Ya no hay manera de negar la crisis. La verborragia demagógica de Riquelme no sirvió para calmar los ánimos frente a una realidad que se impone a causa de una sucesión de malas decisiones que involucran a dirigentes, cuerpo técnico y jugadores. Boca es crisis.
La debacle de juego y la magra cosecha de resultados reitera una imagen que se repite como estigma: el equipo no transmite nada dentro de la cancha, el cuerpo técnico no encuentra el rumbo y la dirigencia no reacciona. Boca parece roto y, lo que es peor, a ciencia cierta, más allá de declaraciones ocasionales, nadie sabe cómo salir de esta situación.
Russo decidió ir a la cancha de Huracán a jugar con un triple cinco y un doble nueve. Retrasó a la línea de central a Paredes, mandó a un lateral al pibe Delgado, que volvió cuando nunca se tenía que haber ido, y dejó que Belmomonte juegue a ser él, perdido en el mediocampo, donde corre sin sentido atrás de jugadores contrarios mientras que la pelota nunca pasa por sus pies.
Adelante, Cavani y Merentiel. Pero Boca decidió no atacar. Una constante que se repite en el fútbol local: la mayoría de los equipos juegan a no perder. El Xeneize no es la excepción. El problema es que esto lo hace desde hace años; en ocasiones, los resultados positivos sirven para esconder la mugre debajo de la alfombra. Cuando los resultados son adversos ocurre lo que estamos presenciando.
El Consejo de Fútbol era consciente de lo que implicaba el regreso de Russo a Boca. Riquelme pretendió utilizarlo como escudo para parar la bronca después del traspié con Gago. Ahora, el dato es que propios y ajenos sabíamos de antemano que ambas direcciones técnicas iban a durar muy poco al frente del equipo, aun cuando, a priori, ambos técnicos tuvieran características diferentes.
Otra vez se apostó a una individualidad para encarar un problema colectivo. Esta es una característica de la actual conducción. El ejemplo más claro es el amontonamiento de jugadores solo porque son de la preferencia de Román o del Consejo. Las contrataciones nada tienen que ver con un planteo de juego o con demanda de los técnicos. Esto llama la atención porque quienes manejan el fútbol en Boca son exjugadores que saben de qué se trata esto. Sin embargo, actúan como improvisados e incluso como agentes extraños al mundillo futbolístico.
La llegada de Paredes, a destiempo frente a la necesidad del equipo, pone en evidencia este rasgo distintivo. Para peor, se le impone un rol que el campeón del mundo nunca ocupó en su biografía deportiva: el de líder del equipo, dentro y fuera de la cancha. A esto se le suma que Russo lo usa de cinco en un esquema de doble cinco donde el juego de Paredes se desperdicia.
El otro dato: todos se empecinan en afirmar que conocen el mundo Boca, pero naufragan a la hora de trasladar este “conocimiento” a un esquema táctico. La historia de Boca manifiesta que siempre se jugó con un cinco solo, bien parado en el medio, un ocho dinámico y un diez de galera y bastón, más un nueve furtivo. Paredes rinde más jugando delante del cinco, en posición creativa. Pero resulta que los expertos en Boca se pasaron mucho tiempo viendo la película equivocada.
Como si fuera poco, hay jugadores que sufren el síndrome del pecho frío: Velasco, Palacios, Advíncula, Zenón, Cavani. Pero cuando declaran parecen gladiadores romanos dispuestos a dar su vida por el emperador y el imperio. Claro, tienen que justificar los millones que se llevan ganen o pierdan. Que se entienda: nadie dice que un jugador no puede ganar plata por patear una pelota, solo se les pide que lo hagan bien o, mínimamente, que lo hagan.
El papelón del cambio de Merentiel en el inicio del segundo tiempo refleja el caos que es Boca. La anarquía general se traduce en la impotencia que demuestra el equipo, partido tras partido, donde los jugadores tocan la pelota para atrás y se niegan a patear al arco. Sí, no hay uno que sea rebelde. El uruguayo se calentó porque lo sacaron y rompió un vidrio en el vestuario. Uno imagina que esa energía se podría canalizar en la cancha. A ver, Merentiel es lo mejorcito entre la mediocridad, pero antes de enojarse tiene que pensar qué le dio a Boca. Goles sueltos no son campeonatos. No se trata de caerle a él, pero es un ejemplo claro de las tensiones absurdas que se genera el propio Boca.
Al mismo tiempo, Russo se quedó sin tiempo. Sostenerlo es parte de una política caprichosa y narcisista que niega la realidad. Por otro lado, significa no cuidarlo. Es cierto, el DT no es inocente. Pero somos todos grandes: es un gesto de humildad y sabiduría saber correrse a tiempo.
Ahora bien, se va Russo y el problema va a subsistir si no hay un cambio radical en la cabeza de la conducción. Del mismo modo, ¿es posible revertir esta situación con jugadores que ya dieron su techo y no tienen más para dar? ¿Cómo la parte del problema puede ser la solución?
Por otro lado, los carroñeros políticos huelen al cadáver desangrándose y se relamen. Ven a un Riquelme debilitado, recostado en esa falsa apariencia que es el riquelmismo, y avanzan. La jauría mediática hace su trabajo pedagógico. Pero en Boca no hay reacción. Por el contrario, impera el escepticismo y uno no puede dejar de pensar que estamos encerrados en un loop del cual no podemos salir porque los encargados de encontrar la salida están embriagados de yoísmo.
Russo se hizo cargo de la situación. Es poco creíble. Dijo que esto se revierte con trabajo. ¿Hasta acá no se trabajó? Las declaraciones de ocasión no suman, son una resta de resultado cero. Lo concreto es que, en medio de este despropósito, nadie piensa en Boca porque parece que lo más importante no importa. Todos lo vemos menos los ingenieros del caos.