Emprender la verdadera batalla

  *Por Franciso Pestanha 

Hemos sostenido en reiteradas oportunidades que la alienación, en términos de la teoría política de la periferia, constituye aquel trastorno intelectual temporal que se produce cuando, al momento de conocer, carecemos de la conciencia respecto a aquellos factores que determinan o tercian en nuestra observación. Este fenómeno Fermín Chávez lo describía como déficit en la “apercepción”, entendiendo esta última como una disposición mediante la cual interpretamos la realidad en forma consciente y activa, articulando nuevos conocimientos con los preexistentes.

Fermín y otros autores señalaban con acierto que el engendro colonial implicaba que ciertas categorías ideológicas y pautas o estándares culturales habían sido incorporadas acríticamente, sin el tamiz reflexivo necesario, estableciendo de esta forma una parametrización pasiva de nuestra mirada de la realidad, alterándola. Se ha dicho con certeza que, alienado de esta forma el individuo, experimenta al mundo capitalista —central, tecnológico, dominante— de manera inactiva, como un receptor inanimado, como un sujeto sin vida, como no-sujeto, pero, aún a pesar de ello, lo incorpora.

Como respuesta a este modo de alteración cognitivo-cultural, el mismo Chávez enseñaba que «desentrañar las ideologías de los sistemas centrales —en cuanto ellas representan fuerzas e instrumentos de dominación— es una de las tareas primordiales de los trabajadores de la cultura en las regiones de la periferia; pero la realización cabal de esta tarea presupone, a su vez, la construcción de un instrumento adecuado». Necesitamos, pues, de una nueva ciencia del pensar, esto es, de una epistemología propia.

Ello requería para Chávez de un proceso de apercepción activa situada, liberada de narrativas dominantes. A fin de dar por tierra con tal situación opresiva, afirmamos en otras oportunidades que debía en forma inmediata iniciarse un proceso ascensional de rebeldía cognitiva progresiva. El imperativo consagrado por Raúl Scalabrini Ortiz en plena sintonía planteaba un «volver a la realidad como imperativo inexcusable» como pre requisito para recuperar la “apercepción”, condición necesaria para la restauración de la conciencia, que en tanto situada, era esencialmente nacional.

El rol de los trabajadores de la cultura en los países de la periferia adquiere una nueva importancia en estos tiempos sometidos por la revolución info-bío-tecnológica. Esta revolución está sustentada ideológicamente por el transhumanismo, que se basa filosóficamente en un dualismo que considera al cuerpo como un elemento desechable y un mero obstáculo superable por la tecnología, colocando exclusivamente a la inteligencia en el centro del futuro.

Y ello es así porque, como sostiene el filósofo argentino Miguel Benasayag, «el cerebro no piensa, el cuerpo sí»; sin un cuerpo que proporciona estímulos, información, percepciones y experiencias (historia), el cerebro no podría elaborar conocimiento por sí mismo. Los receptores, la memoria, la interacción con el entorno natural (que incluye lo humano) constituyen —entre otras— las fuentes donde abreva nuestra cognición.

El sistema cognitivo ha evolucionado durante siglos a partir de la interacción de cuerpo y mente como unidad y las tecnologías digitales que reitero no son neutrales, no solamente están generando en forma masiva alteraciones atencionales y emocionales, sino además, universalizando parámetros estéticos y culturales. El arte y la cultura popular, cuando emanan de la autenticidad, constituyen expresiones de la interacción de cuerpos, mentes y entorno humano y natural y son verdaderas vías de escape, de remediación contra la inducción alienante, ya que en sí mismas, suelen emerger legítima e incorruptamente de las aspiraciones y metas colectivas. Posteriormente, habrá que asumir otros desafíos.

 

 

*Escritor y ensayista argentino. Docente universitario, referente del pensamiento nacional.

 

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