*Por Lucas Schaerer
La descarga del electroshock es un reiniciarse. El Papa Francisco no nos mandó nuevos aires. Esto es superior. Designó, en sus diez años de papado y a poco de su esperado regreso, a un eléctrico arzobispo de Buenos Aires.
Con Jorga Ignacio García Cuerva la Iglesia recobra nuevas energías, porque se mueve mucho, es más acción que palabras; aunque impacta con su prédica descontracturada llega más con sus actos. Porque es dinámico, porque interpela, porque no se calla. Te pechea. Así encara a todos. Te mira a los ojos. Te escucha y lo que tiene para decir o preguntar no te pasa por alto. Lo vi a lo largo de esta semana de sus acciones religiosas callejeras: una villa miseria, como Ciudad Oculta donde dio su primera misa, el hospital de infecciosas Francisco Javier Muñiz, pasando por la Unidad Federal Número 2, conocida como la Cárcel de Devoto, el hall de la estación de tren línea Sarmiento hasta el cementerio municipal de Chacarita.
La electricidad, la onda, de García Cuerva impacta. No te deja igual. En tan sólo siete días es una descarga eléctrica en el cuerpo de la Iglesia. No en cualquier jurisdicción. Es la central. Donde es primado de la Argentina, la máxima autoridad eclesial en el corazón político y económico de la patria donde nació, se crío y formó Jorge Mario Bergoglio, el Papa, la máxima autoridad terrenal de la Iglesia Católica.
Jorge Ignacio, se dice doble para no confundirlo con su tocayo en el Vaticano, no para de bailar. En la ciudad del tango, una marca indeleble de los porteños y una particular idiosincrasia local, lo tiene en acción. Al nuevo arzobispo le gusta. A la milonga lo llamaron.
“No apartes tu rostro del pobre”. Su lema episcopal es su GPS. Así diseñó su primera semana de arzobispo porteño este hombre venido y nacido en Río Gallegos, aunque criado en la Ciudad de Buenos Aires, en el barrio de Belgrano.
Los villeros
En Ciudad Oculta, la villa que los militares intentaron ocultar, lo vi agarrando la banqueta de la parroquia para colocar al lado del escenario-altar de su primera misa en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los villeros, ese domingo por la mañana, lo trataron sin privilegios. Él se siente cómodo así y allí. Por eso dice que siempre le cuesta irse. En la villa no existen los protocolos. Es libre. Aunque saben que es el arzobispo no se lo caretea. Puede agarrar una banqueta y cargarla como uno más de Ciudad Oculta. Su misa con eje en la madre de Jesús, en la celebración local de Nuestra Señora del Carmen, pasó.
Quien no olvida y lo dice a cada forastero y amigo de la villa, es Elvio. “Fue el primer obispo que viene a saludarnos, a bendecirnos hasta me hice una foto con él”. Así le nació a Espíndola quien no sabe que soy periodista. Lo expresa porque lo vivió. Desde la cinco de la mañana tres grandes ollas cocinaban a leña, porque no llega el gas, el locro gratuito para 600 personas tras la misa de García Cuerva. Este paraguayo católico tiene abierto su corazón a la celebración y al cocinar sin cobrar.
Los enfermos
En el barrio de Parque Patricios frente a la plaza, sobre la calle Uspallata, la misma de la Jefatura porteña, se levanta el Hospital Municipal de Infecciones Francisco Javier Muñiz. Allí en la entrada esperaba el cura capellán del nosocomio y el arzobispo auxiliar de la zona centro, “el flaco” José Baliña.
En el Muñiz, emana la periferia social, es zona sur y hospital público, además de la periferia existencial, por quienes padecen graves enfermedades infecciosas. Viene sólo el arzobispo. En los bolsillos de su campera patagónica tiene estampitas. Una mitad es la foto de la Virgen de Pompeya, la otra su emblema episcopal, resalta en la cruz el techo de chapa de la villa y abajo la definición de Tobías 4.7: “No apartes tu rostro del pobres”. Adentro de la estampita, una parte del discurso del Papa Francisco a los nuevos obispos en septiembre de 2016. La otra mitad una oración de él a San Martín de Tours, patrono de Bs. As. que habla de su inicio pastoral.
Los presos
“No me puedo traicionar. La villa y la cárcel son lo primero. Son los lugares de donde no me quiero ir”. Lo suelta Jorge Ignacio. Sabe que estoy escuchando, no me autoriza entrevista, pero sí que acompañe.
García Cuerva parece más bien un laico con sotana. Rompe con el molde de obispo. La impronta del silencio como primera acción. Él se sale de allí. Habla, primerea, acciona. Toma iniciativa. No parece un obispo, menos el arzobispo de Buenos Aires.
En la casa del preso los dos curas capellanes esperan al arzobispo. Es en la calle Melincué. Caritas porteña armó hace años una casa para quien sale del penal, ubicada a escasos veinte metros de la inmensa unidad carcelaria. García Cuerva comparte unos mates, deja sus cosas y habla con los laicos de Cáritas que están en el frente de batalla con los privados de la libertad. Junto al obispo villero, y desde hace unos días vicario general del clero porteño, Gustavo Carrara, se van a pie a la cárcel de Devoto, Unidad Federal Nº2.
“Veinte años fui capellán en el penal de San Martín”, me largó en la vereda el hombre que es la máxima autoridad de la Iglesia, aunque en su vestimenta no lo parezca. También denuncia. “En San Martín fui denunciante porque se hizo la cárcel y mandaban comida si estar los presos”. Cruzamos la calle Cervantes y justo en la entrada principal del penal salen dos presos. “Internos”. No le gusta ese termino a García Cuerva. La efervescencia de uno es total. Se va a los saltos. Sacado. El otro se abraza con quienes lo esperaban de temprano. Justo ahí los obispos entran y se pierden entre rejas y muros, sin celulares encima, por lo menos hasta las cuatro de la tarde. Eran las once de la mañana.
“Este hombre nos saca de la parálisis espiritual. Tengo esperanzas”, me largó “La Inesa” una de las mujeres que pechea a los presos en la casa Cáritas de la calle Melincué y que recuerda la homilía de su nuevo jefe hace una semana en un escenario ubicado frente la Catedral de Buenos Aires.
La estación de trenes
“¿Para la derecha es Corrientes?” Así me larga Jorge Ignacio. En su espalda llevaba una mochila color negra. Se perdía entre vendedores ambulantes y la fría noche porteña. Lo vi pegando stickers de la Virgen de Luján en celulares como en tarjetas SUBE. Lo vi dando misa en el hall de una estación de tren donde pasan miles de miles cada hora. En Once nadie para. Pero muchos sí por la Virgen de Luján. Hasta comparten la misa.
“Escuchá su línea editorial”. Rosita es riogallegense y me puso en sintonía. Generosa porque no se lo pedí. “Jesús nos ama con locura”. Es el latiguillo del arzobispo de anteojos al iniciar cada misa. Rosita sabe. Ella lleva en el lomo los vientos sur y su amor a los migrantes por Cristo. “A su obispo”, no lo suelta porque lo conoce bien. Compartieron mucho, hasta los vientos de 70 kilómetros que le tiraban piedras en la cara, cuando salían de la parroquia periférica galleguense Nuestra María del Rosario de San Nicolas. García Cuerva hizo algo inédito. Empodero a la mujer. Su iniciativa fue hacer a “Rosita” Díaz animadora de la palabra y cabeza de los bautismos, allí en el extremo sur del mundo, donde la Virgen de Güer Aike es la dama patrona.
En Río Gallegos uno conoce a García Cuerva. No vivía en el obispado. Se fue a un barrio. En Buenos Aires esto aún no ocurre. Pero ya llegará la noticia que no seguirá en Rivdavia 415.
“Ningún pecado es más grande que el amor de Jesús”. Así primerea en cada misa. Es su leiv motiv para preparar el corazón.
En el cementerio de Chacarita se sintió su prédica. “Dios nos ama con locura”. También con su denuncia. “Nos refundamos o nos refundimos. Este cementerio nacido de otra pandemia de 1871 tiene unos picaros que chorean, roban. No puede seguir pasando, Dios los bendiga y corten con el choreo”. A esas proféticas palabras la anticiparon bendiciones a los trabajadores en Chacarita, Flores y Recoleta.
El secretario general del sindicato de SEOCRA, (Sindicato de Obreros y Empleados de Cementerios, Cocherías y Crematorios de la República Argentina) reconoció algo que no se puede pasar por alto: “Es un cura especial. Nunca antes había venido un arzobispo tanto tiempo y caminando a pie. Primero dio un responso porque no había cura. Luego la misa y vino acá, al sector de los seres queridos muertos por covid”, dijo Domingo Petrecca.
Su semana cierra en su santuario predilecto, a los pies de la Virgen de Pompeya. Allí está un fray capuchino único en el mundo. Es el nuevo cardenal. Se llama Luis Dri. Tiene 96 años. Fue confesor de Jorge Mario Bergoglio.
24/7/2023