace un aporte valioso porque sostiene que la Triple A comenzó a operar durante el gobierno de Onganía. Para él, “la Triple A es sólo la continuidad de ese proceso de represión paramilitar con asesoramiento de los franceses”. En su narración, pone de manifiesto distintos hechos que refuerzan su argumento. De este modo, se da por tierra con el operativo que desliza la campaña difamatoria contra Perón por derecha y por izquierda.

La puesta en escena de la propaganda antiperonista cuenta con avales de la infiltración ideológica dentro del Movimiento. Los cuadros formados en el advenimiento del progresismo liberal del nuevo siglo compraron la versión gorila de la historia, propulsada por agentes que, durante el último gobierno de Perón, se alejaron del conductor para establecer un dogma propio, esclarecido y sectario, que fue funcional a la fragmentación del peronismo y orgánico con el régimen liberal.

Vale recordar que Perón siempre fue un hombre de paz. Entre la sangre y el tiempo, se inclinó por este último factor como modo de protección de la vida de millones de compatriotas. Es posible que esta decisión incomode a los revolucionarios de tesinas académicas. Lo cierto es que, aun así, los muertos siempre son velados en el campo popular.

A 49 años del golpe militar contra el peronismo, el punto de inflexión actual parece ser el despliegue represivo del pasado 12 de marzo, en el marco de la multitudinaria marcha en apoyo a los jubilados. Allí, las fuerzas represivas atacaron a las Organizaciones Libres del Pueblo y a quienes se manifestaban de manera inorgánica, bajo las mismas consignas que movilizaron a los militares antiargentinos del ’76. No es curioso que se repitan los viejos estigmas si quien comanda a los grupos violentos es Patricia Bullrich.

“Yo quisiera preguntarles, compañeros, si ustedes recuerdan o saben cómo era la Argentina antes de Perón. Ustedes saben, como yo, que era un país sin justicia social, con campos y vacas. El General Perón trajo al país la justicia y las chimeneas. Hoy los traidores y la sinarquía—porque también esto se está moviendo desde afuera—quieren acabar con el pueblo y voltear las chimeneas para que la Argentina vuelva a ser solo campo y vacas”, Isabel Perón, julio de 1975.

Los dueños del capital suelen creer que pueden tenerlo todo; eso repercute en las cabezas colonizadas como un eco abrumador que perturba al mismo que dirige el sueño del Buen Salvaje. Pero la realidad, como la verdad, es otra cosa. Lo material carece de historia y, por más que tenga peso simbólico, no posee fuerza vital. Por eso, el proyecto civilizatorio del liberalismo es violento: no puede expresarse de otra manera de acuerdo con sus límites y a pesar de la responsabilidad contractualista que pretende ostentar.

La parcialidad histórica encuentra resonancia en la pedagogía del centro. Lo curioso es que, a los ojos de un buen observador, la historia refuerza el carácter revolucionario del peronismo. Esa impronta volvió a manifestarse el pasado 12 de marzo, cuando quienes se pusieron al frente de la resistencia fueron dirigentes sindicales y trabajadores que asumieron el Nunca Más como un mandato ético.

¿Nos conocemos? ¿Nos comprendemos? En principio, al encontrarnos en cada marcha por la resistencia, la respuesta se esgrime como una afirmación. No obstante, en un mundo tan circular como complejo, persiste la desconfianza. Entonces, surge la duda. Por momentos, nos olvidamos de ser nosotros mismos; es que nos contaron tanto sobre lo que no somos que nos internamos en yeguas tempestosas solo por el mero placer de yacer en la confusión. Pero lo que es, está, y no se puede negar.

“¿Por qué falsear?, si ser uno es ganar¿Por qué engañarse y mentirse?Sé vos, nomás, y al mundo salvarásAunque muchos lo hagan difícil” *

 

 

*Se vos, fragmento. Claudio Rosano Marciello / Ricardo Horacio Iorio.

 

 

26/3/2025

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