Por Redacción
El pasado 14 de abril se lanzó el último libro del Papa Francisco, “Contra la guerra. La valentía de construir la paz”, donde se pondera el diálogo como un arte de lo político, al mismo tiempo que se promueve la “construcción artesanal de la paz y el desarme como una opción estratégica”. El texto será presentado el próximo viernes 29 de abril, en la Universidad LUMSA, en Roma.
A continuación reproducimos un fragmento de la introducción del libro de Su Santidad:
Hace un año, en mi peregrinaje al martirizado Irak, pude ver de primera mano el desastre causado por la guerra, la violencia fratricida y el terrorismo, vi los escombros de las casas y las heridas de los corazones, pero también semillas de esperanza para renacer. Nunca hubiera imaginado entonces que un año después estallaría un conflicto en Europa. Desde el principio de mi servicio como obispo de Roma hablé de la Tercera Guerra Mundial, diciendo que ya la estamos viviendo, aunque todavía ‘por partes’. Estas partes se han hecho cada vez más grandes, soldándose entre ellas… En este momento, hay tantas guerras en acto en el mundo que causan un inmenso dolor, víctimas inocentes, especialmente niños. Guerras que provocan la huida de millones de personas forzadas a dejar su tierra, sus casas, sus ciudades destruidas para salvar sus vidas. Son las muchas guerras olvidadas que, de vez en cuando, reaparecen ante nuestros ojos desatentos…
Ante las desgarradoras imágenes que vemos cada día, ante los gritos de los niños y las mujeres, no podemos más que gritar: “¡Deténganse!”. ¡La guerra no es la solución, la guerra es una locura, la guerra es un monstruo, la guerra es un cáncer que se autoalimenta devorándolo todo! Es más, la guerra es un sacrilegio, que causa estragos en lo más precioso sobre nuestra tierra, la vida humana, la inocencia de los más pequeños, la belleza de la creación…
Lo que estamos presenciando es la enésima barbarie y nosotros, por desgracia, tenemos poca memoria. Sí, porque si tuviéramos memoria, recordaríamos lo que nos dijeron nuestros abuelos y nuestros padres, y sentiríamos la necesidad de paz igual que nuestros pulmones necesitan oxígeno. La guerra lo deforma todo, es locura pura, su único objetivo es la destrucción y esta se desarrolla y crece precisamente a través de la destrucción, y si tuviéramos memoria, no gastaríamos decenas, cientos de miles de millones en el rearme, para equiparnos de armamentos cada vez más sofisticados, para aumentar el mercado y el tráfico de armas que acaban matando a niños, mujeres y ancianos: 1981 mil millones de dólares al año, según los cálculos de un importante centro de investigación de Estocolmo. Esto indica un dramático aumento del 2,6% justo en el segundo año de la pandemia, cuando todos nuestros esfuerzos deberían haberse concentrado en la salud global y en salvar vidas humanas del virus…
Frente a las imágenes de muerte que nos llegan desde Ucrania, es difícil tener esperanza. Sin embargo, hay signos de esperanza. Hay millones de personas que no desean la guerra, que no justifican la guerra, sino que piden la paz. Hay millones de jóvenes que nos piden que hagamos todo, lo posible y lo imposible, para detener la guerra, para detener las guerras. Ante todo, es pensando en ellos, en los jóvenes y en los niños, que debemos repetir juntos: Nunca jamás guerra. Y juntos debemos comprometernos a construir un mundo que sea más pacífico porque es más justo, donde la que triunfe sea la paz, no la locura de la guerra; la justicia y no la injusticia de la guerra; el perdón mutuo y no el odio que divide y nos hace ver al otro, al que es diferente a nosotros, como un enemigo…
En la encíclica Fratelli tutti he propuesto usar el dinero que se gasta en armas y otros gastos militares para constituir un fondo mundial destinado a eliminar definitivamente el hambre y promover el desarrollo de los países más pobres, de modo que sus habitantes no recurran a soluciones violentas o engañosas y no se vean obligados a abandonar sus países en busca de una vida más digna. Renuevo esta propuesta hoy, especialmente hoy. Porque hay que detener la guerra, porque hay que detener las guerras y sólo se detendrán si dejamos de “alimentarlas”.
Fuente: Vaticano News
18/4/2022