*Por Guadi Calvo
Cuando todavía muchos fieles se estaban dirigiendo hacia las mezquitas de los barrios periféricos al sudeste de Bamako, la capital de Malí, Faladiè y Banankabougou, para realizar la primera ṣalāt al-faǧr (oración del amanecer), se comenzaron a escuchar disparos que llegaban desde la Escuela de Formación de Gendarmería, próxima al principal aeropuerto internacional del país, Modibo Keita Senou, desde donde se comenzaron a levantar columnas de humo negro.
El predio que también ocupa la Base Aérea 101, a un kilómetro de las terminales comerciales y sede de las unidades de élite de la gendarmería: el Grupo de Intervención y Vigilancia de Acción Rápida (GARSI) y el Pelotón de Intervención de la Gendarmería Nacional (PIGN). Ambos sitios estaban siendo atacados por una khatiba del grupo rigorista Jama’a Nusrat ul-Islām wa al-muslimīn (JNIM) (Grupo de apoyo al islām y los musulmanes), la franquicia de al-Qaeda para el Sahel, que fueron repelidos por efectivos de las Fuerzas Armadas de Mali (FAMa), junto a miembros del Cuerpo de África, como se conoce ahora al Grupo Wagner.
En dicha base se encuentran estacionados numerosos aviones, drones y helicópteros de la fuerza aérea maliense; según se informó, algunas de esas naves habrían sido alcanzadas por el fuego del combate que duró cerca de diez horas. Finalmente, dejaron un número no revelado de víctimas, aunque imágenes televisivas permitieron ver al menos cinco cuerpos sin vida y una veintena de muyahidines tomados prisioneros, a los que se les veía con los ojos vendados y las manos atadas.
Mientras, en un comunicado de prensa publicado cerca de las ocho de la mañana, la Dirección de Información y Relaciones Públicas de las Fuerzas Armadas (DIRPA) informaba sobre lo que estaba sucediendo, además de advertir a los ciudadanos que no se acercaran al lugar, ya que los combates eran intensos y se estaba utilizando armamento pesado. Mientras tanto, distintas áreas de la zona sur de la capital habían sido acordonadas, donde se estaban desarrollando tareas de búsqueda y limpieza por parte de las FAMa y fuerzas de seguridad, en busca de sospechosos y cómplices.
Si bien no es la primera vez que sucede en estos últimos años, los ataques del pasado día 17 y 18 de septiembre contra distintos objetivos de Bamako han sido los más cruentos de los últimos años. El primero de importancia que se había registrado fue en noviembre de 2015, cuando hombres armados asaltaron el Hotel Radisson Blu, en el que murieron veinte personas. (Ver: Qué hay más allá del ataque al hotel Radisson).
Aquel ataque había sido reivindicado por grupos tuaregs, vinculados a al-Qaeda para el Magreb Islámico (AQMI), Ansar Dine (Defensores del Islām) y el Movimiento para la Unidad y Yihad en África Occidental (MUJAO), liderado por el mítico Mokhtar “Mr. Marlboro” Belmokhtar, un argelino veterano de Afganistán, donde perdió un ojo, y de la guerra civil de su país (1992-2002), de quien se dice que ha hecho una fortuna contrabandeando cigarrillos.
Estas organizaciones, a partir de 2017, junto a otros grupos rigoristas, se fusionaron con el nombre Jama’a Nusrat ul-Islām wa al-muslimīn, siempre leales a al-Qaeda. En marzo de aquel año, un atentado había matado a cinco personas en el restaurante La Terrasse, de la calle Princesa, en el barrio L’Hypodrome. Recién dos años más tarde, un nuevo ataque se produjo en la capital malí, esa vez contra el complejo turístico Le Campement, en Yirimadio, en la periferia sur de la ciudad.
El último atentado terrorista de gran escala en Bamako se había ejecutado en marzo de 2016, contra el Hotel Azalai Nord-Sud, sede en Bamako de la Misión de Entrenamiento de la Unión Europea en Mali (EUTM). Desde entonces, Bamako dejó de recibir ataques de importancia hasta julio de 2022, cuando la guarnición militar de Kati fue atacada, lo que dejó un soldado muerto, seis heridos y ocho insurgentes prisioneros.
Kati es, además, una de las unidades militares más poderosas del país y la residencia del presidente del gobierno de transición, el coronel Assimi Goïta, desde que los militares tomaron el poder en mayo de 2021, debido a la pésima gestión de la guerra contra el terrorismo por parte del gobierno del entonces presidente Bah N’Daw. El coronel Goïta, además, es el actual líder de la Confederación de Estados del Sahel (CES), que Mali, junto a Níger y Burkina Faso, conformaron el 16 de septiembre del año pasado. Los ataques de esta semana, sin duda, están vinculados a este aniversario y a la proximidad del día 22, cuando se conmemora la independencia del país.
Más allá de la contundente respuesta de las FAMa, las operaciones se extendieron por varias horas bajo la dirección del jefe del Estado Mayor del ejército, Oumar Diarra, mientras que el aeropuerto permanecía cerrado por lo menos hasta las primeras horas del jueves 19.
La ciudad acosada
Con este tipo de ataques, instrumentados por detrás de las organizaciones terroristas, por la inteligencia francesa y norteamericana, han debido tolerar no solo que los jóvenes militares nacionalistas, al mejor estilo de Gaddafi, Sankara o Nasser, expulsen de sus territorios tanto a sus ejércitos y cuerpos diplomáticos, sino, fundamentalmente, que hayan acotado las operaciones de las empresas, particularmente las francesas, que han explotado hasta el hartazgo los recursos naturales de esos países sin ningún tipo de control desde fines del siglo XIX.
Los jóvenes coroneles que se pronunciaron el 24 de mayo de 2021 en Mali buscaron de manera inmediata la alianza militar con Rusia. Se han convertido en el ejemplo a seguir por sus pares de Burkina Faso y Níger, que desarrollaron procesos similares para terminar con los gobiernos aparentemente “democráticos”, aunque profundamente corruptos, adscriptos a los intereses de París y Washington.
En este contexto, es imposible no asociar esta última operación en Bamako con la trágica incursión de una fuerza compuesta por rebeldes tuaregs del Marco Estratégico Permanente (CSP), muyahidines del JNIM y miembros de la inteligencia ucraniana, con el apoyo táctico de Francia y los Estados Unidos, a finales de julio en Tinzaouatène, en el extremo noreste del país, junto a la frontera argelina y a aproximadamente mil quinientos kilómetros de Bamako, donde los rebeldes independentistas habrían emboscado y asesinado a una fuerza conjunta de las FAMa y el ex Grupo Wagner. (Ver: Mali: Una quimera ucraniana en el desierto).
El tiroteo del pasado martes también puede tener un condimento de la política local, ya que se produjo unas pocas horas después del inicio del juicio relativo a la compra fraudulenta, en 2014, de un avión para uso presidencial, además de contratos por equipamiento militar que involucran a varios ex altos mandos militares, políticos y empresarios. Los cargos que se les imputan abarcan desde corrupción, tráfico de influencias, ataques a la propiedad pública, hasta falsificación de documentos públicos y uso de falsificaciones.
Dado el número y el poder de las figuras implicadas, que mantienen todavía cierto poder residual, no sería extraño que el ataque, entre las varias implicancias que tiene, intentara disimular este proceso, al tiempo que, para los terroristas, no ha dejado de ser un buen golpe publicitario para demostrar su capacidad táctica y estratégica para realizar operaciones de envergadura tan cerca del poder central y a más de mil kilómetros de distancia de su campo habitual de operaciones.
Es una certeza que ataques como el del pasado martes diecisiete se volverán a repetir con diferente intensidad, no solo en Bamako y el resto del país, sino también en Níger y Burkina Faso, donde los ejércitos están en guerra por su autodeterminación, los muyahidines la libran por la fe y Occidente por sus intereses imperiales.
*Escritor y periodista argentino. Analista internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
20/9/2024