En el mundo de los negocios, nadie es inocente. En el universo digital, tampoco. Así que los argumentos que esgrime la gestión libertaria para defender a Milei resultan tan cándidos como insuficientes. Al mismo tiempo, existe una profunda subestimación del conjunto de la población por parte del oficialismo, que le permite tirarse de cabeza hacia adelante porque está convencido de que todo pasa.
Milei ganó unos días más para contarlo. Asumió, a instancias de su jefe de propaganda, Santiago Caputo, y su agente de prensa colonial, Jonatan Viale, el rol de víctima y de incauto. En el barrio, se dice comúnmente que se hizo el boludo. Para llenar los espacios vacíos que dejó su operación, no eligió blanquear su posición; esgrimió la falsa opción del “optimismo tecnológico” con flácida placidez, puso cara de gil, aunque estaba nervioso, y aceleró contra el muro de su propia insuficiencia.
Consultados por este medio, distintos dirigentes sociales, políticos y sindicales coincidieron en señalar que la exposición de la maniobra, que incluyó la viralización de un crudo de la entrevista con Viale, donde se vieron todos los hilos de la manipulación, se referencia en una puja de intra-poderes. Milei acusó recibo del golpe, pero no parece del todo consciente: no hay manera de cortarse solo cuando se le deben tantos favores a la oligarquía.
Por estas horas, lejos del ruido mediático y las comparecencias alcahuetas y arrastradas por parte de sus “aliados” políticos, de Milei solo queda la atrofia de su porfía. Acelerar más allá de lo posible no termina por ser una decisión política, sino un suicidio social, de alguien que vive inmerso en el credo del culto a su personalidad y carece de comprensión de lo que demanda el juego del poder.
El libertario siempre fue una parodia de la decadencia liberal; la cuestión es que, más allá de la categorización y de la descripción, es un sirviente de los poderes coloniales que no tendrá cargo de conciencia alguno en ejecutar, de la manera más cruel posible, el plan de exterminio de lo nacional que tiene entre manos la oligarquía. Aun así, Milei no es un psico-killer; apenas es un rufián de poca monta con un profundo complejo de inferioridad cargado en la mochila de su historia.
Argentina suele naturalizar la fatalidad como una derivación absurda de la extravagancia del sistema. En todo caso, lo que ello demanda es la incorporación, la internalización de la negación de la libertad. El sueño de la plata fácil reemplaza la noción de movilidad social ascendente a través del trabajo porque las relaciones materiales se mercantilizaron hasta el extremo de borrar el propio sentido de la vida. La timba, en sus distintas expresiones, es un catalizador del poder. Es uno de los resultados de la guerra cognitiva, del ejercicio de la psicopolítica.
La transvaloración de los valores redita la condición de sujeción que impone el poder político frente a las necesidades materiales. En una reciente entrevista, en nuestro programa La Periferia, la Secretaria Gremial de la UTEP, Johanna Duarte, contó cómo los jóvenes ven el juego online como una posibilidad de escape ante el avance de la miseria.
Es eso o la droga. No hay demasiados caminos para elegir. De este modo, el poder del capital se desplaza silenciosamente sobre la vida de cada uno de los eslabones que hacen a la integridad de la comunidad, precisamente para desintegrarla y tener así un campo fértil para la sujeción y la expansión.
“Ya no trabajamos para nuestras necesidades, sino para el capital. El capital genera sus propias necesidades, que nosotros, de forma errónea, percibimos como propias”, afirma el filósofo Byung-Chul Han. El “optimismo tecnológico” contribuye a afianzar ese nuevo esquema de trabajo que se convierte en un tópico del individualismo y desarrolla nuevas estrategias cognitivas para que el dependiente incorpore a su noción de existencia la condición subyugante de la dependencia como un factor natural y hasta positivo.
Afirma Han: “El poder está precisamente allí donde no es tematizado. Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa. El poder sucede sin que remita a sí mismo de forma ruidosa”. El caso de la criptoestafa nos remite a ese silencio porque el problema no está en lo que se ve y escucha sobre el hecho, sino que radica en saber, conocer y comprender quiénes están detrás de ese oscuro tejido materialista que en minutos hace más ricos a los ricos.
Mientras tratamos de dilucidar las condiciones del poder, millones de familias tienen que elegir entre mandar a sus hijos a la escuela o darles de comer. Este panorama desolador languidece bajo las luces de los reflectores que iluminan falsos escenarios. Y vamos otra vez: el poder del capital también se manifiesta en nuevas formas de violencia. Esta es parte de su esencia. Ella anula todo sentido de dignidad y de razón.
La miniserie America Primaveral refleja esa condición sistémica. La fundación de Estados Unidos, el país liberal y protestante, hijo de la tragedia victoriana, se sostiene sobre dos pilares de la condición mundana del poder capitalista: la moral del capital y la norma violenta del protestantismo. El patrón determinante de ese trazado es la muerte. Pero no como condición aleatoria, sino como estructura política.
Milei, en cierta medida, como idiota útil, trata de espejarse en esos condicionamientos estructurales. El régimen se lo demanda y él lo desea. Goza en el daño, aun cuando está dirigido hacia sí mismo. Es el Yo subordinado al capital. Como tal, no existe expresión de vida en esa entelequia. Se desfigura la conciencia sobre sí mismo, y el individuo está desubicado permanentemente, no como patología, sino como determinación política.
En su propia miniserie, era un protagonista cómodo. Pero los guionistas, a causa de su improvisación, decidieron darle un giro a la historia. En el juego del poder capitalista no existe la dualidad oferta y demanda. Solo hay demanda. Ese territorio tiene dueños, y a esos dueños no les importa quién sea el que llega a sus tierras sin permiso. No hay ninguna posibilidad de que el forastero se quede ahí y se afiance.
Si hay negocio, hay precio. Es el pacto social. Milei quiso saltar más alto de lo que podía llegar. No le dio. Ahora, alguien tiene que pagar. Con la plata no se jode. Es hora de saldar las deudas. La moneda de intercambio no es virtual, es de carne y hueso, y es su hermana. Karina. La repostera que llegó a jugar un juego que no parece comprender del todo. Es ella o el gobierno.
Hablamos y escribimos sobre cifras inimaginables. Alguien apuesta, como en El jugador de Dostoyevski. Ahí está el árbol de los suicidas, detrás de las mesas de juego. No importan demasiado las cifras que nunca vamos a alcanzar a ver. Lo virtual se desvanece. Milei es algo más que un estafador de poca monta. Sus apuestas políticas determinan que millones de personas pierdan todo a cada instante mientras creen que no lo hacen.
Milei no es inocente, tampoco es una víctima. Él es un eslabón de la cadena de poder del capital que intenta destruir a la Argentina. Ahora bien, la cuestión estriba en discernir el rol de la “oposición” en todo esto. Hay cierta complacencia y comodidad en aferrarse a la mera indignación moral y a la denuncia paralizante. Todo está demasiado quieto, en ese sentido. ¿Por qué?
¿Cambió algo después de la criptoestafa? Sí. Lo que ocurre, como en todo este proceso, es que no existen certezas sobre la real dimensión de los acontecimientos ni sobre las derivaciones del caso. El caos parece imperar, y no es casual. El caos también es inducido, quien tenga el valor de mirar hacia sus costados lo comprobará.
20/2/2025
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