Por Gustavo Ramírez
Existe una persistente impronta, sostenida por el régimen reaccionario, en borrar del mapa histórico el proceso de constitución del pensamiento nacional. Con ello, se alienta a reproducir bagajes intelectuales que no se sitúan en tiempo y espacio dentro de las particularidades que reviste la situación política de Argentina, pero tampoco se ubican en el plano geopolítico.
El aparato formativo arrebata la conformación cognitiva nacional con presupuestos de marcos teóricos que le son extraños y operan como un virus que descompone el tejido de integración nacional, tergiversando hechos y manipulando la verdad. La sobre-intelectualización, así como la redundancia de diagnóstico, saturan los análisis desprendiéndose de una mirada propia, situada en las periferias. Esta operación obtura no solo la mirada del analista sino también su escucha.
Preexiste una estructura de pensamiento que desglosa el esqueleto económico, social y político a través de una mirada cultural que no ha dejado de lado la impronta iluminista e incluso mesiánica respecto a los sectores más humildes. Su realidad es narrada desde una perspectiva que deshumaniza las relaciones sociales, en tanto y en cuanto las condensa en marcos teóricos que le son impropios.
No se trata de despreciar el aporte que hace el “pensamiento universal” a la comprensión del mundo actual, pero estas corrientes de ideas caen en saco roto cuando se intenta esbozar una tesis sobre el presente nacional. Muchos analistas suelen hablar desde la legalidad y el prestigio que otorga el campo de la sociedad titulada, pero ello no significa que esto implique una liberación de las estructuras liberales del pensamiento colonizado.
Indefectiblemente, ello se traslada al campo político, donde la tergiversación sobre el sentido nacional es inherente a la articulación y funcionalidad del actor político con el régimen. Si bien puede resultar simplista, es necesario pensar que esta “cristalización” del pensamiento y de la acción política filtra las connotaciones de la identidad nacional al mismo tiempo que borra el sentido de la causa que debe defenderse en el terreno político.
Esta manera de leer la actualidad ha contribuido a desterrar de la discusión política la noción de verdad. Algo que se aprecia tanto en el modelo educativo como en el sistema mediático. Por otro lado, se hace un trazado reduccionista sobre ejes estructurales y sistémicos que se despojan de sentido nacional en tanto buscan acentuar una uniformidad de hechos que distinguen como comunes al continente o al globo. Una persistente generalidad que no confronta los puntos de ruptura histórica con los procesos de “dominación”.
La cultura ilustrada se presenta como una opción válida en el terreno de una racionalidad que no se escapa de los estamentos de pensamientos reaccionarios. Esto implica que se subestime la construcción de una identidad de conocimiento propio, despreciando la epistemología de la periferia y a sus principales referentes. Se convalida de esta manera la dominación cognitiva y se valida la cultura del enemigo.
En la carrera
Perón estimó que “la conformación ideológica de un país proviene de la adopción de un ideología foránea o de su propia creación. Con respecto a la importación de ideologías –directamente o adecuándolas-, no solo alimenta ella un vicio de origen, sino que también es insuficiente para satisfacer las necesidades espirituales de nuestro pueblo y del país como unidad jurídicamente constituida”.
El traslado automático de esas ideas importadas desalinea la integración del conocimiento que produce el trabajo, la comunidad y la filosofía nacional. El intelectualismo no es más que la forma de negar el pensamiento nacional y su contexto. En la pretendida adecuación de categorías se elimina la posibilidad de comprender que la clase trabajadora es productora creativa de sus propios marcos teóricos y que tiene sus rasgos característicos a la hora de hacer una lectura de su situación.
En tal sentido, Perón dejó en claro que “los argentinos tenemos una larga experiencia en esto de importar ideologías, ya sea en forma total o parcial. Es contra esa actitud que ha debido enfrentarse permanentemente nuestra conciencia. Las bases fértiles para la concepción de una ideología nacional coherente con nuestro espíritu argentino han surgido del mismo seno de nuestra patria”.
Acto seguido añadió: “El pueblo, fuente de permanente creación y autoperfeccionamiento, estaba preparado hace tres décadas para conformar una ideología nacional, social y cristiana”.
Perón va más allá, tanto que parece que nos interpelara desde el presente mismo al decir que “sin embargo, no fuimos comprendidos cuando, respondiendo a esa particular exigencia histórica, propugnamos la justicia social como inmanente al ser nacional, a pesar de que la justicia social está en la base de la doctrina cristiana, que surgió en el mundo hace 2000 años”.
¿Cómo se puede volver a Perón sin comprenderlo? Es aquí donde se traza un punto de inflexión porque la dirigencia política del “campo nacional y popular”, un eslogan que acabó como significante vacío, terminó por desconocer la filosofía de vida del pensamiento nacional y decidió continuar con la importación de ideas para no incomodar al régimen. Una decisión política con impacto ontológico, porque el Movimiento Justicialista no representa al mero pragmatismo político ni a la aventura ideológica sustentada por la encarnación insufrible de la utopía. El pensamiento peronista abarca en toda su extensión a la vida del Ser argentino.
El corte final
En la constitución del pensamiento nacional existe una gravitación ética. Y esa ética, no se enmarca en los postulados moralizantes de la aristocracia política, se traduce en fe popular desde el sentido revolucionario del término. Porque la clase trabajadora cree en sí misma más allá de la superestructura política que solo concibe un plano de la realidad que se aprecia a través del valor narcisista que adquieren sus actos.
No se trata de romantizar a los sectores populares porque tampoco se busca victimizarlos. A lo que apuntamos es a apreciar el valor de su organización en relación constante con un pensamiento propio que lo sitúa. No por nada el Papa Francisco, tal vez el mayor exponente actual del pensamiento nacional, pide ubicarnos en la periferia pero no como meros espectadores u oyentes pasivos, sino como sus actores, porque nosotros somos parte de ella.
Cuando la dirigencia política teje su armado desde la apariencia de la escucha y justifica sus permanentes acuerdos, pactos y contratos por encima de las demandas sociales, lo que está haciendo es precarizar su propia representación y alejarse de la razón que establece su existencia. Sin embargo, el efecto de sus acciones regresa al terreno de la subestimación de ese pueblo al que dice defender; en definitiva, la superestructura política no cree en él porque está demasiado ocupada en lustrar sus propios egos.
No obstante, ello no es motivo para reafirmarse en el escepticismo político que también es un rasgo distintivo de la colonización pedagógica y cognitiva. El peronismo se está reorganizando y ello ocurre de la periferia al centro y supera las expectativas centralizadas en el proceso electoral. El proceso es dinámico, impulsado por la coyuntura pero no se distingue por la simplificación del abordaje del contexto, sino porque comienza a darse una lectura profunda de Perón situándolo en el futuro.
Es cierto que existen expresiones condensadas en las fuentes secas de los últimos años. Pero ese paradigma de la conducción sin conductor se diluye en la medida que la doctrina comienza a tomar su debido lugar en la discusión política. El esfuerzo por unir las partes no lo hace la direccionalidad política, lo hace el Movimiento Obrero Organizado, que además nunca sacó los pies del plato, más allá de que deba confrontar con sus propios fantasmas.
Las corrientes demoliberales que intentaron reducir al Movimiento Nacional a una estructura de partido laboralista actuaron como factores retardatarios y fallaron en su objetivo interno de destruir los principios doctrinarios. Cada cosa en su lugar. La vitalidad del pensamiento nacional es incondicional para sustentar el reordenamiento de las fuerzas populares bajo la conducción estratégica del peronismo. Aquí se debe aclarar que el peronismo no son tres dirigentes que terminan acordando entre gallos y medianoche, al tiempo que operan como quintas columnas.
El peronismo está vivo en las fuerzas sociales que recuperan su lugar desde las periferias. Revitalizar los órganos constitutivos de su funcionamiento implica una tarea militante donde cada individuo que lo compone se convierta en una unidad táctica y trabaje en pos de un objetivo común que, en este caso, tiene que ver con la recuperación del sentido de la causa nacional. Evangelizar es la tarea. Para ello hace falta convicción y determinación, y ser ferviente devoto del pueblo y su pensamiento nacional.
16/4/2024