Internacionales

Libia: Khalifa Hafther camino al Sahel

*Por Guadi Calvo

El repentino choque armado entre la Fuerza Conjunta de Misrata y la milicia local, Rahbat Dorou, que se prolongó durante la noche del viernes al sábado pasado, dejando nueve muertos y unos quince heridos en la zona de al-Qarabulli, en el municipio de Tajura, al este de la ciudad de Trípoli, más allá de que el choque finalmente fue contenido, por presión del propio Primer Ministro, Abdulhamid Dbeibé, y el llamado de atención del gobierno argelino. La nueva crisis hizo que la Universidad de Trípoli haya suspendido sus actividades hasta nuevo aviso.

Este episodio ha sido un recordatorio más sobre la crítica situación de seguridad que vive el país desde 2011, cuando los Estados Unidos, la OTAN y las monarquías del Golfo Pérsico comenzaron sus operaciones sobre la Libia del Coronel Muammar Gaddafi. Seguramente, muy pocas personas imaginaron que, a trece años de aquello, seguiríamos hablando de la guerra civil, que, más allá de algunos interregnos, siempre produce un nuevo capítulo.

Seguramente, algún puñado de funcionarios del Pentágono o los británicos del MOD (Ministry of Defence) tenían la aspiración, cuando diseñaban la Primavera Árabe, de que el país llegara en estas condiciones hasta hoy, y sí, lo consiguieron.

En esos mismos laboratorios, donde se elaboró el genocidio libio, siguen apostando a que el caos que lo han provocado persista lo máximo posible, perpetuando el saqueo de sus recursos naturales y, como en el juego de los tres cubiletes, los prestigiadores continúen confundiendo al mundo respecto a qué ha sido de los miles de millones de dólares, euros y toneladas de oro que el Coronel había depositado en bancos de Londres y Nueva York. Hecho que, sin ninguna duda, cargó la bala que lo terminaría ejecutando en Sirte, la misma ciudad donde había nacido sesenta y nueve años antes.

Apenas se conoció el martirio del Coronel en octubre de 2011, las fuerzas desplegadas en el país, financiadas por la entente, y las que, gracias a la aviación de la OTAN, encontraron allanado el camino a la victoria, se partieron en docenas de milicias, agrupándose en torno a diferentes ciudades que se han enfrentado entre sí o se han aliado contra un enemigo de sus financiadores.

Mientras, esas bandas, por la propia, gestionan innumerables negocios que van desde el contrabando a la custodia de políticos, empresarios, diplomáticos y entidades de todo tipo, trafican personas, drogas, combustibles y armas, controlan los puertos y cobran peaje a los miles de refugiados que intentan llegar a Europa, además de haber refundado los mercados de esclavos.

De ese maremágnum, emergieron claramente dos bloques: el del Este, con capital en Benghazi/Tobruk, liderado militar y políticamente por el general Khalifa Haftar, jefe de la milicia más poderosa del país, el Ejército Nacional Libio (ENL), y al Oeste, con capital en Trípoli, rige el Gobierno de Unidad Nacional (GUN), un sello de goma manejado por Naciones Unidas, que ha puesto a dedo una serie de funcionarios para organizar el país, que la realidad ha ido devorando uno a uno.

El último fue el senegalés Abdoulaye Bathily, nombrado en septiembre de 2022, quien renunció en abril pasado, argumentando que jamás alcanzó a tomar el control del proceso debido al estancamiento de las conversaciones entre las distintas partes del complejo entramado político del país. Una realidad que hace cada vez más remota la posibilidad de la realización de elecciones, un proceso más lejano, incluso, que la paz.

En el actual contexto, arrecian las denuncias sobre trata, tortura, trabajos forzados, extorsión, venta de personas, entre los que se incluyen niños, detenciones arbitrarias, ejecuciones sumarias, expulsiones masivas de migrantes que, en procura de los puertos para alcanzar Europa, llegan desde cada rincón del continente e incluso lugares tan remotos como Asia Central o el sudoeste asiático. El descubrimiento constante de fosas comunes, en las que los traficantes de personas esconden sus fracasos, es solo una prueba más del descontrol generalizado.

Según Imad Trabelsi, el Ministro del Interior libio, en el país hay dos millones y medio de inmigrantes, de los que entre el setenta y ochenta por ciento se encuentran de manera ilegal. Los que, prácticamente en su totalidad, esperan la oportunidad para el cruce del Mediterráneo. A pesar de los esfuerzos de la Unión Europea (U.E.), que invierte millones de euros en la vigilancia del Mediterráneo para impedir esas travesías, también han “sobornado” a los gobiernos de Libia, Túnez y Egipto para que impidan ese tránsito, que desde 2014 ha provocado la muerte, en multitud de naufragios, de entre treinta y cuarenta mil migrantes.

Esta situación es responsabilidad exclusiva de Washington y sus acólitos, que han sumergido a un país que, hasta hace trece años, era una potencia regional y se proyectaba a escala mundial. Los sobornos de la U.E. han convertido el cruce del Mediterráneo en una práctica mucho más peligrosa, obligando a la creación de nuevas rutas, como la que va desde las costas mauritanas a las islas Canarias, donde la muerte y desapariciones por los naufragios ya se han convertido en una noticia casi cotidiana.

Además, por presión de la U.E., los gobiernos de esos tres países magrebíes han lanzado campañas de persecución contra los cientos de miles de personas que llegan a sus geografías para intentar el cruce, practicando detenciones ilegales con el posterior traslado a áreas desérticas, donde son abandonados a su suerte, sin víveres y después de haberles quitado los teléfonos celulares, crimen que está, sucediendo en este preciso momento, provocando, como ya se ha denunciado, un número desconocido de muertes.

 

Hafther siempre está

El Gobierno de Unidad de Libia, con sede en Trípoli, reconocido por Occidente y liderado por el Primer Ministro Abdulhamid Dbeibé, después de cuatro años de alto el fuego con las fuerzas del general Hafther, debió elevar el nivel de alerta de sus fuerzas, el Comando de Operaciones Conjuntas junto a la Agencia Nacional de Fuerzas de Apoyo, tras la movilización de las tropas del Ejército Nacional Libio (ENL).

Situación que incluso obligó a la Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia (UNSMIL) a seguir los movimientos de dichas fuerzas, que se produjeron en distintas áreas del país, con mayor intensidad en el sur y el oeste, con particular atención.

Las relaciones entre Hafther y el gobierno de Trípoli han sido, desde la caída de la Yamahiriya (Gobierno de masas), siempre tensas, ya que el hombre impulsado en su momento por la CIA para reemplazar a Gaddafi no ha conseguido elevarse por sobre la medianía de las opciones políticas libias que surgieron a partir de 2011. Aunque Hafther sí supo tejer diversas alianzas políticas-militares con países como Egipto o los Emiratos Árabes Unidos (EAU), que han financiado su carrera al poder, cuestión que se ha frustrado en varias oportunidades, como en 2020, cuando sus fuerzas fueron frenadas a las puertas de Trípoli por el GUN, con apoyo de Turquía, conteniendo un espectacular avance que se sucedió entre abril de 2019 y junio de 2020. (Ver: Libia, La victoria cambia de lado.)

Desde entonces, nada ha cambiado en Libia, donde continúa el tenso equilibrio entre el Este y el Oeste, al tiempo que las brigadas de un lado y el otro siguen operando. Manteniendo algunos combates esporádicos, como los del último viernes, casi siempre en poblaciones cercanas y hasta en el mismo interior de Trípoli, aunque nunca este tipo de combates más que a cuestiones políticas están vinculados a intereses económicos derivados de sus actividades ilícitas.

En un comunicado de Trípoli, se refirió al despliegue de los efectivos de Hafther como un intento de ampliar el control del LNA sobre regiones vitales cercanas a la frontera entre Túnez y Argelia, lo que incluía el aeropuerto de Ghadames, a 650 kilómetros al suroeste de Trípoli. Esta zona tiene un gran valor estratégico por su cercanía a las fronteras de Argelia y Túnez y podría imposibilitar los avances del gobierno de Trípoli hacia el sur, impidiendo su acceso a esa zona fronteriza, al tiempo que el gobierno de Benghazi podría establecer una puerta de acceso.

Los movimientos de Hafther podrían estar vinculados a los intereses del general de legitimar el gobierno de Bengasi, fortaleciendo sus relaciones diplomáticas con los gobiernos que conforman la nueva Confederación de los Estados del Sahel (AES), compuesta por Burkina Faso, Mali y Níger, a la que no sería extraño que se sume en poco tiempo más el Chad. Una alianza que cuenta con el apoyo de Moscú, Beijing y Teherán.

Confirma esta versión el viaje de Saddam Haftar a Burkina Faso, que se conoció recién semanas después. El hijo del general fue ascendido por su padre a jefe del Estado Mayor del Ejército Nacional Libio (LNA) en mayo pasado, donde se reunió con el capitán Ibrahim Traoré, jefe de la junta militar burkinesa. Más tarde, Saddam viajó a Yamena, la capital chadiana, donde se entrevistó con el general Mahamat Idriss Déby, elegido presidente en mayo pasado (Ver: Chad, ¿frente a cambio histórico?) para abrirle el camino al general Khalifa Hafther a la región del Sahel.

 

 

 

*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

 

 

 

 

14/8/2024

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