Desde el comienzo de Ramadán, el pasado viernes veintiocho, el mes sagrado de los musulmanes, tres importantes ataques se produjeron en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa (KP) en el noreste de Pakistán. El primero tuvo como objetivo el mítico seminario religioso Darul Uloom Haqqania, en Akora Khattak un pueblo del distrito de Nowshera próximo a la frontera con Afganistán, sobre la conocida Línea Durand.
Un shahid se inmoló con su carga explosiva en las puertas de la mezquita, minutos después de terminada la plegaria principal del viernes (día santo del islām), asesinando a seis personas, entre ellas el maulana Hamidul ul-Haq Haqqani, además de herir según fuentes indias, a otros veinte acólitos del maulana.
Tanto el principal blanco del ataque, del que hasta ahora nadie se atribuyó la responsabilidad: el emir Hamid-ul- Haq, como el escenario elegido, no ha sido un hecho oportunista, si no que deja claro que detrás del atentado que hasta ahora ningún grupo se atribuyó la responsabilidad, cifra un mensaje que promete mucha más sangre.
El maulana Haqqani hijo de otra gran autoridad religiosa, Sami-ul-Haq, considerado el ideólogo de muchísimos líderes talibanes, entre ellos Mohamed Omar, más tarde el mullah Omar, fundador del movimiento talibán en 1994, quien sería reconocido por sus pares como el amīr al-muʾminīn (príncipe de los creyentes).
Tampoco el lugar elegido ha sido casual, ya que el seminario de Darul Uloom Haqqania —donde unos cuatro mil talib (estudiantes) reciben de manera gratuita educación coránica, comida y ropa—, sino que es la madrassa donde se han formado Omar y cientos de talibanes y muyahidines de todo el mundo.
Si bien funciona desde 1947, este templo, al igual que otros miles alrededor del mundo a partir de los años setenta, ha recibido millones de dólares de Arabia Saudita para que propaguen su interpretación del Corán: el wahabismo, el fundamento ideológico de todas las organizaciones terroristas que se adscriben al sunismo.
Los otros dos ataques tuvieron como escenario la localidad de Bannu, también en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, el pasado día cuatro. El primero de estos fue reivindicado por el nuevo grupo terrorista, Jaish al-Fursan —funcional al Tehreek-e-Taliban-e-Pakistan (TTP)—, actualmente la más letal de la media docena de organizaciones insurgentes que operan en Pakistán.
Se informó que dos grandes explosiones, producto de la detonación de dos vehículos estacionados junto a uno de los muros de la guarnición militar de la localidad, abrieron una brecha por la que varios muyahidines alcanzaron a filtrarse, iniciando un tiroteo que dejó, según las fuentes militares, 134 muertos: tres civiles, dieciséis militantes y cinco soldados, además de treinta heridos.
El ataque se produjo en el comienzo del atardecer, momento en que se produce la ruptura del ayuno —que es obligación para los musulmanes mantener a lo largo del Ramadán—, cuando los fieles suelen relajarse aprontándose para una cena casi siempre festiva.
La segunda de las acciones de Bannu fue contra una mezquita, repleta de fieles por la fecha, si bien no está claro que este último ataque haya sido producto de una acción premeditada o consecuencia de las fuertes explosiones sucedidas durante el ataque a la base militar.
Bannu, al igual que toda la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, es un blanco predilecto de los terroristas. En noviembre último, un shahid hizo detonar el vehículo que conducía, matando a 12 militares después de lanzarse contra un puesto de seguridad. En julio anterior, otro ataque también había provocado la muerte de varios integrantes de las fuerzas de seguridad.
El año pasado se constituyó como el más mortífero para las fuerzas de seguridad pakistaníes en una década, habiendo muerto cerca de 700 regulares en unos 450 ataques. El primer ministro paquistaní, Shehbaz Sharif, tras condenar los ataques, exigió una profunda investigación que —con o sin ella— apuntará a Kabul.
Los sospechosos de siempre
El ejército pakistaní insiste en que, durante los asaltos de Bannu, testigos afirman haber detectado la presencia de afganos, mientras que la Inter-Services Intelligence (ISI) —la omnipresente inteligencia pakistaní— sostiene que los atacantes provenían de Afganistán, donde había sido planificado.
En una declaración de la vocería del ejército, exige a Kabul que cumpla con su compromiso de “no tolerar organizaciones terroristas en su territorio” (Ver: Juegos de guerra en la Línea Durand I y II).
Cuando el pasado 28 de febrero se cumplían cinco años de los acuerdos de Doha, que terminaron con la presencia norteamericana en Afganistán después de veinte años, Zabihullah Mujahid, el vocero del Talibán, declaró que “ese acuerdo estaba limitado a un período de tiempo y que ahora ha expirado”. El Emirato Islámico de Afganistán —nombre oficial del país— “tiene un sistema de gobierno establecido y ya no podemos avanzar basándonos en ese acuerdo”.
Mujahid agregó que se “habían cumplido con su obligación de evitar que Afganistán se convirtiera en una plataforma de lanzamiento de ataques terroristas contra Washington y sus aliados”.
Lo que Islamabad niega permanentemente, amparándose en que el TTP utiliza el territorio afgano como cuartel general, donde se refugian después de sus ataques y posee campos de entrenamiento, hospitales y desde donde planean sus próximas misiones.
Dada la situación interna de Afganistán, todavía no ha conseguido ser reconocido por ningún país del mundo: fundamentalmente por las acusaciones de violación de los derechos humanos y la negativa a permitir que las mujeres puedan estudiar, entre otras políticas denigrantes, impidiendo la llegada de inversiones —más allá de las pocas que mantiene India y de China—.
El sector más conservador del Talibán, el grupo de la sureña ciudad de Kandahar liderado por el mullah Haibatullah Akhundzada —quien se deja ver cada vez menos—, permanece encerrado en su bastión del sur, monopolizando el poder, marginando a figuras moderadas y aplicando la sharia, que le permitió llevar a su grupo a la victoria de agosto de 2021.
Por otra parte, son estas posturas las que alimentan la crisis social con altas tasas de desocupación y graves problemas en salud, dos de los principales problemas que tiene el país centroasiático, los que se espera que se agravarán todavía más tras la decisión del presidente Donald Trump de suspender toda ayuda norteamericana en el exterior.
A este complejo contexto se le suma la manifiesta tensión en el interior del talibán entre el grupo radicado en la ciudad de Kandahar, abroquelado detrás de las intransigentes posturas del líder espiritual de la organización, el mullah Haibatullah Akhundzada —por lo que también es la voz definitiva en cualquier otra cuestión del Estado—, contra los funcionarios de gobierno en Kabul, como los que ya discretamente han viajado al exterior, de donde parece estar demorado su retorno.
Entre los más conocidos están nada menos que el mullah Mohammad Yaqub, ministro de Defensa e hijo del mullah Omar, además de Abdul Ghani Baradar, que dirigió la exitosa cumbre de Qatar con los Estados Unidos, y el actual viceprimer ministro de Asuntos Exteriores, Sher Mohammad Stanikzai. El poderoso Sirajuddin Haqqani, líder de la autónoma Red Haqqani —principal socio del movimiento talibán y una organización clave para su victoria—, fundada por su padre, Jalaluddin Haqqani, en 1980, en plena guerra antisoviética.
El asesinato, el pasado diciembre, del ministro de Refugiados, Khahil Haqqani, primo de Sirajuddin, ha encendido las alarmas de muchos más funcionarios que se atrevieron a discutir las decisiones del mullah Akhundzada, quien se cree ordenó esa muerte.
Estas diferencias entre kandahiris y kabuliís parecen estar horadando la mítica unidad del talibán, que podría conducir a una ola de violencia que incluso llevaría a una nueva guerra civil —en la que mucho tendría para decir el Daesh-Khorasan (D-K), que protagoniza de manera habitual sangrientos ataques contra el talibán—.
De no volver a cohesionarse, la dirigencia afgana desestabilizaría todavía más al país y al siempre inestable corazón de Asia Central, cuyas ondas expansivas podrían llegar mucho más allá de lo pensado y que se abatirán con violencia sobre la Línea Durán.
*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asía Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
8/3/2025
