Por Gustavo Ramírez
Este es fin
Hermoso amigo
Este es el fin
Mi único amigo el fin
De nuestros elaborados planes, el fin
De todo lo que permanece, el fin
Sin seguridad o sorpresa, el fin
The Doors
Crash
Solo por añadidura. Sin pensarlo. Como mezcla de lo posible y lo imaginado. Con cierto melancólico escepticismo europeo y un tragicómico balance estadounidense, podríamos afirmar que estamos en un cuento de Ballard. Pero no. No es la ficción lo que nos ha golpeado. Es la realidad fuera de lo virtual. Aquello en lo que, en un principio, muchos no creyeron.
“Grandes nubes de vapor cruzan la oscuridad, lo que me hace comprender que vivimos en un auténtico planeta”. Ahora somos los Vagabundos del Dharma, pero en un mundo que Kerouac no imaginó. Antes, hace a penas unos días, cuando los minutos perdidos en la cola del banco no tenía valor, jugamos a ser el peligroso juego de ser Ignatius J. Reilly. Después de todo ¿no fue siempre el sistema una gran conjura de los necios?
Ahora que se perdió el eje de la realidad y que la normalidad se ha convertido en una especie en extinción habrá quienes den testimonio de sus respuestas reaccionarias frente la tragedia de los otros. Pero muchos continuarán encerrados en su universo platónico, encerrados en el palacio de su Yo, negando una y otra vez lo que acontece fuera de ellos mismos. ¿Cuántas realidades caben en la mística indolente de la clase media atiborrada por el consumo? ¿Cuántas realidades se pueden construir con un puñado de dólares?
Es cierto. Cuando los “periféricos”, los descamisados, en la resistencia, en las calles, en las luchas de los piquetes,con el bombo y la palabra decían “la única verdad es la realidad”, por fuera de las zonas de confort, muchos no les creyeron y le dieron la espalda. Pero ahí está. El axioma no era una abstracción construida desde la intelectualidad académica, no era un ponderación manifiesta de la petulancia ideológica. Era eso. Una verdad del territorio. Un afirmación del universo cotidiano que muchos creían el inframundo.
¿Cuál es la verdad? La que confirmó que el liberalismo económico e ideológico solo nos podía llevar a la destrucción. La verdad es eso que ocurrió mientras las clases parasitarias cerraban los ojos y se entregaban al placer hedonista del consumo. Mientras millones, antes de la crisis que produjo esta pandemia, ya sufrían las calamidades del descarte, de la falta de trabajo, de la ausencia de políticas sanitarias.
La verdad es que los pobres eran una postal que se reflejaba, en la cristalización ideológica del porvenir, como síntesis inevitable del desarrollo social de la desintegración. Un daño colateral del inevitable progreso que nos llevaría indefectiblemente al crecimiento económico. La semiología del Sueño Americano se traspoló en la patria agraria y exportadora de vacas, pero nunca en verdad. Solo en relato social. Ahora que se desmorona, el miedo a la pandemia de corona virus, desnuda las fantasías pornográficas de un modelo amoral y endeble.
El sueño medio, universitario de clase acomodada. Sí, como los Vagabundos del Dharma, con el privilegio de pensar por el otro, aun más, con el estúpido proyecto de vida de creer que ostentaban la potestad de decir por nosotros: “Las universidades no son más que lugares donde está una clase media sin ninguna personalidad, que normalmente no encuentra su expresión más perfecta en los alrededores del campus con sus hileras de casas de gentes acomodadas con césped y aparatos de televisión en todas las habitaciones y todos mirando las mismas cosas y pensando lo mismo al mismo tiempo”. Gracias Kerouac, por tus bonitas palabras.
Canciones disópicas
No era pos verdad. Era ideología. Canciones que hace mucho cantaron, surcando alta mar, Marx y Adam Smith. Lo curioso es, como dice Jack, que “todos nos convertimos en lo mismo en la sepultura”. Así parece operar el realismo capitalista que muchos han desdeñado a favor de agendas sectarias y foráneas. Sí, el canto de sirenas es hipnotizante pero después ante el final del juego el infierno no es encantador. Ahora, los chicos y las chicas bien están asustados. No quieren ser ahogados en el basurero del mundo.
“Estoy de pie en el viento
pero nunca me despido de la ola
pero lo intento, lo intento
no hay señal de vida
solo el poder del encanto”
Hubo un tiempo donde Bowie sonaba bajo los estertores de borracheras en el bar Astral. Allí podía uno encontrar el fin del mundo. Después de todo cualquier crisis era el fin del mundo y todo se subsanaba con un amor moderno. Peri cuando el bar cerró, el neoliberalismo se impuso y el imperativo categórico del Yo los recluyó en el egoísmo político, muchos anotaron el fin de la historia como el renacimiento del místico esfuerzo individual. ¿Quién necesita de los otros? Si uno puede ser rey, reina y superhéroe a la vez y sin intermediarios. No hay nada fuera del espacio les legó Fukuyama.
La pandemia nos recluyó. El cristal por donde se filtraba el rayo del sol se quebró. El Yo agoniza. La sombra de Tánatos se cierne sobre cada idea pre-concebida. ¿Y ahora? Gimen. Se retuercen. No pueden salvarse solos. la distopía del capitalismo real les quemó el cerebro y la verdad golpeó a sus puertas. Pero no se pueden mover por miedo a morirse. Es que ya no hay ninguna calle segura, ningún colchón limpio para aplastar el culo.
“Las pulgas se aferran al tejido de oro
esperando que encontrarán paz.
Cada pensamiento y gesto están atrapados en el celuloide.
No hay escondite en mi memoria.
No hay lugar que evitar”
Es cuarentena. Un relato bíblico. Y el Peter Gabrel de Génesis canta “los que se arrastran por la alfombra escuchan a sus llamantes: “Tenemos que entrar para salir”. Mierda. Hay tipos que están verdaderamente jodidos.
Una mirada al reloj
“Cuando todos los hombres se desgarren
Con pesadillas y con sueños,
Nadie va a depositar la corona de laurel
Mientras el silencio ahogue los gemidos”
El rock, sobre todo de King Crismson, siempre tuvo algo de trágico. ¿Será que el contenido de la clase trabajadora, urdido por las crisis permanente está aferrado al sentimiento trágico? No. Tal vez exista, parafraseando a Fisher, cierto espíritu schopernahueriano, en algunas conceptualizaciones frente a una crisis desesperante. “Toda vida es sufrimiento”. ¿ Lo es, querido Arthur?
Durante mucho tiempo las clases hegemónicas han pretendido hacernos creer que la no hay salida. Vivir sin esperanza era casi tan humano como padecer ante la malaria. En La Peste Camus nos alerta: “El hábito de la desesperación es peor que la desesperación misma”. Después de todo “la estupidez insiste siempre”.
Lo que ha transformado a la sociedad es el deseo en la avaricia. Pero no hay final. Nunca lo hubo. A pesar del drama. De la locura colectiva que licua toda esperanza. Lo que enferma es el sistema de exilio permanente. Por estas horas escribió el Abogado Daminán Descalzo: “A los pueblos los nutre su fe. El alma de los pueblos es la oración en Comunidad”.
Uno cree al fin. Sin remedos ni fatuos ejercicios intelectuales. No es el tiempo de las clases ricas. Ellas perdieron hace tiempo muchos kilómetros. Siempre creyeron que el peronismo, por ejemplo, era como lo había contado Osvaldo Soriano. Y estaban lejos. Muy lejos de esa garantía literaria. En realidad ni el Gordo ni ellos vieron jamás en la rebeldía del subsuelo de la Patria a los héroes de la clase trabajadora. Ahí está pues de nuevo “la conjura de los necios”.
Si miramos el reloj tenemos tiempo aun tenemos tiempo. Es el octavo día de cuarentena. La música quiebra la monotonía tediosa del silencio del barrio que entra por la ventana. El cielo, en la tarde, está manso a la espera de algo nuevo. Muchos han quedado en el camino. La tragedia, la farsa, la comedia, no se suelen distinguir en el mundo cuando las máscaras caen. Hay que mantener la cabeza limpia.
Me vendieron a los barcos mercantes.
Minutos después, me capturaron
del pozo sin fondo,
pero mi mano se fortaleció
por la mano del Todopoderoso.
Seguimos adelante en esta generación,
triunfantes.
¿Me ayudarás a cantar
estas canciones de libertad?
Porque son lo único que alguna vez he tenido,
canciones de redención.
Cae el sol. Bob llega a casa.
27/03/2020