*Por Juan Carlos Schmid
“Vamos a volver” fue la consigna más coreada en la reciente campaña electoral del frente encabezado por el justicialismo. Más que una “mística del retorno” fue, en definitiva, la unidad alcanzada por gobernadores, intendentes, dirigentes y militantes de distintas líneas la que posibilitó esta vuelta del peronismo. Cabe entonces preguntarnos cómo, por qué y para qué volver.
Recordemos que, para los medios y buena parte de la dirigencia política, no hace mucho el peronismo aparecía como acabado. Tras sucesivas derrotas electorales, el agotamiento de su programa económico después de más de una década de gobierno y un ejercicio político marcado por la confrontación, muchos pensaban que habíamos perdido lo más característico desde los orígenes de nuestro movimiento: la indiscutible capacidad de postular alternativas para el conjunto de la ciudadanía y de renovarnos ante otra etapa política. Soberanía popular.
Fue necesario aprender la lección, volviendo a ubicarnos en el contexto histórico. Unos debieron dejar de lado las fantasías de “superar” al peronismo; otros tuvimos que masticar no pocas amarguras. Todos tuvimos que contribuir a elaborar una síntesis para contener a la mayoría del movimiento. Una síntesis que, como tantas veces en nuestra historia, pasa por la recuperación y la actualización del ideario peronista, surgido de la visión de los fundadores de nuestro movimiento, y sobre todo construida en las epopeyas del pueblo trabajador.
Un ideario centrado en la soberanía popular, la independencia económica, la justicia social y un poder de decisión puesto al servicio de la causa nacional. Entonces, volvimos sobre nuestro destino, sin caer en la tentación del posibilismo, sin resignación, apelando al sentimiento de grandeza que anima siempre a nuestro pueblo. Y lo hicimos, no solo para ganar una elección sino fundamentalmente para terminar con una Argentina de pocos y para pocos, asentada sobre el privilegio y la especulación.
De eso se trata el volver, simplemente volver a construir una Patria que sepa ser hogar de todos. Esa Patria, justa, libre y soberana, que no es un “eslogan” del peronismo sino su misma razón de ser, como fuerza de cambio transformadora. Revolución. El peronismo es el mecanismo revolucionario de los trabajadores, promotor de la clase media y, en general, abanderado de los sectores populares. Al mismo tiempo es el mejor motor de crecimiento y desarrollo del país.
Está registrado en nuestro pasado: cuando los trabajadores y la clase media, virtualmente excluidos del mercado hasta la década de 1940, pudieron “ir de compras” fue gracias a las políticas de justicia social del peronismo. Fue en esos años cuando creció el comercio, se puso en marcha la producción y se recaudaron más impuestos, lo que permitió garantizar la salud y la educación. Así mejoró el bienestar, sin hambre ni desocupación porque los menos favorecidos pudieron satisfacer sus necesidades y porque los sectores medios accedieron a bienes durables, culturales y de esparcimiento disfrutando todos de una vida digna.
Aquellos logros del peronismo lo convirtieron en un formidable instrumento para generar ciudadanía. El republicanismo que tanto se pregona, si hablamos de una democracia real, requiere de ciudadanos plenos, es decir, habitantes de un territorio con derechos constitucionales y un adecuado sistema institucional; ciudadanos que gocen de las condiciones para cubrir las necesidades básicas de una vida moderna. Es falso que exista ciudadanía plena y república auténtica si hay desempleo crónico, si hay hambre, si los jóvenes no tienen acceso al mundo laboral, si no está garantizada la salud pública, si no existe la posibilidad de una educación que iguale las oportunidades. República vacía, república vaciada. Esta es la diferencia entre una república vacía y virtual, frente a la república real y efectiva.
Al no considerar estas demandas se cae en un republicanismo vacío; es el espejo de las desdichas que padecen nuestros hermanos de Chile. Padecimientos que son fruto de un “modelo” económico y social cuyas sombras denuncié, en un texto firmado el 18 de febrero de 2010 como miembro del Comité Ejecutivo de la Confederación Sindical de Trabajadores y Trabajadoras de las Américas. Ya entonces, el terremoto y el tsunami, fenómenos naturales ocurridos del otro lado de la Cordillera, ponían al desnudo las consecuencias de la práctica inmisericorde del neoliberalismo, sus sagrados valores de individualismo, “meritocracia” y éxito personal.
También los argentinos lo venimos padeciendo en estos cuatro años que están llegando a su fin. Los enfoques neoliberales del gobierno del ingeniero Macri fueron maniatando a la Argentina a esta crisis agobiante, sumergiendo en la pobreza a más de la mitad de nuestros niños y jóvenes, en un presente sombrío. Y como no podía ser de otro modo, el sistema institucional se ha ido deformando, en la medida en que los intereses de quienes adoran los mercados prevalecen por sobre las necesidades de todos.
La república verdadera se construye con ciudadanos libres, no con esclavos sumidos en una crisis económica y social que no les reconoce derechos. Menos aún se levanta con habitantes que solo adquieren la categoría de actores políticos cuando se los llama a ejercer el voto obligatorio, y entre elección y elección no son considerados en el inventario social.
Deudas. Estamos frente a un endeudamiento descomunal e irresponsable, que condiciona de manera brutal nuestro futuro, deuda cuya renegociación requerirá la mayor unidad de todo el pueblo. Desafío que demanda vocación de servicio y humildad para que las dirigencias sepan elevarse sobre las miserias de la política cotidiana, las internas, las operaciones de prensa, las “disputas de espacios”.
Demanda que exige dejar atrás la Argentina del “cambalache” y la decadencia sin fondo, a fin de emprender un camino que necesita, en primer lugar, del trabajo genuino y de inversiones planificadas si queremos un modelo de desarrollo sustentable. La nación del siglo XXI es un proyecto en busca de actores. Y el peronismo, como generador de ciudadanía y expresión de un auténtico sentido popular, sin lugar a dudas debe cumplir un papel protagónico. Desde ya, nadie pretende volver a 1945 ni a los 70. Más bien debemos pensar en el país de 2045. Una Argentina que seguramente será gobernada por alguien que ya nació y que está entre nosotros.
Es nuestra responsabilidad que ese liderazgo surja alimentado y bien educado, porque ese talento debe formarse sanamente con vistas al futuro. Matriz humanista. No nos engañemos: el mundo moderno se construyó y se construye, en medio de sus contradicciones innegables, dentro de una matriz humanista que, contra viento y marea, va a acentuarse cada vez más. Aquel que tozudamente pretenda ver el futuro con el formato de una planilla de Excel no solo se equivoca, sino que es, en términos del siglo XXI, lo más parecido al hombre de Cromañón.
Esa matriz humanista es la que lleva al peronismo a promover la plena ciudadanía y, a través de ella, fortalecer el concepto de nación, fomentando la comunidad organizada, para abordar un futuro en paz, armonía y solidaridad con América Latina. Nuestras banderas siguen vigentes: trabajo, justicia social, derechos sociales, ancianidad y niñez son valores que constituyen el núcleo ideológico del justicialismo, pero pueden ser enarbolados por cualquier político del campo popular.
Si queremos ser mejores hay que vencer la tentación de la hegemonía, cierta tendencia al autoritarismo, abriendo la agenda a la irrupción de los jóvenes y las mujeres, al problema ambiental, a la innovación tecnológica, a los dilemas éticos del presente y el futuro. Volvimos para ser mejores, ha dicho el compañero presidente: trabajemos con la mirada puesta en el horizonte, en la búsqueda de la felicidad general, suturando heridas, tendiendo la mano, empeñados en dibujar en el país la sonrisa ancha del pueblo argentino.
*Secretario General del Sindicato del Personal de Dragado y Balizamiento / Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte y de la Federación Marítima Portuaria y de la Industria Naval.