Milei, la mascota de los gringos: la colonia y la resistencia nacional

Por Gustavo Ramírez 

Las cartas están sobre la mesa. No hay manera de mirar para otro lado. El plan de disolución nacional está en marcha. La falsa apariencia de la puja entre derecha e izquierda pierde sentido en un mundo que no es agradable ni cómodo para la Argentina. Milei puso al país en una situación de debilidad extrema en los contornos de la guerra económica. Es colonia o patria. Al mismo tiempo, el libertario se pavonea en redes sociales  con orgullo de ser la  mascota de los gringos y solo mira a los pobres para vestirse de rico.

Estados Unidos vuelve a retomar, con Trump, la premisa adoptada tras la Guerra Fría: asumirse como la única potencia capaz de defender la democracia. La repetición de sentido no lo hace razonable ni creíble. El avance de la multipolaridad representada por los BRICS y por la solidez geopolítica de Rusia y China obliga al republicano a regresar sobre sus pasos y refrendar la vocación colonizadora del imperio en decadencia.

Argentina es una puerta de entrada al Cono Sur, dado que Milei está decidido a cumplir con la imposición de la oligarquía y reducir a la Argentina a una mera expresión neocolonial, absolutamente servil al capital anglo-estadounidense. En la franquicia ideológica se ve reflejada la gramática de la dominación y la explotación, comparable al ciclo preperonista.

Las Fuerzas del Cielo no resultaron ser inocentes; operaron como quinta columna para sustentar a un gobierno de ocupación. La retórica libertaria justifica la piratería estadounidense, en tanto se consolida la subordinación a los organismos usureros del capital global como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.

El endeudamiento no solo sirve para sostener al régimen, sino que funciona como un seguro geopolítico y geoeconómico para la integración vertical pretendida históricamente por Estados Unidos. En este contexto, los enemigos internos y externos de la Argentina tienen bien identificada a la fuerza nacional que puede resistir el avance material del capital de dominación: el peronismo.

Las declaraciones de Peter Lamelas, un personaje que representa el pintoresquismo sobreideologizado de la cultura protestante estadounidense, no son ni inocentes ni casuales. Lo que el pirata gringo emula es la prepotencia del patrón sobre el peón desprotegido. La rémora de Braden expuso las intenciones del gobierno de Trump sobre la Argentina. La vocación imperial quedó expuesta en las brabuconadas piratas, reproducidas a diestra y siniestra por la propaganda liberal como el regreso argentino al plano internacional.

Milei ratificó su posicionamiento durante su aparición en el antro del Jockey Club. Genuflexo y convencido de ser un buen empleado, brindó un discurso anacrónico donde rindió loas a Carlos Pellegrini, a la aristocracia porteña y a la oligarquía pro sajona. El clown aseguró: “Es momento de que la sociedad, y especialmente las élites, recuperen el coraje de soñar. Por eso, no se me ocurre mejor lugar que este para mencionar estos temas, porque ustedes pueden ser la punta de lanza de este nuevo país”.

En este concurso de pantalones bajos, en las últimas horas el gobierno de la provincia de Buenos Aires desactivó un complot para generar desestabilización institucional que involucra a oficiales de la policía bonaerense y a un ignoto ex comisario devenido en militante libertario.

Lejos de las teorías conspirativas y las intrigas palaciegas, nada de lo descubierto por la gobernación resulta extraño y mucho menos absurdo. Maximiliano Bondarenko reporta directamente a Patricia Bullrich, una experta en montajes de operativos destructivos y adicta a la violencia y al caos como herramientas del ejercicio político.

Lamelas, Bondarenko, Bullrich, Milei. Son parte de un mismo dispositivo. Instrumentos de la colonia no reparan en daños. No caben en sí mismos de ser tan efectivos en el servilismo. Reditan la Argentina del fracaso, mientras hablan de democracia y de libertad.

Como contrapartida, Axel Kicillof asume la ofensiva discursiva en medio de una campaña que no parece guardar lugar para medias tintas. El gobernador resiste en soledad la balacera externa y el fuego interno. No obstante, la urgencia actual no redunda en una sólida unidad, sino en la articulación posible, tensionada por La Cámpora y por la ausencia de conducción estratégica.

No obstante, la insurgencia no proviene del terreno político, empecinado en legitimar la situación coyuntural, respondiendo al paradigma materialista sin un programa de base y con una retórica debilitada por el desgaste que produce el internismo, tan absurdo como mezquino. La sublevación se organiza en el núcleo no fosilizado del Movimiento Obrero. Mientras que el sector en repliegue de la Confederación General del Trabajo pasa a través de la realidad como el Fantasma de Canterville, existe una fuerza que se reagrupa en el Frente por la Soberanía, el Trabajo Digno y los Salarios Justos.

El nuevo espacio mostró capacidad de acción, al mismo tiempo que trazó ejes programáticos que le dan contenido a la resistencia y a la organización de la lucha. Anticipándose a los hechos de los últimos días, el Frente puso de relieve la discusión estratégica sobre la Soberanía Nacional como un hecho integral de la realización argentina. El dato no es menor si se tiene en cuenta el mapa general del estado de situación.

Al mismo tiempo, las condiciones materiales comienzan a modificarse para el gobierno. La expectativa general deviene en desconfianza y en rechazo al rumbo económico, por más que el enjambre mediático-propagandístico pretenda en todo momento refrendar las apócrifas virtudes del estatuto colonial. Aun con el apoyo del Fondo Monetario y la reivindicación de los gringos, el plan económico de Caputo y Sturzenegger naufraga. La desesperación oficial se torna en debilidad y esto se percibe en la calle. No está claro si el cambio de clima social se va a traducir en respuesta política y electoral.

En principio, es atinado comenzar a mirar lo que se gesta de la periferia al centro. La proximidad de la histórica peregrinación de San Cayetano, el próximo 7 de agosto, suscita expectativa pero describe un ambiente de agitación en crecimiento. No son pocos los dirigentes sindicales y populares que coinciden en afirmar que, a este ritmo, la conflictividad social irá en aumento.

Por otro lado, aunque Bullrich se empecine en negarlo, el gobierno reaccionario hace tiempo que perdió la calle. Este no es un tema menor, en términos tácticos, para la clase trabajadora. Sin embargo, es algo que no logra distinguir una gran porción de la dirigencia política del campo popular.

Hay datos que reflejan el síntoma: a comparación de los primeros meses del año, donde las fuerzas represivas imponían la violencia del régimen contra jubilados y manifestantes en general, en esta parte del año las personas movilizadas de manera orgánica e inorgánica le han perdido el respeto al aparato represivo. Esto es fatal para el sostenimiento de la guerra económica que lleva adelante Milei. El fracaso de Bullrich, una vez más, se traduce en un agotamiento de la narrativa libertaria que se choca de frente con la realidad.

Esto no quiere decir que el gobierno esté en su etapa terminal. Solo manifiesta síntomas de agotamiento. A ciencia cierta no es posible saber hasta cuándo es sostenible la situación. El antiperonismo es un factor de cohesión importante para el sustento argumentativo de la colonia. Incluso es el alimento de la propaganda. Por eso, algunos dirigentes del campo sindical aseguran que hay que retomar el camino pedagógico de la persuasión. Los cuadros políticos intermedios confirman que es necesario volver a caminar los barrios para encontrarse cara a cara con los vecinos y escuchar sus reclamos y propuestas.

Es momento de volver, como decía Jauretche, a ser “capaces de mirar el universo, con los pies enterrados en nuestro propio suelo”. Cobra vigor la expresión del Frente por la Soberanía, el Trabajo Digno y los Salarios Justos, que reafirma la importancia táctica de llevar la unidad a la calle.

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