El miércoles veintiuno, un atacante suicida lanzó su vehículo cargado de al menos treinta kilos de explosivos contra un bus de la escuela pública militar de la ciudad de Khuzdar, en el este de la provincia de Baluchistán, que transportaba cuarenta y seis alumnos.
La explosión produjo, además de la del shahid, la muerte de al menos ocho niños, la del chofer y un guardia, mientras que más de cincuenta personas, de ellas cuarenta escolares, resultaron con heridas de distintos grados.
Este ataque remite de inmediato a la masacre de diciembre de 2014, cuando un comando Tehrik-i-Taliban Pakistan (Movimiento talibán paquistaní) atacó un colegio dependiente del ejército al que asistían hijos de militares, en la base de Peshawar, que dejó ciento cincuenta muertos, la mitad de ellos niños.
Las autoridades que han empezado la investigación han caratulado el hecho, obviamente, de ataque terrorista. Mientras Islamabad ha responsabilizado a Nueva Delhi, ya que desde hace mucho tiempo existen indicios de que la Research and Analysis Wing (RAW) (Ala de Análisis e Investigación), la inteligencia india, alienta a los grupos insurgentes y terroristas que operan contra el gobierno federal pakistaní.
Recordemos que en abril el ataque y toma del Jaffar Express por miembros del Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA), que dejó cerca de setenta muertos, también Islamabad responsabilizó a India de dar apoyo a los separatistas baluchis. (Ver: Pakistán, el asalto al Jaffar Express).
A pesar de que hasta ahora ninguna organización se responsabilizó de la operación, el gobierno del primer ministro Shehbaz Sharif, por intermedio del Ministerio del Interior y portavoces de la inteligencia del ejército, el Inter-Services Intelligence (ISI), apuntaron claramente al BLA, en connivencia con la RAW, bajo las pruebas de que la tecnología, el armamento y la planificación de las últimas acciones del grupo baluchi superan ampliamente su capacidad técnica y operativa.
Las acusaciones pakistaníes fueron negadas por Nueva Delhi, calificándolas de tener motivaciones políticas y de ser: “infundadas e irresponsables”, argumentando que Islamabad pretende culpar a otros de su inestabilidad interna, consecuencia, entre otras razones, de haber sido santuario del terrorismo.
La dictadura del general Muhammad Zia-ul-Haq había abierto las fronteras de Pakistán a miles de muyahidines provenientes de los lugares más remotos del islām para hacer la “yihad” contra el gobierno afgano, que había convocado a sus aliados rusos para evitar la caída en manos de los señores feudales del interior del país y los fundamentalistas locales.
Desde entonces, Pakistán se convirtió en la retaguardia de los muyahidines, financiados por monarquías del Golfo Pérsico, armados, entrenados y dirigidos por la CIA.
Recordemos, además, que en las numerosas madrassas que Arabia Saudita fundó, financia y sigue dirigiendo, se formaron personajes como Mohamed Omar, creador del movimiento Taliban; junto a Omar, en la madrassa de Darul Uloom Haqqania, en Akora Khattak, de la provincia pakistaní de Khyber Pakhtunkhwa, emergieron figuras como Akhtar Mansour, quien reemplazó a Omar tras su muerte en 2013. Otro de los compañeros de “estudios” de Omar fue Sirajuddin Haqqani, actual ministro del Interior afgano y líder de la poderosa organización Red Haqqani, grupo armado fundado por su padre Jalaluddin en los años ochenta, también financiado por Riad y Washington.
También el líder político y religioso supremo afgano, el mullah Hibatullah Akhundzada, pasó por madrassas pakistaníes.
Como última anotación al mapa de la relación entre la casta política pakistaní y el terrorismo, es importante señalar que el fundador de al-Qaeda, Osama bin Laden, fue localizado y ejecutado en mayo de 2011 por sus antiguos socios norteamericanos en su refugio de la ciudad de Abbottabad, en Khyber Pakhtunkhwa, en el norte de Pakistán, donde vivía sin demasiadas complicaciones desde 2005.
Trabajar para la guerra
Entre el siete y el diez de mayo, ambas naciones, que cuentan con poder nuclear, cruzaron coheterías y drones a lo largo de la frontera, consiguiendo destruir alguna infraestructura y asesinar cerca de un centenar de personas. Incluso Islamabad ha comunicado que derribó cuatro aviones de combate indios, entre los que se incluye un Rafale de origen francés. Información que ha sido negada por los voceros del primer ministro, Narendra Modi.
Al parecer, la Operación Sindoor, lanzada por India para escarmentar a los pakistaníes, no habría alcanzado sus objetivos. A pesar de que alcanzó a atacar tanto objetivos terroristas en Muridke y Bahawalpur como bases del ejército pakistaní, no solo en Cachemira, sino llegando también al Punjab, el corazón del país. Pese a esto, el país islámico, gracias a los sistemas de defensa de origen chino, frente a la opinión internacional, quedó por ahora como el módico triunfador. Algo que podría perjudicar seriamente la figura de Modi, quien se ha forjado, a fuerza de demagogia y publicidad, la imagen del chowkidar o el vigilante de la India, por lo menos para el ultranacionalismo hinduista.
En su visita a las víctimas del bus escolar, el primer ministro, Shehbaz Sharif, prometió una respuesta a los responsables. Sin especificar a quién se dirige, ya que todavía no existen pruebas concretas que vinculen directamente a la inteligencia india, ni tampoco al Ejército de Liberación de Baluchistán, con la tragedia del Khuzdar.
Apenas comenzada la Operación Sandoor, el primer ministro Sharif convocó a una reunión con la Autoridad Nacional de Comando, la oficina a cargo de la supervisión de los arsenales nucleares, que se encarga de la aprobación de la utilización del armamento bajo su control. A lo que Modi, que calificó el hecho de “chantaje nuclear”, mandó la advertencia de que eso iba a impedir que India atacase los santuarios terroristas en territorio pakistaní.
El alto el fuego pende solo de un suceso hasta accidental, que pueda romperlo en cualquier momento, para el reinicio de las operaciones transfronterizas. Un ataque terrorista, una acción de falsa bandera, enemigos de uno u otro gobierno, podrían intentarlo.
O la reiteración del incidente, como el del pasado viernes veintidós, cuando miembros de la Fuerza de Seguridad Fronteriza de la India (BSF) asesinaron a un ciudadano pakistaní, detectado en cercanías de la ciudad india de Banaskantha, en el estado de Gujarat, a unos veinte kilómetros de la frontera con la provincia pakistaní de Sind. Según el comunicado de la fuerza, el desconocido se negó a detenerse y continuó la marcha a pesar de las advertencias.
Históricamente, ese sector de la frontera ha sido utilizado tanto por contrabandistas como por narcotraficantes en ambas direcciones, viniendo o intentando llegar al mar Arábigo.
Si bien es un hecho frecuente, por parte de las fuerzas de seguridad pakistaníes, comunicó que en la noche del domingo veinticinco había eliminado, en tres operativos diferentes, a nueve milicianos en la provincia noroccidental de Khyber Pakhtunkhwa. Lo llamativo en esta oportunidad es que, en vez de identificar la organización armada a la que pertenecían, las autoridades pakistaníes los catalogaron de “patrocinados por India”.
Una definición nada halagüeña, en el contexto de provocación recíproca, que parece estar detrás de una nueva excusa para volver a encender el infierno.
*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asía Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
28/5/2025
