Pensamiento Nacional

El tiempo de las unidades tácticas

Tomar la parte por el todo y juntar los fragmentos dispersos para aunarlos bajo la política de las consignas no es unidad. La dispersión de fuerzas dentro del Movimiento Nacional no es nueva. Mucho antes del 2015 la desunión marcaba un síntoma de época que terminó de eclosionar con la victoria electoral de la Libertad Avanza en 2023.

El último sacudón lo propició Pablo Moyano a través de su renuncia a la conducción de la Confederación General del Trabajo. Lejos de aportar claridad, lo que sumó esta acción más allá de las definiciones de toma de posición frente al panorama coyuntural es incertidumbre. Aquello que hace un mes se presentaba como una alternativa de construcción política desde el propio Movimiento Obrero con un nuevo alineamiento interno se diluyó en horas, ante la ausencia de una mirada estratégica y de fondo.

No obstante,  sin eludir las contradicciones internas en las que se enredó el sindicalismo cegetista,  se avizora  un mapa demasiado enmarañado por negociaciones cruzadas y elucubraciones pasajeras que sellan impresiones duraderas. En cada medida de acción directa y movilización gestada por el Movimiento Obrero la dirigencia política en términos generales pero no relativos guardó silencio y se refugió en una representación de falsa síntesis.

El plan de acción lanzado por el sindicalismo en diciembre de 2023 quedó licuado ante la falta de acompañamiento y contenido político. La adhesión al pacto social, por parte de un sector del peronismo, terminó por legitimar a un gobierno que hace no más de un mes parecía tambalear en su propio laberinto. No es descabellado pensar que los acuerdos de superestructura, que se tejen más allá de los relatos ideológicos, sirvan para conformar nuevos trazados electorales que beneficien a distintos sectores más que al conjunto de la población.

A esta altura no hay demasiadas dudas: El gobierno sorteó momentos de inflexión gracias a la legitimación política que se desagregó del malestar social. El tema que es que dicha legitimidad no se la dio la base de sustento electoral ni el mentado “veranito económico”, se la propició la  superestructura política que se niega a desprenderse de los vicios liberales que reaseguran más cargos que poder.

Ya no se trata de un diputado más o un diputado menos. El abandono de la causa nacional termina por ser un factor desequilibrante que inclina la balanza a favor de la oligarquía financiera y eso le da aire la gobierno para avanzar otro casillero en el juego de las apariencias. Ese mismo tiempo es usado por una parte de la dirigencia política del “campo nacional” para reordenarse mientras busca nuevas viejas conducciones que hasta ahora solo manejan discursos mediatizados por las redes sociales que por un programa efectivo.

La Libertad Avanza lumpeniza a la política al ritmo de posteos y me gusta en las redes sociales. De este modo ya no se discute política. No hay trazados estratégicos, cada sector quedó arrinconado con sus propias necesidades en el fondo de la historia como si ello fuera el resultado de una acción inexorable. Es más, no hay manera de contener la instalación sistemática de la agenda libertaria: En un país con el 60 % de los pibes en la línea de pobreza y con jubilados cagados de hambre se discute la posible candidatura de un personaje de historieta clase B como el Gordo Dan.

Si no hay causa no hay contenido. De este modo, los sectores progresistas, atrincherados en conducciones inorgánicas, sabotean la urgencia de ampliar el debate en la conformación de un frente de liberación nacional. La agenda carece de postulados orgánicos que reflejen el armado de respuestas para los sectores sociales que hoy son víctimas de las crisis. Lo realmente funcional es que nadie se hace cargo. Por el contrario, se nos sigue adornando la cresta con la propaganda liberal, sea desde su manifestación reaccionaria o desde las expresiones keynesianas. Lo concreto es que materialismo impera y se impone.

En este sentido, el progresismo liberal abortó todo proyecto de liberación. Aprobó el estatuto del nihilismo al sostener el comando legal de la dependencia y se apoltronó cómodamente en la superficie de la semicolonia donde encontró una zona de confort para estructurar un relato embriagado de palabras vacías de significado.

Todo esto tiene un objetivo: Desnaturalizar al peronismo para vaciarlo y asumir el rol de una representación nacional que les fue esquiva históricamente. El pacto social se enalteció como caracterización de un peronismo posmoderno que se asemejaba más a la democracia liberal francesa que al fanatismo en el pueblo que exigió Evita. El divague ideológico caracteriza a esta estructura cognitiva que eludió todo principio revolucionario propuesto por el peronismo.

“No leen a Perón y si lo leen no lo entienden”, nos dijo hace poco una fuente sindical que no pretendió erigirse como esclarecida. El comentario, que no fue al pasar, era descriptivo.   ¿Hay interés por Perón? No hace mucho entrevistamos al periodista Mariano Hamilton a razón de la publicación de su novela Días Malditos. Le preguntamos si era necesario que cada uno de nosotros, en el peronismo, se convirtiera en una unidad táctica para reperonizar. Su respuesta fue ambigua. Casi incomprensible. Se sintió el resquemor con el término “táctica” y con  la palabra unidad. El ejemplo sirve para comprender la dimensión de la pérdida de sentido revolucionario, no para caerle al colega.

La ausencia de debate interno en ciertos estamentos, la carencia de formación y la aucencia de conducción estratégica configuran un mapa donde la fuerza nacional se repliega. El progresismo, al mismo tiempo, como táctica discursiva, en su perfil entrista, desvaloriza los preceptos doctrinarios al emparentarlos con el dogmatismo. Disloca las categorías propias y se adosa a la espalda de la sociología sajona para despotricar contra conceptos básicos y esenciales como Nación y Patria.

“El peronismo tiene que volver a enamorar”, gritan algunos. Pero dejan de lado el hecho de que su dirigencia se enamoró de sí misma y dejó de creer en el pueblo para darle rienda suelta a la fe del mercado. El capitalismo inclusivo que pregona la conducción del Partido Justicialista muy poco tiene que ver con la Comunidad Organizada, por ejemplo.

En el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, Perón dejó establecido que “la comunidad organizada debe conformarse a través de una conducción centralizada en el nivel superior del gobierno, donde nadie discute otro derecho que el de sacrificarse por el pueblo, una ejecución descentralizada y un pueblo libremente organizado en la forma que resulte más conveniente a los fines perseguidos”.

Para el conductor estratégico del Movimiento Nacional, “la comunidad debe ser conscientemente organizada. Los pueblos que carecen de organización pueden ser sometidos a cualquier tiranía. Se tiraniza lo inorgánico, pero es imposible tiranizar lo organizado”.

Ante tanta dispersión, fragmentación y disolución es tiempo de las unidades tácticas para resistir a los liberales de adentro y a los de afuera. No se trata de interpretar el peronismo, se trata de comprenderlo. Las vagas interpretaciones esconden la idea de desintegrar al Movimiento de Liberación Nacional porque son parte del esquema de dependencia donde se legitiman para que nada cambie. No es derecha o izquierda, es liberación o dependencia.

 

 

 

 

26/11/2024

 

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