Hace algo menos de 20 años sostuve en un breve ensayo, que don Arturo Jauretche en manera alguna fue un ‘polemista’. Muy por el contrario, alegué en tal oportunidad que el linqueño fue un «hombre de ideas nacionales» que «eventualmente» recurrió a la polémica como armamento dialéctico orientado hacia un fin determinado: «despejar o despabilar conciencias», es decir, «estimular los dispositivos de una de las 7 dimensiones del pensamiento nacional; la autorreflexión» (entendiendo por ella las estructuras autónomas de reflexión) entorpecidos por diversos artilugios provenientes del coloniaje cultural y pedagógico.
Manifesté además que la motivación principal de tal estrategia era el afecto a sus paisanos, tal cual él mismo lo testificara: «…cuando ataco a un hombre concreto, no es que lo malquiera: es que quiero a mis paisanos y, por amor a ellos, tengo que cumplir esta labor ingrata que me cierra tantas puertas y me junta enemigos en un arte como el de la política, que consiste en hacer amigos».
El antiquísimo arte de la polémica constituye uno de los instrumentos más valiosos a los que puede apelarse en tiempos de fuerte inducción hacia la alienación colonial, ya que, como arte que enseña los procedimientos de ataque y defensa y como recurso controversial por excelencia, tiende a despertar pasiones, las que posteriormente posibilitan rehabilitar estados de autoconciencia (otra de las 7 dimensiones del pensamiento nacional). Jauretche era perfectamente consciente del poderoso efecto de este recurso y en su época no dudó un ápice en utilizarla con dos propósitos definidos: mejorar la calidad del debate y, por supuesto, «avivar y avispar zonzos y zonzas».
No obstante, no debemos confundir el arte de la polémica, que promueve el debate y discusión de ideas, con la «violencia verbal», la que en vez de potenciar el debate público, deteriora o elimina el diálogo, ya que persigue lacerar o lesionar y no se encuentra motivada por el amor, sino – entre otras – por la intención de causar daño, por una exaltación destructiva, por la Intimidación o la perversión.
Mientras la polémica entonces se centra sobre ideas y contenidos, fomentando la reflexión, y la violencia se dirige hacia las personas, a fin de afectar esencialmente su dignidad. En tiempos en que, desde las más altas esferas del gobierno y del poder, se apela cotidianamente a la intimidación y a la amenaza, potenciadas por las redes y otros dispositivos que fomentan la despersonalización, la desinhibición, la ansiedad, la depresión y la autoestima, la respuesta a tales ataques debe, necesariamente, recurrirse a herramientas efectivas como aquellas que permitieron a nuestros maestros perforar el muro de la necedad y del odio, que en manera alguna emulen la malignidad libertaria.
*Escritor, ensayista, Docente Universitario y referente del pensamiento nacional.