El último jueves, el gobierno libertario pagó cerca de US$ 4.700 millones de deuda que corresponden a intereses de bonos reestructurados en 2020. Lo que para el oficialismo es un signo de recuperación económica se traduce, para el pueblo argentino, en mayor pobreza y profundización de la destrucción de la matriz productiva. Al mismo tiempo, Milei y Caputo prometen mayor endeudamiento y ajuste, lo que implica la profundización de la crisis y la disolución de la endeble matriz productiva industrial.
En 2025, los vencimientos de deuda en dólares se aproximan a los 17.300 millones. De ellos, 8.000 millones son de intereses y 9.300 millones pertenecen a “amortizaciones”. Los intereses del “préstamo” del Fondo Monetario ascenderán este año a US$ 2.600 millones, mientras que el pago a otros organismos de crédito será de US$ 3.200 millones. Toda la política económica libertaria apunta a sostener la dependencia económica con el capital financiero extranjero, lo que es una muy mala noticia para el conjunto del pueblo.
La propaganda del régimen afirma que el ajuste era necesario sin explicar por qué ni para qué. Tampoco hay quien exija de manera firme y determinante esas explicaciones. Todo pasa, parece ser el eufemismo del momento, sobre todo porque gran parte de la agenda mediática se imbrica en los edredones de culebrones veraniegos y la discusión política queda aplastada bajo una gran montaña de podredumbre socio-cultural.
Si se evidencian los datos del desplazamiento de dólares hacia el pago de deuda, se observa con claridad que el “sacrificio” económico al que es sometida la mayoría de la población no tendrá como resultado final ningún beneficio. Es simple: si el FMI libera nuevos flujos de moneda gringa, estos no irán a parar a las arcas del país, de los argentinos y argentinas, sino que beneficiarán al propio organismo de crédito internacional.
Esto no solo implica que Argentina continúa por la senda de la dependencia, sino que, además, expandirá el poder político de la oligarquía local y la injerencia de Estados Unidos en la dirección económica del país. La vocación proimperial de Trump denota que ya no expresa la idea de reclusión interna. El liberal republicano está decidido a confrontar comercialmente con China, a sostener una relación ambigua con Rusia y a recuperar el terreno en el pragmatismo hegemónico sobre América Latina. Como principal accionista del FMI, volverá a imponer condiciones para el subyugamiento de nuestro país.
Nada de esto representa buenas noticias para el país. La destrucción del mercado interno es un hecho, y la disolución de la matriz productiva industrial nacional, en sus mínimas expresiones, ha quedado totalmente arrasada. Esto deriva en una reducción significativa de la empleabilidad y, al mismo tiempo, un aumento sustancial de la precarización laboral. No es todo: en la desesperación por mantener la fuente laboral, se impone la destrucción del salario, pauperizando su valor de compra.
En la Argentina ya no se habla de trabajo. No es nuevo ni casual. La promoción del contrato social propició el desequilibrio entre capital y trabajo y desplazó a este último como factor de organización comunitaria. La democracia liberal fomentó el debilitamiento de la fuerza de trabajo y generó las condiciones socio-culturales para horadar el poder de las organizaciones sindicales. Más allá de situaciones coyunturales que restablecieron un clima de estado de bienestar, las condiciones estructurales de dependencia se mantuvieron y es lo que permite, entre otras cuestiones, que Milei haga lo que hace con total impunidad.
La parodia
No es casual que en este escenario las versiones sobre pactos políticos entre un sector del kirchnerismo y el gobierno se hagan fuertes. La caída del relato progresista y su contribución a la dispersión del peronismo fomentan la conformación de la idea de que todo es posible para el sustento de la supervivencia electoral. Después de todo, la concepción política alejada de la doctrina justicialista se auto-percibe como facilitadora de negociaciones insufribles.
La ausencia de conducción táctica y estratégica, y la imposición facilista de consignas sin significante, auguran que la condición necesaria para sostener el proyecto liberal es mantener la maquinaria electoral a ultranza por encima de la causa. En ese sentido, cabe afirmar que precisamente lo que está ausente hoy en la oposición es la “causa”.
El internismo prevalece como garantía del orden liberal. Es lo que no se ausculta con inteligencia. La bilis del personalismo cunde, azuzando viejas disputas sin saldar y favoreciendo el desconcierto de una militancia dócil y obediente que sucumbe ante el primer posteo sonoro, en redes sociales, del oficialismo. Lo que no se llega a advertir es que, si el relato progresista cayó, es porque su etapa terminó.
En estos términos, la asunción de Cristina Fernández de Kirchner como presidenta del Partido Justicialista fue más una exposición de la precariedad interna de su propia fuerza que un gesto tendiente a la constitución de una nueva orgánica. Como su predecesor, Alberto Fernández, la exmandataria planchó al partido hasta nuevo aviso y dejó más interrogantes que respuestas. Claro está, su asunción está más relacionada con no perder poder dentro del esquema de armados de listas para el 2025 que con refundar el Movimiento Nacional.
El declive político de una fuerza que no supo amalgamar la esencia revolucionaria del peronismo, más allá de las coyunturas electorales (de las cuales no siempre salió indemne), derivó en la confusión ideológica que emparentó al justicialismo con el contrato social más que con la Comunidad Organizada. Es factible que un gran fragmento de la militancia, esculpida por el cincel de la “década ganada”, ignore por completo lo que realmente significa la Comunidad Organizada. Y esto, que a simple vista parece un tema menor, es una falta grave. Primero, porque existió una decisión de superestructura para que esto sea así; segundo, porque re-caracterizó al peronismo con mascarones que no le son afectos.
La corriente progresista que anidó en las fronteras culturales del pacto social persistió en el sostén de la corrección política, sin verse a sí misma como una fuerza condenada a quedar atrapada en las condiciones materiales y espirituales impuestas por la democracia liberal, la democracia que pregonó históricamente la cultura de la dependencia en la semi-colonia, al carecer de una doctrina política y filosófica revolucionaria. El abandono de Perón significó su prematuro envejecimiento y derrota social.
El predominio del buen salvaje engendró la concepción del consenso, fervientemente alentada por el radicalismo alfonsinista, y anuló toda posibilidad de discusión desde el disenso. Inevitablemente, esto, de alguna manera, concluyó en la ausencia del trazado de ejes programáticos tendientes a sustentar un proyecto de liberación nacional. Ello nunca estuvo en agenda, y eso es lo más complejo de discernir.
Durante los años de buenaventura, se desperdiciaron fuerzas y recursos en celebraciones autorreferenciales. Tal era así que, por ejemplo, fue más prominente, en efecto político, festejar la importación de trenes chinos que pensar en producirlos en el país. De la misma manera, durante el gobierno de Alberto Fernández, se aplaudió el hecho de que los astilleros más importantes del país construyeran puentes ferroviarios y no barcos. Estos ejemplos, a grandes rasgos, no significan una depuración de la idea industrial del peronismo, sino, más bien, semblantean el significante de la confusión generalizada que se impuso como expresión del bienestar social y la producción nacional.
Preguntas repetidas
Si hay algo que los inquietos pero pasivos cuadros progresistas no le perdonaron a Perón es que realizó a la clase trabajadora. Es lo que lloran y lamentan. La realización del peronismo los despojó de la utopía y desbarató su idea civilizatoria de educar al soberano a través del predominio del capital.
Es que su sueño aspiracional fue ser héroes de la clase trabajadora siempre y cuando esta no contenga en su núcleo vertebral el germen de los principios doctrinarios de la revolución justicialista. Ello los obligaría a salir de la cueva platónica y tocar al mundo con sus propios cuerpos, alejados del mundo invisible de las ideas. Ahí hay un trabajador, allá hay un pobre. Desnudos y mudos se convirtieron en sujetos usables y prescindibles, así que se dedicaron a construir su propio fin de la historia como muchachos celosos de Perón.
Ahora cantan: “No quise lastimarte/ Siento haberte hecho llorar/ Ah, no, no quería lastimarte/Soy solo un muchacho celoso…”. Aun así pregonaron el nihilismo como veta de la nueva etapa democrática y se aferraron a la política emocional para no perder el control. Ya lo habían perdido, hace tiempo, porque se alejaron de su pueblo al mismo tiempo que le exigían un voto.
Pero ¿a dónde vamos con todo esto? Tenemos la cabeza llena de verdades y las panzas vacías. El 2025 es un nuevo año electoral. Volveremos a escuchar los envejecidos cuentos de la buena fortuna. El síndrome Peter Pan de la política progresista. ¿Correremos detrás de la zanahoria como conejos arrebatados por la presa fácil o se plantará bandera? ¿Rodilla en tierra y a pelear? Pero, ¿contra quién: Contra el enemigo externo o contra el monstruo interno que igualmente nos devora las entrañas?
El loco está tirado en jardín de la Quinta de Olivos. El loco ríe: “Hay alguien en mi cabeza, pero no soy yo”. El séquito encabezado por el perro muerto y viejas tetonas celebra. La fiesta es para pocos. Nerón amenaza con quemar Roma. Alguien pide algo de plata para una vuelta más. “Plata no hay”, grita el loco totalmente cuerdo. Al parecer, del otro lado de la Quinta, nadie parece tener nada que decir. Nos veremos de nuevo en lado oscuro de la luna, apuesta un corredor de bolsa.
Ironía de la bestia. ¿Qué vamos a hacer con todo esto?
10/1/2025