Opinión

Francisco: El nombre y el verbo del Pueblo

Corrientes y Florida, pleno centro porteño. Una señora humilde, en sillas de rueda, con el brazo enyesado vende carilinas. A su alrededor, los transeúntes  caminan a la corridas, indiferentes. Dos agentes de la policía de la ciudad se acercan a la vendedora popular. Le advierten que no puede estar ahí. Los modales de las policías no son los mejores. La vendedora se inquieta, es asistida por dos muchachos que tratan de contenerla.

Las agentes le  confirman que llamaron al patrullero para que le incauten la poca mercadería que la mujer tiene para vender. La venta es supervivencia en estos casos. Irónicamente le dicen que no se puede quedar quieta, que tiene que “caminar“. Los “arbolitos”, que también componen el cuadro de situación, asisten a la escena impávidos. La vendedora se quiebra. Llora, grita. Las policías se ríen. No se inmutan, pero se ríen y parecen disfrutar de provocar a una mujer indefensa y pobre. Es la representación de la injusticia encarnada en la violencia económico, política y social.

“Dios la va ayudar”, le dice uno de los hombres que la asiste. “Yo creo en Dios”, repone la señora y agrega: “si me sacan la mercadería ¿qué hago?. Es lo único que tengo”. La imagen del mal se desfigura en el rostro de las dos mujeres que se sienten fuertes con el disfraz de autoridad. No reparan en el daño, mucho menos son conscientes de su condición. La potencia de los humildes está en su fe. Ante cada injusticia se revive el calvario de Jesús. En ese escenario la figura del Papa Francisco adquirió una dimensión gigante.

El Pastor del Pueblo nos invitó a hacer lío. Eso implica levantarse ante las injusticias. Él, como el propio Jesús, obró con los pobres y combatió las maldades materiales y espirituales de los regímenes que encadenan y someten. Aun así, es pertinente preguntarse si tenemos real dimensión del significa y la trascendencia del pontificado del Papa Francisco.

Su Palabra se hizo Verbo pero ¿quién ha tenido la suficiente humildad para escucharla, para hacerla carne? Son tiempo aciagos donde la pedagogía de la derrota se materializa en el nihilismo funcional a dogma materialista. Los pobres tienen fe, no porque necesiten aferrarse a algo más que su condición sobre la tierra, sino porque entendieron el mensaje de Cristo y con él al Papa. En esa Pasión está la vida. La Fe, cura, redime, libera. La Fe siempre es revolucionaria.

“El lucro y el capital no son un bien por encima del hombre, están al servicio del bien común. Y, cuando el bien común es forzado para estar al servicio del lucro, y el capital la única ganancia posible, eso tiene un nombre, se llama exclusión, y así se va consolidando la cultura del descarte: ¡Descartado! ¡Excluido!”, expresó Francisco en su viaje su viaje apostólico a México en febrero de 2017.

No era una denuncia ni un diagnóstico. Recordó que el hombre no puede sobrevivir si no se brinda al bien común. La obra humana es superior a la idea material del mercado. El mercado está manejado por los fariseos y estos responden al Sanedrín que ajustician al pueblo en nombre de un falso Dios y de apócrifos principios civilizatorios. El mercado quita vidas. Dios la da.

Quienes usufructúan el poder en contra del bien común se levantan en contra del Hombre. Carecen de humanidad y pretenden deshumanizar al conjunto social. Se entrelazan en cofradías que conjuran “odio con cobardía”. Ellos no van a llorar a Francisco en su funeral. Van a buscar la primera plana. Se pavonean al calor de la hipocresía mientras en los celulares miran el estado de sus cuentas bancarias. Trump y Milei fueron a Roma a poner nuevos clavos en la Cruz.

La alegría de vivir

“No podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento. El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inquietud es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad. Este cambio de época se ha generado por los enormes saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se dan en el desarrollo científico, en aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y de la vida. Estamos en la era del conocimiento y la información, fuente de nuevas formas de un poder muchas veces anónimo”.  Francisco en La Alegría del Evangelio.

El síntoma de las condiciones de deshumanización es el caldo de cultivo para desalentarnos como pueblo. En ese desaliento se es susceptible a la tentación de buscar salidas tan rápidas como fallidas. El propio régimen nos empuja a la crisis de fe en la medida que desesperadamente nos aferramos a lo material. Sucumbimos, y es allí donde cala el discurso oscuro que nos encadena a la supervivencia al mismo tiempo que suprime nuestra identidad. Intentamos matar a Dios sin tomar consciencia de que somos su pueblo.

No es nuevo. Cuando Poncio Pilatos, presionado por el Sanedrín, le dio a la gente elegir entre salvar a Jesús o Barrabás, las hordas incrédulas y disciplinadas se inclinaron por este último. A lo largo del calvario de Jesús se fueron dando cuenta del error. Pero Francisco redime: “Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no caemos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo”.  Esa es la Fe que dejamos de lado muchas veces en nombre de elecciones distorsionadas.

El pensamiento colonial, con su pedagogía del centro, induce a elegir una y otra vez a Barrabás como única opción de su proyecto de dependencia. El despojo de lo nacional implica el arrebato de la fe y la transvaloración de los valores humanos que nos supieron unir como pueblo. Una vez que se materializa la destrucción, se impone la decadencia, se yergue la cruz y se consagra el despojo; el régimen perfecciona el descarte y proyecta sobre los pobres las sombras de Judas y de Barrabás.

El Papa argentino advierte que “a veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar cobertizos personales o comunitarios que nos permitan mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo”. 

La Palabra hecha Verbo en el pueblo. Esta noción, que muchos quieren presentar como abstracta, es una acción contundente de la consagración espiritual y social a la que le temen los conservadores dentro y fuera de la Iglesia. Suele olvidarse que Jesús era un hombre del pueblo y que caminó a la par de los suyos. Luchó con ellos. Francisco, a lo largo de su pontificado, nos llevó al reencuentro con esa potencia creadora: creer en Dios es creer en el hombre.

Creer en el hombre es creer en el pueblo, y con ello en la realización de un nuevo mundo. En La Alegría del Evangelio, dice Francisco: “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará ayuda para cumplir la misión que nos encomienda. Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo”. 

Al mismo tiempo, alega: “Nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad”. 

El Nombre y el Verbo 

De pibe fui a catecismo para jugar al fútbol, no tenía ni idea de lo que significaba Dios. La tradición familiar y mi vieja querían que tome la Comunión. En el conventillo, los más grandes contaban sus hazañas futboleras en el patio de la iglesia San Juan Evangelista, y yo quería tener algo para decir. Así que, puntualmente, por las tardes, después del colegio, llegaba a las aulas de ese colegio y esperaba la hora de salir a patear una pelota. Los domingos había que levantarse temprano para ir a misa. Todo aquello me aburrió rápido. Había poco fútbol, así que dejé de ir.

Una tarde, mientras jugaba en mi mundo, dos monjas subieron por la escalera de madera. Venían a hablar con mi mamá para que volviera a catequesis. Tomé la Comunión un ocho de diciembre; hacía un calor del infierno. No hubo una gran fiesta, o sí. La compartí con un amigo de la infancia, Kudo, que ahora vive en Estocolmo. Su familia, como la mía, no tenía guita para grandes pompas. Ambos tomamos la comunión en el mismo día, en la misma iglesia. Así que disfrutamos lo que vino después juntos.

Hasta el lunes en que murió Francisco, no había pensado en ello. De repente, entendí la dimensión real de aquellos recuerdos y de esos actos. Todo se reduce a un acto de amor. Sí, es eso. Desde la actitud de las monjas hasta el trabajo de mis catequistas y la paciencia de mi vieja, hasta el compartir la celebración con un amigo.

En los ’90 me ganó el escepticismo y me alejé de la Fe. Renegaba de ella más por desilusión que por convencimiento. Con la llegada de Bergoglio al Vaticano, todo cambió. Él me condujo de regreso. También incidieron otros factores, es cierto, pero su Palabra me devolvió algo que siempre fue mío y que no tengo en claro dónde perdí.

El jueves, cuando presencié la injusticia que el régimen cometía contra esa mujer que vendía en la calle, la sangre se me calentó al punto de encarar a las dos policías y cantarle las cuarenta. En ese momento, estaba con mi compañera. Ambos compartimos, minutos después, nuestra indignación. Sin embargo, también sentimos lo mismo: pensamos en Francisco.

No caigo. Esa es la realidad. Tal vez lo haga cuando cubra la ceremonia de despedida en la Catedral. No lo sé. Sí, tengo en claro que el Hombre que me condujo a la fe de nuevo se nos fue, y que parece dejar un agujero profundo en nuestros corazones y en nuestras cabezas. El sentimiento, como hablamos con algunos compañeros, es de orfandad. Es el duelo.

Francisco era uno de nosotros y eso hace más jodida su partida. En este mundo nos hará falta. Pero él mismo habló de un nuevo principio, así que nos queda hacernos eco de sus palabras y acciones para enarbolar la bandera que nos llevó a construir incluso este medio: “Nadie se salva solo”.

“A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo, que escapa a toda medida”. Francisco, La Alegría del Evangelio.

A través de su Palabra, él caminará entre nosotros y nosotros tomaremos su mano para no perdernos y no sentirnos solos en la lucha: ¡vamos a hacer lío!

Gracias por todo, Francisco.

 

 

 

25/4/2025

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