*Por Guadi Calvo
El viejo orden restablecido desde la remoción del Primer Ministro Imran Khan, en abril del 2022, ha traído a Pakistán los problemas de siempre. El exitoso Joint Venture entre el Ejército y la embajada de los Estados Unidos, que hoy gobierna el país, aplica los mismos métodos que los que utilizaron a lo largo de la Guerra Fría.
Cuando el país centroasiático, entre otros servicios a Washington, funcionó como portaaviones durante la guerra antisoviética en Afganistán (1978-1992) y la posterior invasión norteamericana (2001-2021). La intención de Khan de recortar el poder del ejército, históricamente el principal sostén del poder político, y su decisión de abandonar el alineamiento automático con los Estados Unidos lo había puesto en la mira del Departamento de Estado. Aunque la decisión final para su remoción llegó con el inicio de la guerra de Ucrania, hecho que sorprendió a Khan de gira oficial a Rusia.
Khan no solo no condenó a Rusia por “la invasión”, sino que continuó su visita al presidente Putin, lo que hizo que Washington calificara su gesto como “agresivamente neutral”. Por lo que enseguida se disparó, con una Moción de Censura, para finalmente derrocar a Khan y buscar su encarcelamiento tras un juicio amañado, por la retención de regalos oficiales, la supuesta entrega de terrenos fiscales y la filtración de información secreta.
La condena a diez años de prisión por parte de un tribunal militar, algo por lo menos irregular por su condición de civil, se conoció en enero último. En el proceso entre la destitución y la condena, en medio de una gran marcha partidaria, Imran Khan sufrió un intento de asesinato, en noviembre del 2022, por parte de un “lobo solitario” fanático religioso, que, si bien no lo consiguió, alcanzó a herirlo en una pierna.
Con Khan fuera del poder, todo volvió a la normalidad y, para que pareciera legal, después de un proceso de transición que dio tiempo a barrer toda la basura debajo de la alfombra, se celebraron unas democráticas elecciones, de las que obviamente ni Khan ni muchos de sus hombres pudieron participar. En esas elecciones fue elegido, en febrero último, Shehbaz Sharif, un conspicuo miembro de una de las familias políticas más tradicionales del establishment (Ver: Pakistán, el retorno de los viejos fantasmas).
De todos modos, el maridaje entre el ejército, la embajada y su nuevo servidor, Shehbaz Sharif, que cuenta con todos los resortes del poder, no les sirve para contener el descontento popular, que se expresa de diferentes maneras en cada una de las regiones del país, que desde siempre no han conformado un cuerpo nacional, sino una comunidad de intereses diferentes, que tienen un enemigo en común: el poder central.
En medio de una ola inflacionaria, que sufren los productos básicos y en la que mucho tienen que ver los acuerdos con el FMI, el gobierno disparó los precios de los servicios, como la electricidad, en más de un cuarenta por ciento.
En este contexto, las calles de Islamabad, como las de Lahore, Karachi o Quetta, se han convertido en escenario de diversos y multitudinarios reclamos. Protagonizados desde los seguidores del Pakistán Tehreek-e-Insaf o PPT (Movimiento por la Justicia de Pakistán), el partido de Imran Khan, que reclama su liberación de su líder, hasta las diversas etnias, como el Movimiento Pashtún Tahafuz (PTM), que exigen, para su provincia, Khyber Pakhtunkhwa, mayores niveles de autonomía y una mejor distribución de los fondos que maneja el gobierno central, o los baluchis, quienes abiertamente luchan política y, en algunos casos, militarmente por su independencia. A estos grupos se suman sectas religiosas y colectivos minoritarios como ahmadíes, hazaras y sectores no musulmanes.
Los reclamos son reprimidos por el gobierno, cada vez con más violencia, apelando a los viejos métodos de la guerra sucia: ejecuciones sumarias, desapariciones forzadas, secuestros, detenciones ilegales y torturas. Mientras tanto, para aislar a los manifestantes, el gobierno bloquea rutas, desconecta los servicios de internet, telefonía fija y móvil, y prohíbe el transporte público.
En vista del agravamiento de las protestas, el Ministro del Interior advirtió que se ha convocado a cuerpos especiales (Rangers) y al ejército, para reprimir sin aplicar ninguna consideración a quienes participen de las protestas.
Baluchistán, la piedra en el zapato
Ninguna otra provincia tiene mayor actividad antigubernamental que Baluchistán, que, prácticamente desde que Pakistán se conformó como república, ha intentado escindirse del poder central. La nación baluche, de aproximadamente quince millones de habitantes, se encuentra distribuida entre Irán y Afganistán, y la provincia de Baluchistán en Pakistán, donde viven cerca de ocho millones.
Baluchistán, a pesar de su importancia por ser la provincia más extensa del país y contar con importantes yacimientos de gas y petróleo, además de albergar los laboratorios y arsenales nucleares, es la que menos atención recibe por parte del gobierno central. En 1998, las primeras pruebas nucleares también se desarrollaron en esa provincia, en las montañas de Chagai. Los ensayos afectaron a una gran cantidad de habitantes. Desde entonces, cientos de niños han nacido con deformaciones físicas, enfermedades no infecciosas, incluidas formas raras de cáncer.
A pesar de sus riquezas, el setenta por ciento de la población de Baluchistán se encuentra por debajo de la línea de pobreza y también cuenta con la menor cantidad de representantes en el parlamento nacional.
Esta realidad ha sido clave para incentivar su voluntad independentista y el surgimiento de diversos grupos armados, que enfrentan a Islamabad en una guerra intermitente que ha generado miles de muertos, a los que se suman unos siete mil baluchis encarcelados, torturados y víctimas de desapariciones forzadas.
A fines de 2023, una marcha de familiares de desaparecidos se realizó desde Turbat (Baluchistán), cerca de la frontera con Irán, hasta Islamabad, unos 1.600 kilómetros, para exigir a las autoridades la aparición con vida de cientos de los suyos. A pesar de la multitud que acompañó la peregrinación, que culminó en pleno centro de Islamabad, la protesta fue invisibilizada por los medios y sus organizadores nunca fueron atendidos por las autoridades.
De entre las cuatro y seis organizaciones armadas independentistas, en estos últimos años ha ido tomando mayor fuerza el Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA, por sus siglas en inglés), que en los últimos meses, y particularmente estas semanas, ha estado muy activo. El pasado nueve de noviembre, un atentado suicida en la estación de trenes de Quetta, capital del estado baluche, dejó al menos veinticinco muertos, entre ellos varios, e hirió a más de cincuenta personas.
En la noche entre el viernes y el sábado 16 de noviembre, en otro ataque, combatientes del BLA, en proximidades de la frontera afgana, asesinaron a cerca de diez efectivos pertenecientes a la Fuerza Fronteriza de Pakistán (FFP), mientras que otros quince resultaron con diversas heridas. Sorprendidos por los insurgentes en el interior de un puesto de control de la FFP, en el área de Johan, del distrito de Kalat, en Baluchistán.
Agosto último también fue un mes particularmente activo para la BLA, cuando lanzó una serie de operaciones coordinadas tanto contra objetivos civiles como militares, que dejaron más de setenta muertos. Además de los baluches, el gobierno enfrenta otros grupos armados como el Tehrik-i-Taliban Pakistán (TTP), que en dos décadas ha producido más de setenta mil muertos, y en lo que va del año, los muertos ya sobrepasan los mil.
ras la victoria del Talibán, en agosto de 2021, el TTP, que opera en la porosa frontera con Afganistán, conocida como la Línea Durand, que se extiende por más de 2.600 kilómetros a lo largo de las provincias de Baluchistán y Khyber Pakhtunkhwa, por donde durante cientos de años han transitado tanto contrabandistas como traficantes de opio, armas y, en la actualidad, se infiltran grupos insurgentes que operan tanto en Pakistán como en Afganistán, donde encuentran un santuario para refugiarse, reaprovisionarse y volver a golpear del otro lado de la Línea, lo que ha generado varios cortocircuitos entre Islamabad y Kabul.
En este complejo panorama, Pakistán, lejos de resolver sus problemáticas, las está profundizando, como lo hizo siempre, con el viejo orden que está de vuelta.
*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
20/11/2024