*Por Aritz Recalde
Para enfrentar un problema y poder resolverlo, el primer paso que hay que dar es el de plantearlo correctamente. El debate actual sobre el Coronavirus está siendo atravesado, cada día con más fuerza, por la desafortunada “grieta” partidaria. De un lado a otro hay acusaciones cruzadas. Por un lado, los críticos de la Cuarentena son acusados de “contra-oficialismo”, mientras que, por el otro, aparecen manifestaciones que caracterizan las propuestas del Gobierno Nacional como parte de una mera estrategia política, carente de toda justificación sanitaria.
Para profundizar la grieta, crecen las especulaciones respecto de qué ocurriría actualmente si el que estuviera a cargo del gobierno fuera Mauricio Macri, vaticinando catástrofes espantosas. Frente a esto, desde la otra vereda se asegura que, si ellos fueran los que gestionaran el Estado, el problema ya se hubiera resuelto fácilmente, casi por arte de magia. Ambas interpretaciones son incomprobables, de manera que se vuelven innecesarias y dañinas para el debate general.
Desde mi punto de vista, erran los fanáticos de ambos lados de la grieta y, frente a tamaña crisis e incertidumbre, no es momento profundizar la división de los argentinos. El país requiere un debate abierto y plural, que contemple opiniones diferentes, y eso supone escuchar y respetar al otro, e incluso revisar y rectificar la política pública de ser necesario. No hay una sola manera de enfrentar al Coronavirus y eso queda claro si uno ve a otros países de la región y del mundo, que aplicaron
acciones diferentes. Asimismo, el país requiere urgentemente que la dirigencia partidaria actúe mancomunadamente, teniendo como objetivo la unidad nacional de todos los argentinos.
¿Quién NO cumple la Cuarentena?
Para comprender profundamente la complejidad de lo que está pasando es importante superar las visiones parciales. Hay manifestaciones callejeras que se expresan en contra de la Cuarentena y seguramente muchos de sus impulsores tienen una postura partidaria al respecto, o los motiva una cuestión de ese estilo. Sin embargo, independientemente de ello—y del uso que los medios de comunicación quieren hacer de estas expresiones—, no se puede desconocer que en esas manifestaciones conviven opiniones diferentes y no todas son simplemente la mera expresión de los “agentes de la oposición”.
Hay muchos argentinos disconformes con la dinámica de la Cuarentena y caratularlos de “antioficialistas”, o ubicarlos a un lado u otro de la grieta, no resulta productivo. El esfuerzo debería estar en intentar separar las distintas motivaciones que unifican ese posicionamiento y, sobre todo, tratar de interpretar lo que los lleva a esa postura, teniendo en cuenta que las realidades del país son variopintas. Por otro lado, tenemos que ser conscientes de que hoy los que realmente violan la Cuarentena son los trabajadores empobrecidos y principalmente los de la economía informal. Estos sectores no tienen la alternativa de “quedarse en casa”, ya que si no salen a buscar el mango no pueden darle de comer a sus hijos, o comprar remedios, ni pagar los alquileres o los servicios básicos.
Miles y miles de personas de la economía informal y de los oficios están circulando pese a las medidas de aislamiento, ya que si no lo hacen corren serio riesgo de enfermarse por el hambre y por la miseria. Tienen que salir a hacer la “changa” o a revolver basura, ya que los subsidios del Estado no son suficientes para solventarse, e incluso en muchos casos no les llegan. Todo esto sin mencionar el hecho de que existe una cultura del trabajo, que hace que millones de argentinos no estén dispuestos a vivir de planes sociales.
Los pequeños comercios de las barriadas humildes tienen dos alternativas: abren o conducen a toda su familia a la más humillante miseria, y con eso la ponen en un serio riesgo sanitario. Los vendedores ambulantes gastan zapatos para conseguir el mango y poco les importan las movilizaciones a favor o en contra de la Cuarentena de la Ciudad de Buenos Aires. Posiblemente, ni se enteren de la acalorada discusión que aparece en los medios de comunicación y que divide a la clase media. Muchos de ellos votaron a Alberto Fernández y lo volverían a hacer, porque no se trata de que sean anti oficialistas, o anti Cuarentena, sino de sus realidades y sus carencias impostergables.
El Estado y la comunidad organizada tienen que ayudarlos y para eso hay que saltar el laberinto del debate “anti” o “a favor” de la Cuarentena o del Gobierno. Sería un gran error denunciarlos o reprimirlos y en caso de hacerlo eso se volvería una causa perdida, ya que saldrían igual tras meses de encierro y de privaciones. La comunidad organizada, movida por principios de solidaridad social, hoy rompe diariamente la Cuarentena y asiste a millones de argentinos hambrientos y angustiados.
Sin esa organización en movimiento y sin los programas sociales del Gobierno, las barriadas humildes estarían sumergidas en un enfrentamiento civil difícil de mensurar. Hay que proponer políticas concretas y plausibles para proteger a estos grupos sociales. Gobernar en democracia es el arte y la voluntad de resolver problemas. La realidad no tiene que ver con el ideal del gabinete y no se puede negar que millones de argentinos no pueden respetar la dinámica actual de la Cuarentena.
El miedo como estrategia de comunicación
Debido a lo inusual y novedoso del Coronavirus surgieron lógicos temores en un contexto sin demasiadas certezas. Frente a esa poco previsible realidad, políticos y comunicadores no hablan de otra cosa que no sea de la muerte, ya sea de los casos concretos o de la muerte “potencial” que, aseguran, devendrá como una plaga. Hay una exagerada e insana campaña del miedo.
Pocas veces se hizo tanto hincapié en la morbosidad y el terror comunicacional. La estrategia mediática no se explica solamente por la cantidad de contagiados y de muertos. Todos los años fallecen en Argentina más de 30.000 personas solamente por gripe y por neumonía y es poco o nada lo que se dice. Más de 60 mil argentinos mueren por tumores y más de 60 mil por enfermedades respiratorias cada año y no hay campañas mediáticas de prevención, ni de cuidado, y mucho menos se divulgan permanentemente los partes diarios y las cifras de esas muertes.
Los humildes, que no tienen obras sociales, padecen la falta de atención y mueren por
enfermedades que podrían ser evitadas, ligadas al hambre y la pobreza. Pese a esto, no hay muchos comunicadores consustanciados con la causa de la salud popular y el trabajo en blanco protegido. Por otro lado, decirle a un trabajador informal que no salga por el miedo a enfermarse de Coronavirus tiene un límite. Para la gran mayoría de los trabajadores su actividad es y será insana y siempre será parcial o altamente peligrosa. Corren riesgos de accidente o enfermedad profesional los obreros de la construcción, los repartidores de Uber, los pescadores, los operarios de las empresas metalúrgicas, los basureros, los químicos y los policías del conurbano bonaerense. Hay actividades, incluso, que reducen considerablemente la esperanza de vida, como la minería tradicional.
En la economía informal todo esto se exacerba, ya que frente a un accidente o una enfermedad no hay cobertura sanitaria, ni asistencia paga contemplada. Para el trabajador el debate real es entre el “peligro ya conocido” de su labor y el “peligro potencial por conocer” del Coronavirus. Para matizar el riesgo que tiene el trabajo o para reducir su impacto hay leyes protectoras y regímenes especiales, aseguradoras y un sistema de pensiones. Lamentablemente, estos derechos contemplan solo al trabajador formal, dejando alrededor del 40% de la población, que vive de la economía informal, sin estos mecanismos institucionales que prácticamente no existen.
El Gobierno Nacional hizo bien en “aplanar la curva” y preparar el sistema de salud para atender casos de Coronavirus. Luego de casi cuatro meses de Cuarentena, hay que empezar a organizar y concientizar a la comunidad para la vuelta al trabajo y a las actividades de las familias. Para esto, los comunicadores tienen que difundir un mensaje educativo, que contribuya a conformar una renovada actitud para el cuidado de la salud y que favorezca a la organización comunitaria. Hay que transmitir esperanza, fe en que vamos a superar el problema y que para eso hay que tener un pueblo y un gobierno organizados. Además, los argentinos tenemos el deber de debatir y concretar una solución real a los problemas sociales, de empleo y sanitarios que son anteriores al Coronavirus, aunque hoy este último los haya exacerbado.
La Cuarentena y los nuevos peligros
El Coronavirus existe y es un problema serio y eso debe quedar bien claro. No negamos la utilidad de la Cuarentena, pero sabemos que tiene sus límites emocionales, sanitarios, económicos y sociales y que trae otro gran número de complicaciones que a la larga pueden ser catastróficas para la población.
Hay que tener conciencia de que llevamos casi cuatro meses de desatención de los recién nacidos, de las embarazadas y de la tercera edad y eso es muy peligroso. El deficiente cuidado y seguimiento de los enfermos crónicos y de pacientes con males recientes, puede dejar un daño irreversible en la población. Casi cuatro meses de sedentarismo, de mala alimentación y del aumento de la automedicación complican aún más la situación.
Esta realidad se da en el marco de una sociedad angustiada, deprimida y en no pocos casos desesperada. A este sombrío panorama se le suma la pobreza e indigencia creciente y la deficiencia alimentaria y sanitaria que eso origina. En algunos meses más y de no revisarse la dinámica de la actual Cuarentena, todo ese universo de caídos del sistema económico, social y sanitario pueden ocupar las terapias intensivas arrastrados por los nuevos problemas de salud. Allí además, posiblemente también se contagien de coronavirus.
El desafío actual e impostergable del Gobierno y del pueblo es el de normalizar la atención primaria de la salud y de ir recuperando los servicios sanitarios fundamentales.
La economía de la pospandemia
Proponer abrir la economía como si nada hubiera ocurrido es una irresponsabilidad. Ahora, tampoco es muy serio sostener que tenemos que seguir con la actual Cuarentena ya que en otros países del mundo la economía está en caída. Dicha simplificación puede ahondar y empeorar aún más la dramática situación de recesión generalizada de la producción.
El Gobierno tiene la obligación de presentar su plan económico de corto y de largo plazo, tanto para las zonas sin Cuarentena, así como para las que atraviesan distintas fases de la misma (total, parcial, etc.). Las organizaciones libres del pueblo pueden proponer soluciones para eso. Pueblo y gobierno tienen que superar el exceso de diagnóstico y avanzar propositivamente en la implementación de soluciones.
La unidad nacional para la reconstrucción
La realidad cotidiana no encaja en la dicotomía a favor o en contra de la Cuarentena. Necesitamos un pueblo libre, organizado y responsable y no uno aterrorizado y gregario. Luego de meses de Cuarentena, se debe iniciar una nueva etapa en la cual la conciencia y la responsabilidad de la gente y de la organización comunitaria estén en el centro. Las campañas del miedo y los controles permanentes a la circulación deben ir desapareciendo. No hacerlo es una forma de subestimar al pueblo argentino y de creer que es una masa inconsciente, amorfa y temeraria.
Los representantes de la producción y del trabajo tienen que unirse al gobierno y formular mancomunadamente el Plan de la Reconstrucción. La Comunidad Organizada superará este desafío y como bien dijo Antonio Cafiero “Ningún peronista de ley sabe lo que es renunciar a la esperanza”.
*Aritz Recalde es sociólogo (UNLP), magíster en Gobierno y Desarrollo (UNSAM) y doctor en Comunicación (UNLP). Autor de: Intelectuales, peronismo y universidad, Estudios Sobre Brasil y El pensamiento de Jhon Willian Cook en las Cartas a Perón.
13/07/2020