*Por Guadi Calvo
A poco de cumplirse un año de la Operación Tormenta de al-Aqsa, y en vista de la rápida reacción del régimen sionista, que no solo le permitió demoler Gaza y exterminar Cisjordania, sino ahora avanzar hacia la conquista del Líbano. Esta última fase de la estrategia pergeñada por Benjamín Netanyahu comenzó con el asesinato de cerca de decenas de personas y miles de heridos, tras accionar cientos de beepers, con un sofisticado recurso de la inteligencia sionista, logrando intervenir los comunicadores para hacerlos explotar oportunamente.
Una jugada tan extraordinaria como perversa, a lo que la Mossad y el resto de sus oficinas tienen acostumbrado al mundo, sin que nunca se le cobre nada. A esto le siguió el ataque aéreo masivo el viernes veinte de septiembre al barrio de Dahieh en el sur de Beirut, que mató a cerca de cincuenta personas, entre ellas el comandante superior de Hezbollah, Ibrahim Aqil, junto a otros quince jefes de su fuerza de acciones especiales, el Regimiento al-Hajj Radwan.
Por lo tanto, contemplada esta capacidad, se hace imposible seguir creyendo que se les haya escapado la operación de Hamas del año pasado, siendo lo más probable que, por lo menos, haya sido tolerada por el gobierno de Benjamín Netanyahu (Ver: La operación de Hamas y un error de cálculo), en procura de permitirse lo que vendría a posterior y lo que estamos viendo ahora. Dicha operación, además, le permitió a Netanyahu escapar de la destitución inminente por causas de soborno, fraude y abuso de confianza, que indubitablemente lo llevarían a prisión.
Desde entonces, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), con la excusa de castigar a los terroristas y rescatar a los rehenes en manos de la resistencia palestina, encontraron la cobertura que les está permitiendo exterminar Gaza y Cisjordania, y ahora avanzar hacia el sur del Líbano, de donde, con la justificación de terminar con Hezbollah, ocupará territorios que jamás volverá a abandonar, a no ser que suceda algo lo suficientemente extraordinario que los obligue a hacerlo, y respecto a ese “algo extraordinario”, solo se lo entiende relacionado con lo divino.
En vista de haber decapitado la dirigencia de Hezbollah, entre lo que se incluye nada menos que a Hasan Nasrallah, quien se mantuvo en su cargo por más de treinta años, habiendo resistido a infinidad de operaciones e intentos de asesinato, el sionismo hoy no solo tiene las manos libres para exterminar a cualquier fuerza que se le oponga, sino que también continúa avanzando, como lo ha hecho siempre en etapas, pero con la constancia que le otorga ser el elegido de los Estados Unidos, como el gran gendarme de Medio Oriente, y en prevención de que naciones como Irán puedan intentar disputar su influencia en la región.
Si alguien necesitara pruebas de esto, para no ir lejos en la historia, hay que entender que desde el comienzo del genocidio a cielo abierto en Gaza, ni un solo día dejó de fluir apoyo militar y líneas de crédito desde Washington a Tel-Aviv, a pesar de las cacareadas condenas formales del gobierno de Joe Biden y el resto de la comparsa europea.
Israel avanzó hacia la concreción de su gran plan maestro: la construcción del Gran Israel, un territorio fantasioso de unos setenta y cuatro mil kilómetros cuadrados que, según algunas leyendas, se habría extendido desde el río Nilo hasta el Éufrates. Este territorio abarcaría desde el Mediterráneo, pasando por Siria y Líbano, ocupando el sector nororiental de Irak, el norte de Arabia Saudita, la ribera del Mar Rojo y la Península egipcia del Sinaí. Jordania se reservaría como un gran depósito de lo que quede del pueblo palestino, pasando a denominarse “Palesjordán”, después de que la población de Cisjordania y Gaza, obligadas a una nueva Nakba, abandonen sus tierras de una vez y para siempre.
Para lograr esto, Israel ha incumplido todos los acuerdos y desoyó las numerosas resoluciones de las Naciones Unidas, sin que nunca haya sido penalizado por ninguna organización internacional, ni advertido por la Corte Penal Internacional. Desde David Ben-Gurión en adelante, todos los responsables del genocidio que vive Palestina desde 1948 debieron haber desfilado ante esta última instancia.
La segunda fase
Tras haber destruido lo que quedaba de Palestina, Israel ha abierto el segundo escenario hacia la concreción de ese Gran Israel e iniciado la mayor operación contra el Líbano, desde la invasión de 2006. Que incluye la utilización de bombas de cinco mil libras, conocidas como rompe-búnkeres, de fabricación estadounidense.
Concentra sus bombardeos contra las áreas más pobladas del sur de ese país, entre cuyos objetivos incluye hospitales, ambulancias, depósitos de alimentos y combustibles. Pasando ya a atacar Beirut y el valle de Bekaa, en el este. A estas operaciones aéreas de ablandamiento se les acaba de sumar fuerzas terrestres, por lo que a todas luces se aproxima una guerra de aniquilación al estilo de Gaza.
Con la excusa de destruir sitios de almacenamiento de armamento e instalaciones de lanzamiento de cohetes de Hezbollah, el ejército sionista, previo a la invasión terrestre, había empezado a enviar mensajes de texto y audios a la población civil, anunciando la inminencia de los ataques, por lo que debían abandonar sus viviendas. Pocas horas después, las rutas del sur se congestionaron escapando de los bombardeos y la inminente llegada de efectivos del FDI, trasladados desde Gaza a Líbano, sionistas, generando el mayor éxodo desde 2006. Todo en el sur del Líbano ha sido cerrado: escuelas, universidades, edificios públicos, bancos y comercios.
Los civiles han recibido órdenes, de parte del FDI, de mantenerse a distancia de los fortuitos arsenales, como si cualquiera tuviera información de dónde se localizan. Dicha advertencia no tiene otro sentido que provocar terror, generando escenas de pánico y psicosis colectiva en la población civil, obligada a jugar a una gran ruleta rusa, en las que todas las balas están cargadas.
En este punto y a partir de la incursión terrestre judía, se conocerá en qué estado ha quedado Hezbollah, no solo tras la pérdida de su líder, Hasan Nasrallah, junto a prácticamente toda la dirigencia de la organización.
Más allá de los golpes reales que sufrieron los milicianos del Hezbollah, con la pérdida de líneas de abastecimiento y cadenas de mandos enteras, la muerte de Nasrallah es un golpe moral del que muchos no podrán sobreponerse, comparable al que las fuerzas de élite iraníes al-Quds sufrieron con la pérdida del general Qasem Soleimani, tras un ataque aéreo en enero del 2020.
Nasrallah fue una figura mítica, no solo para la resistencia libanesa, sino para todos los combatientes, no fundamentalistas árabes y musulmanes, alrededor del mundo, equiparables en Occidente solo a figuras de la talla de Fidel Castro o el Che Guevara.
Se estima que Hezbollah cuenta con unos cincuenta mil hombres, sin conocerse tras estos ataques cuán disminuidos se encuentran. Lo que se podrá intuir a partir de la resistencia que tengan, o no, las FDI, que acaban de ingresar a Líbano.
En este contexto, solo queda por observar a Irán, que sabe que es el próximo gran objetivo, ya no para Israel, sino para los Estados Unidos, que no permitirá la menor reacción de Teherán sin que tenga que pagar un altísimo costo. Por lo tanto, el país persa, que se está enfrentando a una disyuntiva prácticamente desconocida desde la revolución de 1979, sabe que intervenir en Líbano solo sería adelantarse a lo que más temprano que tarde deberá enfrentar: una confrontación abierta con Washington, sin poder apelar a más aliados que los Houthies yemeníes, las fuerzas de resistencia iraquíes o el muy debilitado ejército sirio, que tras catorce años de guerra, sin contar con Rusia, enfrascada en la guerra contra la OTAN en Ucrania, quizás no esté en condiciones de embarcarse en un conflicto de semejantes dimensiones. El resto de los países árabes, llegado el caso, a la hora de sumarse, lo harán del bando judío-norteamericano, sin ninguna duda.
Desde el 2020, con el asesinato del general Soleimani, Irán ha tolerado decenas de provocaciones judío-norteamericanas, entre las que se cuentan los asesinatos de dos generales de la Guardia Revolucionaria de visita en Siria; el asesinato de Ismail Haniyeh, un alto dirigente de Hamas, cuando se encontraba en Teherán para la asunción del nuevo presidente de Irán, Masoud Pezeshkian.
Solo queda por preguntarse: ¿Cuánto más el poder político de Irán podrá contener una reacción del ejército, que está observando cómo está siendo llevado, sin resistencia, a un matadero? Esa respuesta puede hundir a la región en un baño de sangre desconocido.
1/10/2024