Opinión

Paro General: La vigencia de la CGT

Por Gustavo Ramírez

En las últimas horas, el gobierno se enteró de que existe una realidad concreta que no se puede refutar con la inmaterialidad que recorre las redes sociales. El espacio virtual no alcanza a dimensionar lo que ocurre en el amplio espectro social, al que Milei suele dejar de lado menoscabándolo, incluso intelectualmente.

Al mismo tiempo, el oficialismo se anotició sobre la existencia de factores de poder a los cuales subestimó, más allá de estar advertido. La fuerza del Movimiento Obrero argentino suele pronunciarse con una contundencia abrumadora, desestabilizando a los imperativos categóricos que solo se sustentan por el entramado del sentido común.

Frente al deterioro económico de la mayor parte de la población, las cargas de TikTok se desactualizan a la misma velocidad con la que se impone el ajuste. Del mismo modo, el gobierno no toma nota sobre aspectos sintomáticos que comienzan a evidenciarse en la calle: el cambio de humor social. La sustentación del caudal de votos puede diluirse velozmente, por más que el discurso del gobierno pretenda culpabilizar al pasado reciente sobre hechos presentes.

Lo que se evidencia con el plan de lucha plasmado por la Confederación General del Trabajo, que se inició a principios de año, es que la legitimidad social de Milei se horada con las medidas económicas que toma su gobierno. Aquella primera simpatía por el demonio, expresada en el proceso electoral, se comienza a transformar en un notorio malestar. El gobierno no se enfoca: los números le tienen que cerrar a la población y no al contador del gabinete.

El paro del último 9 de mayo fue tan contundente como efectivo. La actividad se redujo a una mínima expresión y produjo un cimbronazo interno. Dolió ayer y duele hoy. Por eso es importante comprender la importancia del pensamiento táctico de la conducción de la CGT. No correr detrás de la urgencia de sectores que han apostado a la comodidad que sugiere el derrotismo. Pero del mismo modo, consolidar una agenda práctica que permita la alineación y el ordenamiento hacia adentro del Movimiento Obrero. Una vez más, la conducción sindical asume la responsabilidad histórica de proteger al trabajo por sobre los intereses del capital, pero al mismo tiempo establece una agenda propositiva.

 

El efecto de la huelga se palpó cuando, a media mañana, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, adicta al ridículo político permanente, improvisó una conferencia de prensa en Plaza Constitución para no decir nada. En realidad, esta es una constante del gobierno: cada mensaje que emite está vacío de contenido. No le importa sostener una narrativa, más allá de la violencia discursiva que ejerce contra sus adversarios políticos. No le interesan las palabras, tampoco la veracidad que las mismas pueden sostener. Importan los números. Suma cero.

La medida de fuerza también descolocó a “inciertos” comunicadores mediáticos. La pretensión, velada o no, de deslegitimar la medida se difuminó con el correr de las horas. El paro fue tan fuerte que noteros y comentaristas tuvieron que cambiar la perspectiva. Las producciones se alistaron en el ejército ideológico que apunta al descrédito del sindicalismo y, otra vez, cayeron con facilidad en la trampa de hablar en nombre de una representación que no tienen.

Los dirigentes sindicales gozan de buena salud y sus bases les responden. Por la noche, con el paro ya consumado como hecho político e histórico, el conductor de Duro de Domar, Pablo Duggan, afirmó con liviandad supina que la huelga la había ganado la gente. La afirmación no es casual. Los agentes del régimen liberal y propagadores de su propaganda operan sistemáticamente contra las organizaciones libres del pueblo porque las consideran parte de una estructura que debe estar siempre subordinada al poder político. Ello evidencia, asimismo, la falta de comprensión del peronismo en perspectiva histórica, pero también conceptual.

Resulta importante detenernos en un detalle que suele pasar desapercibido y que nos lo hizo notar una fuente de militancia: propios y extraños han reducido al peronismo a la expresión simplificada y sectorial del kirchnerismo. Esa idea encapota toda lectura de la realidad y ampara en su presunción ideológica la connotación “gorila” y anti-nacional, pero sobre todo anti-pueblo. La indignación moral “progresista” es también reaccionaria.

Por estos días se pondera más el desquicio presidencial que a la organización popular. No es nuevo. Hace tiempo que ocurre lo mismo. Vende más presentar a Milei como un fenómeno social inaprehensible que detenerse a observar, para comprender en profundidad, la importancia que adquiere en Argentina el Movimiento Obrero Organizado, así como también la organización popular. Hay una distorsión permanente de los rasgos programáticos, estratégicos y sus marcos conceptuales, cuando se pretende analizar la realidad actual con aire de superioridad moral e intelectual.

En esta lógica de descrédito permanente de las fuerzas populares se asienta la idea de que la derrota electoral se trasluce en derrota política. Se subestima a la clase trabajadora y a los más humildes. Esto no quiere decir que no existan sectores internos que hayan superado la contradicción coyuntural de identificarse con la organización de base pero terminar votando por la opción liberal. En todo caso, eso obedece a factores y variables socio-culturales a las que no se les presta debida atención desde el propio escenario nacional y popular.

No obstante, es menester identificar cómo se ejerce el poder social de las organizaciones sindicales. Las calles llenas en una movilización y las calles vacías en un paro general están unidas por el mismo vector: la organización, la unidad de concepción y de acción del Movimiento Obrero y, en este caso particular, de la CGT. Lo cual pone de manifiesto que la verdadera vocación burocrática no está en la fuerza popular, sino en aquellos que desde afuera apedrean a las organizaciones del pueblo y subestiman a los trabajadores.

Luego del paro general, el plan de lucha continúa. Eso molesta tanto para afuera como para adentro. La CGT, el sindicalismo, adquiere un protagonismo que se sustenta en una representación que la dirigencia política resigna ante la falta de iniciativa. Sobre todo porque se entiende que el rol de los sindicatos no se reduce a mera reivindicación.

La sostenibilidad del trabajo ante el avance del capital es un hecho político; por lo tanto, el protagonismo de la clase trabajadora y sus organizaciones sindicales también lo es. Todo paro es político porque toda lucha sindical es política en Argentina. Este es un sustento de organización frente al mareo epidémico que padece la dirigencia política.

No se trata de cuadros lúcidos, se trata de parar la pelota y mirar a los costados, atrás y adelante. En definitiva, se trata de pensar y de construir política nacional a partir de marcos ampliados que no vuelvan a relegar a aquellos sectores que son determinantes para combatir al capital.

 

 

 

10/5/2024

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