Poliedro

Francisco: último adiós y legado de un argentino universal

“Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras.  Esto dijo, dando a entender con qué muerte [Simón-Pedro] había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme”
Jesús de Nazaret

Esta Octava de Pascua de Resurrección en el Año Santo de la Esperanza ha sido por demás de especial: tras la mayor celebración de los cristianos (el triunfo de Jesucristo sobre la muerte), entramos en una atmósfera de luto tras la partida -inesperada y llorada a nivel global por creyentes y no creyentes-, del Papa Francisco.

Tras 12 años de un pontificado intenso y transformador, comenzó el largo adiós al 266° legítimo sucesor se San Pedro. Como afirman los que conocen de estas cosas, con el comienzo del período de “Sede Vacante”, el Colegio Cardenalicio –el “Senado” de la Iglesia- es el último intérprete de la voluntad del Pontífice fallecido.

A juzgar por lo que fue el cuidadoso ceremonial  de despedida a Francisco, podemos decir que se cumplió con su voluntad. Más aún si tenemos en cuenta a algunos invitados especiales (como el representante de los “cartoneros”) y las palabras oficiales que se fueron diciendo desde el pasado 21 de abril -día del fallecimiento- hasta la realización del funeral. Así, los Cardenales hicieron saber, por boca del Camarlengo y del Decano del Sacro Colegio, que Francisco fue el Papa “de los pobres”, “de los excluidos” de este mundo que descarta a los más vulnerables. Fue el Pontífice que quiso una Iglesia “en salida” y que funcionara como “hospital de campaña”. En este sentido fue la emotiva y completa homilía del Cardenal Decano.

A sus 91 años, Giovanni Battista Re muestra estar con plena lucidez intelectual para “iluminar” a los miembros del Colegio que lidera o, dicho en términos más llanos, “marcarles la cancha”. Poner en valor el pontificado de Francisco (lo cual quedó manifestado de manera elocuente en la homilía del funeral, pero también en el Acta funeraria que firmaron el Camarlengo y el Secretario de Estado), como la delicada tarea de organizar la elección de su sucesor, amerita una destreza especial. Más allá de esto, cabe decir que en el proceso electoral interviene -nunca hay que olvidarlo- la acción del Espíritu Santo, tal como la comunidad cristiana atestiguó con la elección del apóstol Matías. Esto entra de lleno en la dimensión de la fe, de la creencia, pero es lo que consta en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Desde el pomposo funeral de Pío XII en 1958 no se veía en las calles de Roma presencia de público, más allá de la colina vaticana. Con su particular y devota decisión de ser inhumado en la Basílica de Santa María la Mayor, donde está el venerado ícono de la Virgen “Salud del Pueblo Romano” (y donde descansan los restos de otros Pontífices), Francisco tuvo su último adiós a lo largo de unos pocos kilómetros, rodeado del pueblo, como a él le gustaba. Según se afirma, era el trayecto que hacían los primeros Obispos de Roma para presentarse ante el Emperador Romano. Más allá de que los tiempos han cambiado notablemente, el pueblo salió a las calles para despedir a su Obispo.

Sí, un argentino homenajeado en las añosas arterias de la otrora “caput mundi”. Ningún compatriota tuvo y posiblemente no tendrá jamás semejante honor. Para Argentina, un país relativamente “joven” y construido en base a presencias y ausencias, vale mencionar el caso de algunas figuras destacadas que murieron en el exterior y casi en el anonimato: José de San Martín, el Padre de la Patria, partió de este mundo en 1850, en Boulogne-Sur-Mer (Francia); Juan Manuel de Rosas falleció en 1877, en Southampton (Reino Unido); y Jorge Luis Borges murió en 1986, en Ginebra (Suiza). El “Padre Jorge” fue “de Buenos Aires”, o incluso “del barrio de Flores”.

Pero Francisco, como señaló tempranamente Leonardo Boff al comienzo de la “primavera eclesial” que encarnó, es “de Roma” y de ahí, “del mundo” entero, “de todos”. Es verdad también que lleva consigo a la eternidad el anillo de plata, adquirido en su lejana patria y cuyo material remite al nombre de la misma: “argentum”.

El Papa argentino, el Papa jesuita y latinoamericano, el Papa imaginado-profetizado por Leonardo Castellani (1964) deja un legado inmenso en gestos y palabras. Conocer, estudiar y llevar a la práctica su Magisterio, condensado en una serie de documentos que ya forman parte del Magisterio oficial de la Iglesia, es lo mejor que podemos hacer para cimentar una “cultura del encuentro” como único camino a la “cultura de la paz”, que cimente la “civilización  del amor” para “¡todos, todos, todos!”, según términos de Francisco.

Un gesto sencillo en esa dirección parece ser el diálogo sereno entre dos líderes mundiales no católicos, dentro de la Basílica San Pedro. Para algunos, acaso sea el primer “milagro” de Francisco. Más allá de esto, vaya nuestro último adiós al amado Pastor “con olor a pueblo”. Así, con la gran Teresa de Jesús decimos: “Señor, no nos quejamos porque te lo llevaste… solamente queremos darte gracias porque nos lo diste”.

 

 

 

 

*Doctor en Ciencia Política. Profesor universitario.

 

 

 

 

28/4/2025

 

 

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