Internacionales

Hacia la guerra total en el Sahel

*Por Guadi Calvo

Los tres procesos revolucionarios que desde el 2020 se desarrollaron en el Sahel (Mali 2020, Burkina Faso 2022 y Níger 2023) confluyeron en septiembre del año pasado en la creación de la Confédération des États du Sahel, inicialmente Alianza de los Estados del Sahel, por lo que se la conoce como AES. Su origen tuvo un sesgo netamente militar, para la protección mutua ante las amenazas de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO), un importante conglomerado de excolonias francesas que, desde su creación en 1975, ha sido controlado por Francia para la preservación de sus intereses.

La AES, además de tener un mismo destino, también tuvo un origen similar: la desastrosa dirección que los gobiernos anteriores habían dado a la guerra contra el terrorismo. Mientras tanto, tanto políticos como jefes militares desviaban fondos oficiales destinados a la guerra hacia sus cuentas personales. La irrupción de la AES ha producido un movimiento sísmico cuyas consecuencias finales apenas están siendo detectadas por los sismógrafos de la prensa internacional, o bien los están escondiendo. Quizás esta última posibilidad sea la más acertada.

Desde hace semanas se incrementa la información en aquellos mismos medios, que no sopesan ni las consecuencias reales ni las operaciones que están arrastrando a cerca de ochenta millones de almas, en primera instancia, a una guerra continental.

Las cada vez más virulentas acciones de los grupos terroristas que operan bajo el paraguas de al-Qaeda: el Jama’at Nusrat al-Islām wal Muslimeen o JNIM (Grupo de apoyo al Islām y los musulmanes) y del Daesh: el Estado Islámico para el Gran Sahara, intentan ahogar a los países de la AES en una crisis de seguridad que conduzca a una emergencia humanitaria.

La actual ofensiva terrorista obliga a los Estados de la AES a incrementar los gastos y las medidas hacia el sector militar, distrayendo recursos de áreas claves como la asistencia sanitaria y alimentaria. Una situación gravísima, considerando que se trata de tres de los quince países más pobres del mundo.

A esta condición no se ha llegado en los últimos cuatro años, sino que se debe pura y exclusivamente a por lo menos un siglo y medio de colonialismo francés, que ha expoliado, y en muchos otros casos continúa haciéndolo, los riquísimos recursos naturales de estos tres pueblos, junto a otros del continente, condenados a padecer ese estado de cosas.

Es larga y muy conocida la historia acerca de cómo países centrales (Estados Unidos, Reino Unido y Francia) han echado mano a las khatibas integristas para jugar a su favor en todas las oportunidades que las han necesitado: Afganistán, Siria, Libia, Yemen, Irán, Egipto, Pakistán, Rusia, China, e incluso India, junto a un largo etcétera.

Con respecto a los casos de Uagadugú, Bamako y Niamey, que coinciden en la voluntad de terminar la histórica presencia militar, económica y política, tanto de Francia como de los Estados Unidos, y ante los embates “vigorizados” de los terroristas, han recurrido a la asistencia técnica y material de Rusia, al tiempo que están profundizando acuerdos comerciales con China e incluso con Irán. Una novedad que ha de haber tronado como un cañonazo en los pasillos de la Casa Blanca.

Es por estas razones que ahora, cuando la prensa atlantista se ocupa de los ataques contra los ejércitos de los países de la Confédération, los insurgentes han pasado de ser meros terroristas o muyahidines a conseguir la categoría de militantes o rebeldes. Poco debe faltar para que, como en los tiempos de la guerra antisoviética de Afganistán, los conviertan en freedom fighters, como llamó Ronald Reagan, en su mejor momento, a quienes terminaron convirtiéndose en el Talibán.

El Sahel, y particularmente Mali, parece estar al borde de convertirse en el epicentro del conflicto entre Rusia y Estados Unidos, acompañado de sus socios menores de la OTAN, ya que son muchos los recursos minerales que para la economía occidental son clave.

No es por nada que la nueva coalición entre el Cuadro Estratégico para la Defensa del Pueblo de Azawad (CSP-DPA), una alianza de grupos separatistas mayormente tuareg, y la franquicia de al-Qaeda en esa región haya comenzado a realizar ataques como el del pasado viernes en la región de Tinzawatin, al norte de Mali, cerca de la frontera con Argelia, donde unos ochenta hombres del grupo Wagner y de las Fuerzas Armadas de Mali (FAMa) habrían sido asesinados mientras cerca de una veintena cayeron prisioneros.

En este punto, es importante detenerse para recordar que, en 2012, dada la convulsa situación de Mali, las tribus tuareg encontraron, una vez más, la oportunidad de reclamar la liberación de su mítico territorio: Azawad. La rebelión fue rápidamente neutralizada por Francia, con la infiltración de terroristas llevados desde Libia e incluso Siria, para enseguida, con la excusa de combatir el terrorismo, intervenir militarmente primero con la Operación Serval y más tarde con la Barkhane, que permitió por más de diez años operar en el país hasta que, tras el golpe encabezado por el coronel Assimi Goïta en 2020, Francia fue expulsada. Ahora, en un juego de prestidigitador, mezcla las mismas cartas y vuelve a intervenir.

En toda esa área del norte de Malí, próxima a la frontera argelina, se están librando fuertes combates desde por lo menos principios de julio. Las FAMa ya habían tomado el control de la ciudad de In-Afarak, un importante enclave comercial desde donde se traficaba, entre otros rubros, armamento para los insurgentes.

El macabro ranking del terror

Igual que en Malí, los muyahidines, ahora reformulados como simples rebeldes, siguen incrementando sus ataques. Aunque quizás, en este macabro ranking del terror, Burkina Faso sea el país más acuciado. Desde 2017, la oleada terrorista no ha dejado de crecer ni detenerse, mucho más desde la llegada del capitán Ibrahim Traoré al poder en 2022.

Hostigado por la prensa internacional, el capitán Traoré ha sido tachado de déspota y acusado de malversación de fondos destinados al grupo auxiliar del ejército, Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP). Además, enfrenta acusaciones de detenciones arbitrarias, torturas y asesinatos, y es considerado el mayor enemigo de la libertad de prensa. Desde donde se alienta de manera constante un golpe de Estado en su contra y se difunden versiones acerca de su muerte y atentados.

Toda esa campaña se produce en medio de los implacables ataques de los terroristas, que han tomado prácticamente todo el norte burkinés. Ataques como el del 16 de junio, realizado por el Grupo de Apoyo al Islām y a los musulmanes, dejaron al menos 110 militares muertos en Mansila, cerca de la frontera con Níger. En marzo, otro ataque terrorista a las aldeas de Komsilga, Nodin y Soroe, en la provincia de Yatenga, dejó un saldo de alrededor de 220 personas. La prensa internacional apuntó a que estas muertes fueron ejecuciones sumarias por parte del ejército, sin explicar cuál podría ser la razón de la masacre por parte del gobierno.

En Burkina Faso, desde que se convirtió en objetivo del terrorismo, se han producido alrededor de treinta mil muertes y se ha provocado el desplazamiento de más de dos millones de personas, por lo que grandes áreas de las provincias del norte del país han quedado prácticamente deshabitadas.

A esta campaña contra Burkina Faso se suman denuncias de que hombres del ejército, junto a los de Malí, han practicado actos de canibalismo con sus enemigos, publicando improbables videos donde se mostraría tal acto.

Níger, de donde se han debido retirar el embajador francés junto a unos 1500 soldados y Estados Unidos ha abandonado dos importantes bases, también es un punto a atacar por la prensa atlantista. Las mismas acusaciones que lanzan sobre el capitán Traoré son las que recibe la junta militar nigerina, liderada por el general Abdourahamane Thaini.

A mediados de junio pasado, el autodenominado Frente Patriótico de Liberación (FPL) se atribuyó una serie de ataques contra el proyecto petrolero chino en el país, mientras amenazaban con más acciones y con un ataque a gran escala contra el proyecto del oleoducto que lleva crudo a Benín. Durante los primeros meses después del golpe y por presión de la CEDEAO, Porto Novo bloqueó aquellas entradas.

El oleoducto, construido por la Corporación Nacional de Petróleo de China (CNPC), de cerca de dos mil kilómetros llegando hasta el puerto de Cotonú (Benín), significa una importante fuente de ingresos tanto para Níger como para China.

En los mismos días del ataque al oleoducto, se produjo una operación terrorista en el yacimiento petrolífero de Agadem, también administrado por la CNPC, en el oeste de Níger, lo que provocó la suspensión de sus actividades. El FPL también reivindicó un ataque contra un campamento militar en Séguédine, una localidad del centro de Níger, en el que murieron varios soldados y se incautaron armas y vehículos. Estos se sumarán a esta guerra total que Occidente prepara en el Sahel.

 

 

 

 

30/7/2024

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