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India: ¿La tempestad ya pasó?

*Por Guadi Calvo

La pírrica victoria de Narendra Modi en las elecciones, celebradas entre abril y junio, con las que alcanzó un tercer mandato, se dio en un peligroso contexto de exacerbación del nacionalismo y políticas claramente autoritarias. Donde se buscó, además de la instalación de un régimen supremacista, intentar, por todos los medios, la degradación de las instituciones con ataques constantes a la oposición, al poder judicial, a la comisión electoral y a los medios de comunicación, a los que Modi no había alcanzado a colonizar.

Modi, con estos resultados, se convierte, después de Jawaharlal Nehru (1947-1964), en el Primer Ministro indio en tener la posibilidad de gobernar por tres periodos consecutivos la nación, ahora, más poblada del mundo.

Aun así, para él y su partido, el Bharatiya Janatā Party (BJP), quien perdió la mayoría en el parlamento, será una experiencia inédita gobernar en minoría. Por lo tanto, se verá obligado a pactar y realizar alianzas con dos partidos regionales como el Janatā Dal (Unido) del Estado de Bihar y el Partido Telugu Desam de Andhra Pradesh, el estado más grande del país.

Este estado ha sido considerado por décadas el núcleo central del nacionalismo y de las políticas fundamentalistas identitarias, concebidas tras la teoría de la Hindutva (hinduidad), la ideología que ha motorizado todas las prácticas ultras reaccionarias aplicadas por Modi desde sus tiempos de Ministro Principal (gobernador) de Estado de Gujarat (2001-2014), donde instauró sus políticas segregacionistas con un espeso manto de impunidad.

A partir de 2014, cuando alcanzó el cargo de Primer Ministro, trasladó estas políticas a Nueva Delhi e intentó, con bastante éxito, aplicarlas en el resto del país, preparando las bases para la instauración de un Estado con un solo líder (él), una sola ideología (la Hindutva) y un solo partido (el Bharatiya Janatā Party, BJP), con sus 170 millones de afiliados, que lo convierten en el más grande del mundo.

Este, por esta sensación de debilidad con que comienza su tercer mandato, y a la vista de la importante recuperación de su principal rival, Rahul Gandhi, el líder del Partido del Congreso, el histórico partido que dirigió por décadas los destinos de la nación y que, con la irrupción de Modi, había entrado en un peligroso declive.

En estos momentos, India alcanza un peligroso punto de inflexión. Mientras el modelo del BJP, fundamentalmente en lo económico, siempre dirigido a las clases más beneficiadas, comenzó a mostrar cierto agotamiento con los incrementos en los números de la inflación y desocupación, que han golpeado fundamentalmente a la clase media baja, los sectores de pobreza dura, cerca de unos 400 millones de almas, prácticamente no se han modificado. Si Modi pretende perdurar, tendrá que apuntar a ellos y, de alguna manera, posponer su ideal supremacista.

La pregunta es si el ego del Primer Ministro está preparado para resignar, en algo, su deseo manifiesto de ser considerado una entidad divina, y si, además, la maquinaria represiva, tanto en lo político como en lo social, que ha echado a andar en procura de la concreción de una nación a su imagen y semejanza, pueda contenerse.

Desde su llegada al poder en 2014, Modi no ha perpetrado matanzas de la magnitud de las que ocurrieron en 2002 en Gujarat, cuando era Ministro Principal y se produjeron cerca de dos mil muertes, en su mayoría musulmanes. Sin embargo, a lo largo de todo su mandato como Primer Ministro, las acciones contra esa comunidad han sido constantes, incluyendo linchamientos, asaltos, palizas, asesinatos, violaciones y torturas.

Llegando a ser el episodio más importante el de enero de 2020 en Nueva Delhi, donde se registraron varios pogromos contra diferentes barrios musulmanes de la capital, en que infinidad de viviendas y comercios fueron destruidos, decenas de mujeres violadas y un número desconocido de personas asesinadas por turbas alentadas y direccionadas por la policía y comandos bajo las órdenes del Ministro del Interior y principal colaborador de Modi, el incombustible Amit Shah, también involucrado en las matanzas de Gujarat en 2002.

Las acciones llevadas a cabo para acorralar a la comunidad musulmana, con unos 220 millones de creyentes, han sido facilitadas por diferentes leyes que un parlamento adicto permitió. Las acciones concretas que sus esbirros han protagonizado en las calles de toda India, generando miles de muertos y la destrucción de sus bienes y propiedades, podrán ser detenidas.

En estos años, la presencia omnímoda de Modi se convirtió en un hecho agobiante para grandes sectores de la sociedad. Sin darle lugar a ningún otro dirigente de su propio partido, su imagen aparecía desde las bolsas de alimentos que eran repartidas entre los más pobres hasta en los certificados de vacunación durante la pandemia del COVID-19.

Figuras de tamaño natural de Modi se encontraban en universidades e instituciones oficiales para que los paseantes se fotografiaran. Durante la inauguración del templo al Dios Ram en la ciudad de Ayodhya, en el Estado de Uttar Pradesh, quizás el acto más importante de todo su mandato, Modi fue el único protagonista en una ceremonia seguida por centenares de millones de personas. Para muchos, esto fue interpretado como la entronización del Primer Ministro en un nuevo Dios. (Ver: India: Una divinidad llamada Modi.)

Mano de obra ocupada

A lo largo de los veinticinco años que Narendra Modi ha ocupado cargos ejecutivos, tanto en Gujarat como a nivel nacional, ha construido un poderoso brazo represivo que ha utilizado cada vez que lo ha necesitado, sin que nunca haya tenido que justificar nada ante la justicia. Se destacan los eventos de Gujarat en febrero de 2002, donde se registraron aproximadamente unos dos mil muertos y miles de heridos en todo el estado, impulsados por la banda parapolicial Vishwa Hindu Parishad (VHP, Consejo Mundial Hindú).

Aunque en juicios realizados en 2016 una docena de integrantes fueron condenados a prisión, todas las sentencias fueron revisadas el año pasado y hoy no hay ningún condenado. Es importante mencionar que Modi no ha dedicado ni una sola hora de su vida a explicar judicialmente sus responsabilidades en esos hechos.

En vista de estos resultados, será necesario seguir de cerca los próximos pasos de los sicarios del primer ministro indio. La herida que le han causado las recientes elecciones en su enfermiza egolatría, que le permitió afirmar públicamente que es hijo de dioses y ha sido enviado por ellos para cumplir su misión, sin duda será sanada con nuevas y más significativas acciones contra su principal objetivo: la comunidad musulmana.

Para sanar esos daños, entre otras fuerzas, cuenta con la Rastriya Swayamsevak Sangh (RSS, Asociación de Voluntarios Nacionales), fundada en 1925. Esta estructura tiene una clara inspiración en las Sturmabteilung (SA) nazis, no solo en su vestimenta similar, sino también en su pasión por las formaciones, los desfiles y la violencia contra sus enemigos; aquellos judíos en el caso de los nazis, y en este caso, estos musulmanes. Modi se formó políticamente en la RSS desde su adolescencia.

Esta organización, de clara formación militar, obliga a sus militantes en perfecto orden a participar cada mañana en grandes encuentros en plazas públicas, donde realizan meditación y cantan mantras en sánscrito recogidos de las escrituras hindúes. En 1948, uno de sus miembros, el hoy venerado por los miembros de las RSS, Nathuram Godse, quien asesinó a Mahatma Gandhi, provocó que esta organización fuera prohibida, aunque esa restricción fue levantada ese mismo año. A lo largo de su historia, las RSS han disimulado su verdadero propósito de existencia en actividades culturales y de asistencia pública.

Aunque sus militantes han tomado parte junto al ejército indio en todas las guerras internacionales en las que ha participado contra Pakistán (1947, 1965, 1971) e incluso con China en 1962, también formaron parte de las turbas que en 1992 destruyeron la Gran Mezquita de Babur, construida en el siglo XVI, en el mismo lugar donde Modi mandó construir el templo de Ram, el cual acaba de inaugurar a un costo cercano a los 300 millones de dólares.

La fuerza de la RSS está conformada por entre cinco y seis millones de hombres, agrupados en cerca de sesenta mil shankhas o comités, que se encargan de brindarles entrenamiento espiritual, político y militar a sus militantes, preparándolos para estar listos para las nuevas tempestades que, como los monzones, suelen llegar puntuales cada año a India.

 

 

 

 

*Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook:
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18/6/2024

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