*Por Guadi Calvo
El pasado sábado doce, en el distrito de Kurram, en la provincia pakistaní de Khyber Pakhtunkhwa (K-P), próxima a la frontera con Afganistán, fue asaltada una caravana que transportaba miembros de la tribu Mangal, de confesión sunita, que se dirigía hacia Peshawar, la capital provincial. A pesar de que los sunitas viajaban con escolta militar, el asalto dejó al menos dieciséis muertos, entre ellos tres mujeres y dos niños, además de cerca de ochenta heridos.
La escolta respondió a los disparos, produciéndoles dos bajas a los atacantes, que fueron identificados como miembros de la tribu Maleekhel, perteneciente a la comunidad chiíta. Según fuentes locales, a lo largo del día domingo, el cruce de disparos se había prolongado, sin que se conociera si se habrían producido más víctimas. Los enfrentamientos tribales se han extendido a otros departamentos de Kurram; incluso se ha atacado la ciudad de Parachinar, la capital del distrito.
Debido a estos sucesos, todas las escuelas y bazares fueron cerrados durante el fin de semana, al tiempo que se clausuró el tránsito por las principales rutas del distrito, lo que provocó el desabastecimiento de alimentos y medicamentos en algunos pueblos. El hecho responde a la escalada de violencia que, si bien lleva ya décadas, desde el año pasado ha tomado un crecimiento cada vez más letal.
Este significativo aumento de la violencia tribal comenzó con la disputa de tierras en julio del año pasado, que había dejado cerca de cien muertos. Por lo tanto, el gobierno local debió pedir a Islamabad el despliegue de refuerzos del Ejército y del Cuerpo de Fronteras (FC). A partir de estos choques, el gobierno provincial creó una comisión para resolver la cuestión de las tierras en disputa, pero todavía no ha logrado alcanzar una conclusión.
A pesar de que tanto las jirgas (asambleas tribales) locales como las autoridades provinciales han intentado establecer una tregua para detener los ataques que, entre julio y septiembre de este año, en diferentes enfrentamientos donde se han utilizado misiles, cohetes y morteros, han producido cerca de ochenta muertos.
Con el fin de la tregua (alto el fuego), que se extendió desde julio del año pasado en el distrito Kurram, apenas finalizó en julio pasado, comenzaron a producirse nuevos choques. El conflicto ya ha sobrepasado la cuestión de la posesión de tierras y se ha convertido en un nuevo episodio de la vieja confrontación que tienen sunitas y chiitas desde la muerte del profeta Mahoma en el año 632.
El conflicto sectario en Pakistán ha sido generado por las políticas de islamización arabizada de la dictadura del general Zia-ul-Haq de los años setenta, mientras que eran perseguidas las organizaciones tanto sociales como políticas, con aspiraciones democráticas y seculares. Las nuevas políticas del general Zia comenzaron por imponer el zakat, el tercero de los cinco pilares del Islām, que se puede interpretar como “limosna obligatoria”, que se debitaría de manera automática de las cuentas bancarias de los ciudadanos. Este tercer concepto difiere en la interpretación chiita, que no lo hace compulsivo.
Desde entonces, los gobiernos militares financiaron partidos religiosos fundamentalistas, enfrentados al chiismo y que más tarde derivarían en el extremismo activo, dando paso a organizaciones como Harkat ul-Ansar, el Tehreek-e-Taliban Pakistan o el Lashkar-e-Jhangvi, fervientemente anti chií, que pretenden establecerse en territorios como Kurram, predominantemente chií, con una población que supera el sesenta por ciento.
Todos estos grupos, en su mayoría, han sido infiltrados por la inteligencia del ejército, si no creados, lo que les permite direccionarlos en muchos casos tanto hacia sus intereses estratégicos como políticos.
Este fenómeno estuvo íntimamente ligado a la guerra antisoviética de Afganistán, momento en que Arabia Saudita, alentada por los Estados Unidos, aprovecharía para irrumpir en Pakistán, con todo su poder económico, para la creación de miles de madrassas que se convertirían en semilleros de nuevos muyahidines. En una de ellas, en proximidades de la ciudad de Quetta, la capital de la provincia pakistaní de Baluchistán, se formaría quien sin ninguna duda ha sido su alumno más famoso, el mullah Omar, quien terminaría fundando al talibán en 1994.
La conformación geográfica de la larga frontera entre Pakistán y Afganistán, de casi dos mil setecientos kilómetros, conocida como la Línea Durand, junto a los territorios semiautónomos del noroeste, llamados FATA por sus siglas en inglés (Federally Administered Tribal Areas), ha hecho incontrolable su vigilancia; por lo que desde siempre se han filtrado las bandas de contrabandistas, traficantes de opio y, según el momento histórico, combatientes. En el marco de la guerra antisoviética de 1979 a 1992, millones de toneladas de armamento provenientes de occidente fueron destinadas a los señores de la guerra y a grupos como la Alianza del Norte, la Red Haqqani y otros que poco después derivarían en el surgimiento de los talibanes.
La fuerte injerencia que a partir de entonces tuvo el wahabismo en Pakistán, una nación predominantemente sunita, demolió la convivencia entre ambas sectas, que a lo largo de los primeros treinta años desde la creación de Pakistán, tras la partición con India en 1947, había dado pruebas de la relación armoniosa entre ambas comunidades, donde se consentían matrimonios entre ellas.
Incluso los sunníes tenían participación en las procesiones chiíes de Muharram, el mes donde se conmemora la batalla de Kerbala en 680, en la que Husáyn ibn Ali, el nieto del Profeta Mahoma, y sus setenta y dos seguidores murieron a manos de las fuerzas del Khilāfat (Califato) Omeyas. A partir de entonces, se dividiría para siempre el Islām en sus dos grandes escuelas, y para los chiíes, el Majalis-e-Hussain (el martirio del imán Hussain ibn Ali) es la fecha culminante.
El chiismo en la tierra de los puros
Pakistán, en urdu, tierra de los puros, cuenta con la segunda población chií más numerosa del mundo después de Irán, con cerca de treinta y ocho millones de fieles creyentes. Los chiíes, a partir del incremento del sunismo wahabita de los años setenta y ochenta, propiciado por Arabia Saudita, enfrentaron persecuciones para poder practicar su credo, a manos de bandas digitadas por los gobiernos pro-norteamericanos que, apuntando a esa comunidad, pretendían golpear a Irán.
A pesar de ello, los chiíes pakistaníes, ya fortalecidos por la concreción de la Revolución iraní de 1979, se iranizaron todavía más. Al mismo tiempo, los sectores sunitas más ortodoxos comenzaron a utilizar de manera estigmatizante el término aqliyat (minoría). Durante ese proceso, Pakistán pasó a ser escenario de la batalla entre Arabia Saudita, como representante de la más atrabiliaria escuela del islám, el wahabismo o salafismo, e Irán, desde entonces el principal objetivo a derrocar por los Estados Unidos, ya no solo en la región, sino en el mundo.
El movimiento chií de Pakistán, hasta mediados de los años setenta, gozó de gran predicamento, ya que nada menos que Muhammad Ali Jinnah, conocido como Baba-e-Qaum (padre de la nación), es considerado el fundador de Pakistán.
A partir de los años cincuenta, comenzaron a llegar al país para establecerse en las provincias de Sind y Punyab cientos de miles de refugiados chiíes que habían demorado su salida de India tras la Partición. Esto dio impulso para la fundación en 1953 de la Idara-e-Tahafuz-e-Haquq-e-Shia (Organización para la Salvaguarda de los Derechos de los Chiíes). En junio de 1963, se produjo el primer episodio de lo que replica con tanta fuerza en Kurram: el ataque a una procesión chiita en el mes de Muharram en la pequeña ciudad de Therhi, próxima a Khairpur, en la provincia de Sind. Turbas sunitas asesinaron a cerca de 120 chiíes.
Otro de los grandes líderes nacionales de origen chií fue nada menos que Zulfikar Ali Bhutto, Presidente entre 1971 y 1973, y Primer Ministro desde 1973 a 1977, cuando fue derrocado por un golpe militar que lo terminaría asesinando, liderado desde las sombras por Zia-ul-Haq, quien pocos meses después asumiría la presidencia y, con sus políticas, terminaría con la convivencia armónica entre chiíes y sunitas, que matan y mueren por el mismo Dios.
*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional, especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
17/10/2024