Todo parece estar de cabeza. Lo que se mueve bajo nuestros pies no parece ser la tierra, sino una capa de la existencia que amenaza con extinguirse si no se atienden los gritos desesperados de los más humildes. La mentira corre como reguero de pólvora y se cobra vidas. El silencio y la indiferencia, por momentos, parecen lugares cómodos en la miseria de la resignación, pero no es más que la pose sobregirada de un gobierno que delató sus trampas apenas se echó a andar.
Para Milei los pobres son estadística que se licúa en el panóptico económico y en la letra fría del contrato mercantil. Para la gestión libertaria la vida y la muerte tienen precio, mientras juega a la ruleta rusa en el contexto geopolítico. Lejos del país, el libertario construye su Mundo de Alicia. Si los números no cierran, basta con actuar como un buen perro frente a los instructores de la civilización del “tanto tienes, tanto vales”. No importa cuán bajo haya que caer, solo se trata de preservar el servilismo que administra negocios. No hay que perder el hilo de la condición general de subordinación para establecer relaciones entre las ecuaciones del mercado y la desintegración social.
A veces la tierra tiembla, el mundo se mueve. Todo se sacude. El infierno no es un lugar encantador, sobre todo cuando la urgencia material irrumpe en la cara de un sueño roto y borra de la faz del rostro la sonrisa cálida de la infancia menospreciada. Las calles se inundan de espectros que huelen a futuro incendiado y las esperanzas caen en un agujero oscuro que conduce a un callejón sin salida. Los fantasmas de las crisis pasadas se alimentan de los miedos presentes y crecen a la sombra de la inflación, la pobreza, el desempleo y de la descomposición social.
No es nuevo, no es viejo. Es el tambor del revólver girando con una sola bala adentro y apuntando a la sien de un alma desguarnecida. El efecto se multiplica por millones. La oración oficial se repite como un credo ultrarreligioso que pretende convencer al hereje de que su falta de oportunidades no es su culpa. Así, el problema es el otro. Los olores a descomposición no llegan del pasado, pertenecen al presente, aunque la administración libertaria finja no tener olfato.
La salida de la pandemia profundizó el deterioro. Con Milei, se agudizó el síntoma. La libertad de mercado, el libre comercio, la fatiga de las estructuras del Estado allanan el camino para la proliferación de las estructuras delictivas. La violencia económica tiene réplicas en los territorios donde se veda el acceso al bienestar y la carencia doblega los espíritus. Por momentos no hay tiempo para lágrimas. El tranza avanza a pasos acelerados, de la misma manera que lo hace la pobreza, la precariedad. La crisis es una bomba atómica que estalla en el medio de las comunidades, se rompen los remedos, se quiebran las almas y se construyen refugios superficiales de supervivencia.
Cuando arrecia la tormenta, para algunos el único refugio parece ser el consumo de drogas y alcohol, la prostitución. «Se está rompiendo la última barrera, que ya venía frágil», nos dice una fuente con trabajo territorial. Las políticas públicas, si bien no llegaban a cubrir las necesidades totales de las poblaciones humildes, servían para evitar «la caída de los resortes de contención». Los comedores populares, los clubes de barrio, las escuelas, los espacios de tratamiento de adicciones fueron socavados.
Lara, Brenda y Morena. ¿Qué nos dirán estos nombres en el futuro? En el presente son representativos de la crueldad de un sistema que no tiene ningún interés en preservar ninguna vida, a no ser que ello produzca rentabilidad. La regencia mediática lo evidencia: instala que el salto al vacío es un resbalón más, uno de tantos. Pero el fondo de la trama está ahí, delante de nosotros. Basta con mirar, por ejemplo, el barrio de Constitución. Un territorio fantasma, absorbido por la desidia, la resaca de los ’90 y el abandono.
Tres nombres no son el tres por ciento. Volvemos al punto de partida con la realidad ensangrentada. Hay muchas maneras de matar al pueblo. Si uno se detiene un minuto en el centro de la tempestad, desatada por un grupo de oligarcas psicóticos, y voltea a ver el pasado, el río de sangre lo guiará al principio de la calamidad. Y allí estarán los mismos de siempre, intentando comprar sus pecados con 30 monedas de plata. Y mientras se escuchan los gritos desesperados de las generaciones arrebatadas de la vida, se oirán los discursos aleccionadores de los bombarderos del ’55, o de los Videla y de las Bullrich.
Las calles se llenan de historias dramáticas. Pero no hay tiempo para llorar. ¿Quién enjuaga las lágrimas de Lara, Brenda y Morena? ¿Quién las llora, las extraña, más allá de sus madres, de sus padres, de sus familiares? La amnesia social deviene en fármaco que neutraliza toda capacidad de sentir. El otro es el culpable. Se naturaliza la estupidez tanto como la insensibilidad. Como si se tratara todo el tiempo de escapar de ese lugar que expone la humanidad que abandonamos en manos del sentido común. No hay hijas, no hay hermanas, no hay nietas, no hay primas, no hay amigas. Está el relato civilizatorio que condena a las víctimas solo como huida hacia ninguna parte.
¿Cuántos nombres se han olvidado en el fondo de la historia? ¿Por qué? ¿Para qué?
Es absurdo, pero ahí están los falsos profetas hablando del valor del dólar, de los bonos y de la bolsa. Los más atrevidos se aventuran a tratar el precio de la cocaína. La miseria entra por la nariz y se instala en el cerebro, donde la corriente del estímulo conduce al olvido inmediato. ¿Cuánto vale una vida? ¿Qué sale una muerte? ¿Quién le pone el precio a las lágrimas?
Es curioso, durante estos días nadie afirmó que Lara, Brenda y Morena querían vivir. Hasta el hartazgo se replicaron muecas desajustadas de la realidad. Las cámaras, inquisidoras siempre, se quedaron con la imagen de Robertito Funes Ugarte como si el muy idiota fuera la víctima. Él, tan glamoroso en la precariedad ajena, no quiso preguntar por la vida de las tres chicas, por su felicidad. No. Solo estaba interesado en su propia vocación narcisista. Un espejo libertario.
¿Cuántos de nosotros necesitan llorar estas muertes en silencio para recobrar fuerzas? ¿Cuántas Lara, Brenda y Morena coexisten entre nosotros sin levantar la voz, muriendo día a día? ¿Por qué no las vemos? ¿En qué nos quieren convertir? Todo parece demasiado triste para ser real.
La vocación monstruosa de Milei intenta arrancarnos el corazón. Argentina no es esto, pero hoy no sabemos bien qué es. Los predadores del mercado salieron a cazarnos. Lara, Brenda y Morena, con su humanidad a cuestas, eran nuestras y, sin embargo, no las advertimos. Tampoco advertimos a Loan, a Pablo Grillo, a los tripulantes del Rigel y del Repunte, a los del ARA San Juan, a los combatientes de Malvinas, al pobre que muere solo en la calle, al humilde que cae en la desesperación constante.
¿Qué hemos hecho? ¿Qué mierda nos estamos haciendo? ¿Qué vamos a hacer?