Opinión

Modelo para armar

*Por Gustavo Ramírez
“Espero a alguien
¿A quién?
No lo recuerdo”
Del film Historia de Fantasmas

Antes de alejarse de la conducción de la CGT, Juan Carlos Schmid, se preguntó ¿para qué seguir? ¿cómo seguir? La lectura del contexto no tenía una ventaja moral. Simplemente demostraba la complejidad de la situación política interna a partir de la erosión que la Central sufrió bajo el influjo del sentido común externo e interno. El ciclo se cumplió tras el último paro general nacional del 25 de septiembre del 2018.

La salida del titular de la Federación Marítima, Portuaria y de la Industria Naval, desnudó la ausencia de debate interno en la Central de Trabajadores y a su vez dejó, aun sin quererlo, expuestos al resto de los miembros del entonces Triunvirato. Fue el propio Schmid quien intentó saltar la barricada ideológica que impone el sentido común dominante al sostener que los paros generales se construyen. Esa posición expresó lo que desde afuera solo podía intuirse: Ni Daer ni Acuña tenían la fuerza, ni la voluntad necesaria para articular una medida de fuerza a nivel nacional.

Tras su desvinculación de la CGT, Schmid, decidió impulsar un plan de lucha escindido de las corrientes sindicales en pugna dentro de la Confederación General del Trabajo. Lo gestó desde la FeMPINRA primero y más tarde logró sumar consensos en la  CATT.  Desde su visión de tercera posición pudo articular con los Movimientos Sociales, en una lectura adecuada de la realidad social, dado que no los consideró actores emergentes o secundarios, sino que los contuvo en un mismo espacio como pares.

 

Durante las ultimas horas cobró vigencia la visión del dirigente marítimo. Primero porque la FeMPINRA emergió como un espacio estratégico para fortalecer la concreción de una medida de fuerza propia que convergió con la jornada de cese de actividades realizada por el Frente Sindical para el Modelo Nacional, pero que sostuvo su autonomía aun cuando existan coincidencias con el diagnóstico general. Después, porque a pesar del ninguneo mediático y el fuego amigo, la CATT vigorizó su rol protagónico en el terreno de la lucha social. Luego, porque la lectura del ciclo cumplido del Triunvirato fue la correcta.

Las jornadas del 30 de abril y del 1° de Mayo abren el surco para ahondar el análisis. A priori se puede establecer que el presente momento del sindicalismo se sume en la confusión y la incertidumbre. El juego de construcción de unidad resulta un tanto ambiguo y anacrónico si la misma recae en el cuerpo de uno o dos dirigentes. Tal como sucede en el campo político, muchos dirigentes eligen los medios de comunicación para establecer instancias lúdicas que no llegan a comprender del todo. La óptica narcisista sobre el propio presente y la nostalgia por un pasado épico confluyen como un cóctel tóxico que tergiversa la apreciación general de la realidad efectiva.

Si se presta debida atención al escenario que dejan las jornadas aludidas se podrá entender que se avecina un cambio significativo en el mapa sindical. Las medidas de protesta han impactado en el gobierno, no obstante, se sabe que la actual administración intentará avanzar con su modelo político y económico ignorando lo que suceda en la calle. Sin embargo, la fuerza de ambas jornadas alcanzó, como un tornado arrasador, a la conducción de la CGT. Daer y Acuña han quedado apresados en un laberinto del cual no podrán salir solos y muchos menos aferrados a sus cargos en la Central. Mal parados y sin reacción han perdido algo más que legitimidad política. Su fuerza menguó y si bien los mentados “gordos” cuentan con la potencia de los congresales en la contingencia de las pugnas internas, ello parece no ser suficiente para sostener el peso muerto de ambos dirigentes. Si bien el ciclo de ambos culminó con la salida de Schmid hoy carecen de sustento más allá de lo legal. ¿Porqué seguir? ¿Sólo para que el sello de CGT le de un espaldarazo a tal o cual posible precandidato a presidente? ¿Aferrarse a un puesto es saludable para la institucionalidad de la organización?

Sobre este terreno árido escalan las figuras de Hugo y Pablo Moyano, pero nada es como era. Los tiempos han cambiado y si no logran despejar dudas sobre su juego pendular hacia adentro del campo sindical no les será fácil estar al frente de una conducción más amplia. El Frente Sindical para el Modelo Nacional va a necesitar, a corto plazo, ampliar su margen de convocatoria y para ello tendrá que sumar a gremios cegetistas, muchos de los cuales hoy se sienten abandonados. Si bien el palco de Plaza de Mayo mostró heterogeneidad sindical y unidad en la acción, desde el nuevo moyanismo saben que deben comenzar a buscar consensos que sean sostenibles. En esa línea se disparó el discurso de Sergio Palazzo, quien llamó a concertar más allá de la inestabilidad emocional del moyanismo.

Quienes especulan con la gestación de un nuevo MTA pierden de vista la dispersión que sufrieron aquellas instituciones que lo comprendieron en su momento. Tampoco son idénticos los procesos históricos donde las fuerzas se desarrollan. El país ha cambiado, los interlocutores son distintos y los mensajes expresan otros deseos. La premisa de la unidad no puede quedarse simplemente en el estampado de un discurso. Pero para que ella se haga efectiva falta un armado que prescinda de liderazgos mesiánicos y encauce su rumbo luego de un profundo de debate donde prime la sinceridad del juego que cada actor pretende jugar.

Tal vez ha llegado el momento de bajar el dedo acusador que mira hacia adentro, el Movimiento Sindical necesita revalorarse a partir de la autocrítica. Ha sumado muy poco bajarle el precio a las medidas que eran el confluyentes en ambas jornadas. Sostener el desvalorización de llevar adelante una acción efectiva un 1° de Mayo es también vaciar de contenido la conmemoración histórica. La fecha adquiere una vital importancia porque el recuerdo no se gestó en el abismo ideológico sino, más bien, en la lucha social. Entonces sorprende que algunos dirigentes sindicales, ávidos de protagonismo mediático, no logren enfocar sus diatribas hacia el enemigo común y caigan en la fluctuación especulativa, sobre todo porque anulan la valoración de la resistencia que debería ser global.

Las pulseadas internas además de dilatar y desgastar los procesos de unidad – vale destacar que el Movimiento de Trabajadores en su inmensa mayoría comparte el diagnóstico contra las políticas del gobierno – tiran leña al fuego donde el sentido común pregona su pedagogía anti-sindical. Los medios se nutren de declaraciones en caliente para reordenar su confrontación con el sindicalismo peronista. Establecen una confrontación radical donde existe un intenso debate, lógico del momento actual y usan las declaraciones como bombas atómicas.

Fue notable como cierto periodismo se encargó de mal comunicar cada una de las medidas que se realizaron en estas jornadas y como operaron a favor del gobierno en tal sentido, aun cuando algunos intenten demostrar que son críticos con el neoliberalismo. Aquí cabe pensar como el sindicalismo puede gestionar su propia comunicación, con estructuras que no sean personales o sectoriales, para no posibilitar estas acciones.

Algo similar ocurre con una porción de la “militancia” del campo nacional y popular, que suele entreverarse en discusiones secundarias impuestas en las redes sociales. Para este sector, más cercano a posiciones  progresistas que peronistas, el sindicalismo es una mala palabra. Suele expresarse medianamente a favor de este solo desde una visión coyuntural y exitista, pero no mucho más. No hace falta recordar que hasta no hace mucho tiempo a Hugo Moyano, estos sectores lo catalogaron de traidor y hoy lo consideran una especie de nuevo justiciero social. Los Cancerberos de la moral social y de la Patria caen en la trampa ideológica, pero no como víctimas sino como gestores de la misma. Algo que suena extraño, pero se reproduce desde hace tiempo.

Son horas complejas. Es difícil saber para donde saltará la liebre. ¿Es un punto de inflexión para el Movimiento Sindical? Es posible. En momentos de confusión es necesario revalorizar las posiciones que, gusten más o gusten menos, mantuvieron su coherencia y luego realizaron lo que dijeron que iban a hacer. La disputa social no implica un vale todo, incluye despejar los escombros del camino para pensar con lucidez, no actuar bajo el impulso de la emoción sentimental y no confundir entre amigos al  enemigo. El sindicalismo tiene que lidiar con sus propios fantasmas en un contexto que acelera los cambios pero lo que no debe hacer en el afán de sobresaltar protagonismos es convertirse en uno de esos fantasmas.

 

Director periodístico de AGN Prensa Sindical

 

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