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¿Qué es el amor? El amor es un golazo

Por Gustavo Ramírez

El Dios mundano de los humildes, el descamisado de Fiorito, dio vida a los barrios del país con una finta furtiva que se tatuó a fuego en la humanidad de cada uno de nosotros, los mortales. Ese 22 de junio, mientras en el salón principal del Club Zárate, en La Boca, nos abrazábamos con la garganta en carne viva, por el grito de gol que no se ahogaba, la Tierra latió como nunca y la historia se rindió a los pies de los más pobres del orbe.

Si, no importa la racionalidad de los fríos análisis sociológicos. Maradona venció al imperio y nos redimía como habíamos soñado. El Negro Enrique se la dio y entonces el tiempo se detuvo. Nuestros corazones latían feroces y en cámara lenta. Los blanquitos sajones iban quedaban derrotados a sus pies, mientras ella no se separaba de él, porque entonces la pelota se enamoró irremediablemente y lo siguió hasta el final, sin defraudarlo. Y él, estoico, a puro matecocido, con olor a villa, con barro en el alma, cruzó el océano de la indiferencia y sublevó el subsuelo de la patria.

Maradona dejó de ser de nosotros y se convirtió en Nosotros. Ahí, ahora. Entonces todos los gritos se hicieron uno, porque el grito de gol, el grito de gol libera. ¿Qué es la poesía popular? El segundo gol de Maradona a los ingleses. ¿Qué es la teología del pueblo? El segundo gol de Diego a los ingleses. ¿Qué es la esperanza? El segundo gol de Diego a los ingleses.

Y en medio de ese barullo multitudinario, donde el mundo explotó, existió un fragmento de silencio iluminado, donde cada uno de nosotros filmó su propia película, sacó su propia foto, guardó su propia lágrima. Entonces, todos hicimos historia al fundirnos en una abrazo que nos hizo recuperar la memoria colectiva. Fuimos un Nosotros enorme e interminable cuando ella, la pelota, cruzó furtiva, determinada, segura, la línea de cal, después de la caricia mística de la zurda inigualable. La leyenda nos pertenecía, era nuestra. Éramos por fin nosotros. La historia estaba haciendo justicia.

Luego, cuando todo se descongeló, lo vimos a él. Con el puño en alto, mirando a la tribuna. Con Burruchaga sonriendo como un nene, como ese pibe que en el potrero del barrio relata su propia épica mientras deja retazos de sus sueños en cada gambeta. “El puño apretado” y la emoción desbordada.

No es increíble, pero al escribir estas líneas las lágrimas no le dan permiso a las palabras para ganar terreno. Emergen recuerdos de amigos que estaban ese 22 de junio a mi lado y ya no están, y en cada oración que se conjuga con el llanto, ellos vuelven a abrazarme. ¿Cómo explicar que Maradona, Diego, es algo más que un jugador de fútbol? Pero Diego no se explica, Diego se ama. La escritura no puede ser coherente al rememorar ese gol, porque Diego al humanizarnos nos obligó a desprendernos de cualquier fría y superficial racionalidad.

Lo loco, extraño, metafísico, es que Diego también está acá, a mi lado, mirando como escribo este que no se si es un desahogo, un homenaje o un una confesión. ¿Se entiende? Diego no es un fantasma del pasado, es la hermandad del presente, esa solidaridad humana que nos funde en una religiosidad inexplicable. Es puro sentir, y sí, las palabras van a llorar. No hay otra.

Probá: Escribí o decí Maradona y vas a sentir como entra en tu cuerpo un sin números de sensaciones que te van a atravesar de una manera tan humana que no vas a poder evitar sentir que estas vivo. Eso, eso es amor. El amor que solo tiene comparación, por ejemplo, con el amor que Evita siente por nosotros. Evita y Maradona. Y ahí vamos a remontar vuelo. Dale, vení, volá “barrilete cósmico”.

Es que también ese segundo gol a los ingleses,  a las 16:09 del 22 junio, nos llevó a ver al mundo desde nuestra humildad, con el estar nacional a flor de piel. No como un sustantivo vacío y un verbo inerte, sino desde la pureza del amor incondicional a lo que uno es en relación con el conjunto. Ese imperecedero nosotros.

¿Entendés? Nosotros. Sin tiempo. Ahí. Ahí apretándonos mientras él agarra la pelota en el medio de la cancha, y la va llevando al compás de una música imperceptible, y la acaricia, suave, delicadamente, la ama, nos ama. Deja todo y ellos caen a su lado, y nosotros nos vamos estremeciendo, nos movemos de nuestras sillas, todos con la boca abierta, el corazón va saltar del pecho.

Shilton y su corona son humillados, se desparrama en el verde y cálido césped del Azteca y la zurda le da un beso de despedida a ella que se aleja sensual hacia el principio de la historia. Porque allí nada terminó y todo empezó. Y nosotros, nos arrojamos al viento y gritamos y no paramos de gritar, y no vamos a parar de gritar. SOMOS GIGANTES E INMORTALES, y puteamos y volvemos a putear de alegría. ¿Entendés? Somos argentinos, la concha de su madre.

Y nos miramos, todos estamos llorando. Son las lágrimas del principio de los tiempos. Y saltamos, salimos a la calle, nos abrazamos con desconocidos. Y no paramos de gritar. La felicidad es nuestra y nadie nos la va a sacar, pero es nuestra porque él, él es uno de nosotros. Es negro, descamisado, irresponsable, rebelde, indomable, villero, peronista y nos ama y lo amamos.

¿ Qué es el amor? El amor es un golazo.

 

 

22/6/2021

 

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