Por Gustavo Ramírez
“La pelota no se mancha” fue siempre algo más que una mera proclama. No sólo por lo que Maradona significó para el fútbol, sino también por su trascendencia política. Sin embargo, con Diego ausente, la pelota se manchó. El capital de la industria del espectáculo no ha dejado de extender sus tentáculos sobre la estructura de lo que antes era un deporte y la fiebre de la mercantilización se instaló en su territorio para no irse.
Es cierto que desde el puntapié original el fútbol fue un negocio que generó y genera rentabilidad. No obstante, ello no puede justificar que en nombre de la rentabilidad el despropósito se naturalice. La intrusión de la representación empresaria, con Macri como adalid de la cultura de la renta a la cabeza, afianzó los lazos que propician las condiciones materiales para que los clubes, al menos de los de primera división, se transformen en una maquina de producir dinero.
No es novedad, el fútbol a escala nacional e internacional mueve cuantiosas cifras de dinero. No es casual, tampoco, que la FIFA se mueva como un Estado “soberano” e independiente con flexibilidad política y económica para actuar como un bio-poder dentro de la estructura de un deporte que cada vez más, con mayor rapidez, pierde su esencia en todo sentido.
La intrusión del youtuber conocido como Spreen en el partido que Riestra jugó contra Vélez Sarfield, hace una semana abrió la puerta para que el capital promueva nuevos saltos de negocios dentro de un entramado complejo que estrecha las relaciones entre economía y poder. Aun así, más allá del impacto de lo que mediáticamente se plantea como novedoso, existe un correlato intrínseco a la concepción liberal que impera a nivel país. El fútbol, de cierta manera, no puede escapar a esa lógica dual de dominación y dependencia.
Lo que no suele apreciar es que este poder hace tiempo opera para condicionar el andamiaje de negocios, donde los clubes son una eslabón más de la cadena de alimentación que nutre la rentabilidad de los voraces grupos económicos que rodean al “fútbol”. Ya no se trata de un juego, no importa si tal o cual equipo forma 4-4-2 o 3-4-3, eso queda para nutrir el sueño de los mendigos. El valor del juego se cotiza en dólares dentro del cascarón de cuentas bancarias que no siempre son manejadas por los clubes.
Lo de Riestra puede ser entendido dentro del esquema de propaganda liberal en un contexto donde el gobierno Nacional no se resigna a no terminar de romper al fútbol con las Sociedades Anónimas Deportivas. El periodista Carlos Aira, autor de “Héroes de Tiento”, explica que “son tiempo muy curiosos, muy extraños. Hace un cuarto de siglo, por el comienzo del Siglo XXI, era un tiempo en cual el fútbol de ascenso no tenía un mango partido al medio y los entrenadores dirigían si tenían sponsor, o sea, si tenían a alguien que los bancara”.
Continúa: “Parte de la guita del sponsor era para el técnico, otra para el club y el club se arreglaba como podía”, en ese contexto “llegó Orestes Katodoz a All Boys, un hombre del jet set, un personaje bastante inclasificable, sin ningún tipo de vínculo por el fútbol y se lo trato como a una deidad. Era hasta risueño, nadie sabía quien lo bancaba y generó, en aquel momento, una movida. Una movida hasta curiosa”.
“En 25 años todo cambió y mucho, porque hay una cantidad de guita infernal dando vueltas, porque las redes sociales cambiaron las reglas de juego. Esto es así y sin vuelta atrás. Donde hoy tenemos actores como las casas de apuestas, como las visualizaciones y el fútbol entra en un estamento que no es el que nosotros conocimos, porque los pibes de hoy van a un contrato social con el fútbol que no es el nuestro. Un contrato muchísimo más ligado al entretenimiento, al espectáculo, al marketing que al deporte, a la pasión, sin almibarar las cosas, porque porquerías hubo siempre”, sentencia Aira.
Al mismo tiempo remata: “Jugadores que llegaron a primera porque los viejos pusieron guita aunque tuvieran dos patas chuecas, existieron siempre en mayor o menor medida. Lo que pasa es que esto (lo que ocurre hoy) es una movida de marketing de carácter colosal lo que pone al fútbol argentino en una situación de mierda, porque tanto se habla del producto que el producto terminó siendo esto. Quienes menos critican lo que hizo Riestra son los que más hablan del producto”.
Momentos de cambios que no siempre son fáciles de asimilar. Es lo que afirma Aira. Y pasa. Es complicado asumirlo. El escritor agrega un dato que tiende al aliento y levanta a la tribuna; dice que no cree que se esto se “haga carne en el fútbol” porque se necesitan más clubes con la estructura de Riestra. Hoy esto no se puede replicar, al menos por el momento, en cualquier otro lugar.
Claro, todavía están los socios y los hinchas. La cuestión es que no siempre prestan debida atención a determinados acontecimientos. La cultura del aguante que surgió de una campaña mediática contribuyó a expulsar a los visitantes de las tribunas. Claro que le antecedieron hechos de violencia que generaron las condiciones para que este discurso arrogante se instalara posteriormente. Pero esta determinación política cambió la composición social de la tribuna, con un público menos popular y más permeable a los postulados materialistas del liberalismo.
El negocio no se toca. La fiebre de la Copa Libertadores que gestó la final entre Boca y River en diciembre de 2018 fue un mensaje que el capital del fútbol envió al conjunto de la sociedad y que no se asumió como el principio de una nueva era. A los hinchas de ambos clubes se les robó la jornada histórica. La encajonaron en España, cúspide, en ese momento, del fútbol exitoso y del negocio redondo. El final del cuentito terminó igual en el Obelisco, con una parcialidad festejando a pesar de todo.
El ritual pagano también es explotado; nada queda sujeto a las meras fronteras de la historia. Quizá porque es en el ámbito del negocio del fútbol donde se evidencia con mayor elocuencia cómo el capital apela a la emotividad para ganar espacios de poder. Poder implica decisión. El objetivo es exprimir lo más que se pueda de la parafernalia del espectáculo. Cuantos más hinchas se queden fuera de las canchas porque no pueden acceder a hacerse socios y, aun siéndolo, no pueden ingresar a ver un partido, más desalojados de los estadios recurrirán a la TV prepaga para ver al equipo de sus amores.
Como si no fuera poco, en nombre de la transparencia llegó el VAR y, de su mano, la casa de apuestas. Bajo el mismo manto discursivo que usa Milei, el uso de la tecnología se vendió como el elemento de la libertad y la transparencia, pero de inmediato se comprobó que “si te quieren cagar, te cagan”. Y sí. Es triste que existan aquellos que le pidan empatía al capital y a su poder.
Una gran porción de equipos de primera salen a la cancha con la publicidad de una casa de apuestas estampada en la camiseta. No hay preguntas. No hay demasiadas explicaciones, al menos para pensar que esto está reñido con la ética deportiva. La necesidad tiene cara de hereje, pero si el negocio mueve cerca de 2.500 millones de dólares por año, de acuerdo a datos de la AFIP, ¿quién va a decir algo?
Casas de apuestas, casinos, juegos de azar online. Claro, muchos se olvidan de que en la timba siempre gana la casa. Pensar que todos tuvimos un tío o un conocido que cada dos por tres caía en cana por pasar quiniela. Es cierto, las nuevas generaciones, adictas al solucionismo tecnológico, no tienen la más mínima idea de lo que eso significa. Bueno, en los nuevos tiempos, pueden estudiar finanzas (¿aprender a timbear?) en las escuelas liberales.
“La pelota no se mancha”, Diego. Pero todos sabemos que sí. Nos hacemos los boludos para seguir nomás. A todo esto, ¿a qué hora es el partido el domingo? Mierda, tengo que pagar el cable.
14/11/2024