Por Gustavo Ramírez
En el primer capítulo de la cuarta temporada de “Succession”, Roy Logan le dice a su chofer y guardaespaldas: “Eres un buen hombre. Eres mi amigo, mi mejor amigo. Porque, ¿que son las personas? Son unidades económicas. Yo mido treinta metros. Estas personas son pigmeos. Pero todas juntas forman un mercado”. Ese monólogo parece absurdo pero es la síntesis del personaje que encarna en la serie el actor Brian Cox.
Roy Logan es un billonario fundador del imperio mediático Waystar RoyCo. Acaso el sucesor más descarnado de Charles Foster Kane, de Orson Welles. Sin embargo, ambos personajes no se acercan ni por asomo al infierno real. Ese espectral universo uniforme donde la oposición se regodea sobre su propia miserabilidad. Larreta, Bullrich, Morales, Milei, son un poco sirvientes de algún Roy Logan pero al mismo tiempo son él e incluso sus hijos.
Y así es como nos ven, como “unidades económicas”. Por eso Larreta se atreve a prometer que alcanzará el déficit cero en un año si es presidente y Patricia Bullrich habla de país anormal. Ellos miden treinta metros y nosotros somos los pigmeos. Ambos mienten. Pero eso no importa. Hay que vender la marca del “cambio”. Ergo, la política es un negocio para ellos. Un buen negocio, en tanto y en cuanto las cuentas cierren para los titiriteros.
Donde Juntos por el Cambio pisa no ha de volver a crecer la hierba. Prometen lo que ya hicieron porque entienden que no lograron cumplir con su misión. Así que ahora desatan el caos. Se aceleran. Beben su sangre y prometen en Jardín de las Delicias, aunque ellos mismo lo hayan arrasado con anterioridad. Voraces y retorcidos, permanecen impasibles en las pantallas de prime time como la atracción del circo que no caduca.
La oposición es más fría que la muerte (perdón Fassbinder). Su pulsión los lleva a ser un poco cada vez más genuflesos con la entrega y la dependencia. Desde la levedad encarnan los papeles que les fueron adjudicados para representar al sistema. No nos actores. Son agentes. Para ellos no ficción. Lo real huele a mierda y muerte. Más rápido y con más dolor. Sin piedad para los débiles. Se miran al espejo y se repelen.
El hijo dilecto de Martínez de Hoz busca alcanzar el zenit de su carrera político mintiendo. Promete lo que no podrá cumplir sino es a través del derramamiento de sangre. ¡Campaña del miedo!, aúllan como lobos perdidos en la estepa. Larreta repite el decálogo del dictador bananero, del populista de derecha. Eficiencia y rentabilidad para las empresas del Estado. Suma cero. Capitalismo de cartón. No hay repregunta. Tampoco hay ética periodística. Los movileros se arrastran y expiden la pus de su cuerpo como purga intelectual. Eso es todo.
La promesa de déficit cero se basa en una mentira infantil pero peligrosa. Primero porque la concepción sobre la administración del Estado está centrada bajo falsos conceptos de rentabilidad y eficiencia. El Estado no es una empresa, no es una casa. Su economía es más compleja y sobre ella se cimienta el motor productivo de la Nación.
El achicamiento del gasto público no redunda en la mejora de calidad de vida de los más humildes, sino que promueve la transferencia de riqueza de abajo hacia arriba y potencia el privilegio de las decisiones políticas en la ejecución económica en manos del capital concentrado. La promesa de Larreta es la promesa de la colonia, sumida a la desintegración social del Estado y representa un alineamiento sin concesiones con los mandatados del Wall Street.
Los mismo que su diagnóstico sobre la inflación. Vuelve a recargar las tensiones sobre las estructuras estatales, que son garantías del sostén de un mínimo social, para proteger la especulación del capital global financiero que opera sobre la economía nacional sujetándola a la dependencia económica a la moneda de dominación (el dólar), para ahondar la inequidad social.
La inflación la generan los amos de Larreta y no la emisión de billetes. El heredero de Martínez de Hoz promete entregarnos al mandato imperial bajo el estigma mal ávido y falaz de que no estamos integrados al mundo. Encerrado en su cripta porteña el alcalde vive de espaldas a la realidad pero también al pasado reciente donde lo que él promete solo sirvió para condenarnos.
En contraposición, Sergio Massa, Agustín Rossi e incluso Juan Grabois y Paula Abal Medida, le dan algo de contenido a la campaña. Ya no hay lugar para batallas estériles. Aunque la campaña ceñida a la gestión es en sí misma una pequeña guerra. No obstante, desde hace algunos días se rompieron las ataduras de la tiranía ideológica y Unión por la Patria comenzó a jugar el juego de la política.
La CGT siempre estuvo ahí. Solo que algunos no la veían. Los que la veían le tiraban piedras. De golpe, las palabras arrasaron los discursos primitivos y los imaginarios de cafés universitarios. Massa expresó decidido: “Quiero que puedan mirar a la Casa Rosada y sentir que tienen al presidente de los trabajadores. A eso vengo, a comprometerme con ustedes, a defender el trabajo, a articular con ustedes porque la Argentina de la producción, del trabajo, de la venta del trabajo argentino al mundo es la que nos va a sacar adelante”.
Con el correr de la tarde hubo quien se atrevió a decir: “Massa, el sucesor de Néstor”. A ciertos camporistas les corrió un sudor frío por la espalda. Mientras, el Ministro de Economía bajaba raudamente las escaleras de la CGT y saludaba a las y los empleados de la casa de las y los trabajadores, sin aires de grandeza, más simple de lo que se lo ve en las gélidas pantallas televisivas.
Aún así todavía nadie ganó. Los frentes están abiertos y no todo es tan armónico como la tensa calma interna lo demuestra. El vendaval internacional es una amenaza para la economía. Europa comienza a tocar pisos recesivos. El dólar retrocede. El cambio climático avanza. La exportaciones argentinas caen un 35,4 % en junio de este año, en comparación al mismo mes de 2022. El desarrollismo tiene límites, sus propios límites.
Es curioso. La oposición se aventura a velar a cajón abierto al peronismo. Sin embargo, lo que están proyectando su propia sepultura. Es simple. A penas un síntoma. Pero tiene peso simbólico: Ayer en la CGT se respiró esperanza. Hacia mucho que el viento de la política no traía esos perfumes a la casa histórica de los laburantes. Es cierto, todavía ello no parece suficiente para ganar una elección. Pero está claro que con sus idas y vueltas, con sus discusiones e irresoluciones sobre la espalda, el peronismo sigue siendo futuro.
Por ende la oposición se apresura a celebrar un velatorio que no ocurrió. Es que ese segmento político de la Argentina vive en su propia esfera de ficción. Un cenotafio sin luz, gris y profundamente hueco. Allí vuelven a prometer el pasado. El de la Argentina regada de sangre, dolor y miserias. Donde los pobres, los humildes, los laburantes son unidades económicas. Prometen el infierno y la mentira como salvación. Los mismo que Roy Logan en “Succession”.
20/7/2023