Por Gustavo Ramírez
Otra vez. En el templo del materialismo, como lo es la Bolsa de Nueva York, Milei fue protagonista de un momento donde ratificó su rol de adolescente político y subalterno ideológico del capital especulativo. Tocó la campana que dio inicio a la jornada bursátil e, inmediatamente después de su discurso, las acciones argentinas se derrumbaron como su propio castillo de naipes.
La superficialidad líquida de sus palabras andrajosas y la determinación política de sostener el “déficit cero” en base a la destrucción del aparato productivo no hacen pie en un mundo que ya no le cree a los gurúes del mercado. La necesidad de dólares que urge al gobierno, no para mejorar las condiciones de inversiones productivas, sino para cumplir con el pago de los intereses de la deuda que contrajo el Ministro Caputo cuando hacía las veces de perro faldero de Macri, condujo a Milei a mendigar algo de cariño en la Bolsa ajena.
Pero el capital financiero no redime retórica. Solo conoce una ecuación: Ganar. Por más que Milei se comporte como un adolescente en una fiesta de fin de curso, al estilo de Leonardo DiCaprio en El Lobo de Wall Street, las condiciones objetivas son las que mandan dentro de ese aparato donde pisar cabezas es parte del ejercicio de memoria y balance. El mandatario argentino continúa sumergido en el inframundo de la negación mientras se generan las condiciones para una crisis aún mayor.
El país realista y cruel se representa en los incendios que se extienden por las sierras cordobesas. El fuego se devora todo lo orgánico y la escena muta de manera vertiginosa tanto como dramática. La idea del topo interno que destruye el Estado no parece tener un eco positivo entre quienes perdieron parte de su sustento material entre el fuego, la desidia y el abandono. No es ninguna paradoja, es la verdad del materialismo extremo.
¿La campana en Wall Street sonó como anticipo del último round que se avecina? Las amenazas de más ajuste generan condiciones adversas en un electorado de por sí volátil. La última semana no trajo buenas noticias para los libertarios que aún creen que un país destruido es viable. Las medidas oficiales ya no caen tan bien y la imagen de Milei rueda cuesta abajo por las escaleras del éxito líquido.
Al terremoto interno hay que añadirle la inestabilidad económica y geopolítica de una globalización que se resquebraja en la medida que el paradigma materialista se agota. La presión bélica de Israel en Oriente pone al mundo al borde de una situación inmanejable. La escalada de violencia organizada contra el Líbano abre un nuevo frente de guerra con consecuencias impredecibles. Al mismo tiempo, la OTAN obliga, con Ucrania a la cabeza y con parte de la frágil Unión Europea detrás, a escalar por distintos medios la avanzada anti-Rusia.
No obstante, las miradas están puestas sobre la reunión anual de los BRICS+ que se llevará a cabo entre el 22 y el 24 de octubre en Kazán, Rusia. ¿Es posible que allí se decida dar pasos firmes hacia la desdolarización prometida de manera definitiva? Por lo pronto, la versión que más fuerte suena es que existe un preacuerdo para consolidar la estructuración de una moneda comercial propia, lejos de los condicionamientos que impone el dólar.
En una reciente nota, el analista económico Alejandro Marcó del Pont aseveró que “la desdolarización gradual es inevitable, aunque no necesariamente inminente, al igual que la pérdida de participación de Estados Unidos en la economía global y su supremacía internacional”.
Sin embargo, actores financieros de la Unión Europea promueven una reconstrucción económica manejada y determinada por los marcos del lobby financiero en manos de los bancos. La dependencia de la comunidad europea con Estados Unidos se ajusta a las operaciones que impone el propio paradigma liberal: fortalecer las relaciones comerciales con dicho país dado que es el que mejores condiciones de inversión genera. No obstante, en un reciente acto de campaña, el candidato Donald Trump ratificó que está dispuesto a imponer aranceles del 100 % a productos de otros países si quieren cruzar las fronteras de la Unión.
El impacto del régimen colonial financiero sobre la economía local hace ruido en la medida en que sostiene la usura y la política de extracción de riquezas. La ruptura del aparato productivo argentino es un hecho que se consuma en la actualidad, pero que se arrastra desde inicios de la democracia liberal.
En su libro Ecoperonismo, Recursos Naturales, Soberanía y Ambiente, Geopolítica para la Liberación, el sociólogo Gustavo Koenig advirtió que es necesario un cambio de paradigma. Al respecto, explica: “El paradigma que hoy nos rige es el materialismo”. En tal sentido, afirma que lo que se impone es “lo cuantitativo por sobre lo cualitativo, la cantidad por sobre la calidad, la fuerza sobre lo sutil, la realidad por sobre la verdad, lo práctico por sobre lo ético. Una especie de matematización de todo”.
Si apartamos el oído de las clase magistrales y los ojos de la pantalla de la PC o del celular, podremos comprender que, al ingresar a la era de la democracia liberal, tras el proceso de desintegración comunitaria que produjo la Dictadura Cívico-Militar, se consolidó la conformación de una sociedad posindustrial donde la constitución del pacto social tomó vida en relación a la pérdida de la centralidad del trabajo como proyecto de vida y de liberación nacional. Esto implicó la materialización del poder del “mercado” encarnado por la oligarquía tecno-financiera y el desplazamiento del pueblo de la escena de participación democrática.
“Esta impronta de lo cuantitativo es el concepto inculcado de bienestar como progreso lineal, como desarrollo económico cuantitativo. Todo se mide con números, este es el corazón del paradigma tecnocientífico” (Koenig, 2024: 64).
Milei no nos puede seguir sorprendiendo. Es producto de un pasado que legitimó al paradigma del régimen liberal, manteniendo el status quo de la dependencia. Las consecuencias están a la vista: nada ha mejorado estructuralmente para el pueblo trabajador. Por el contrario, las condiciones de vida han desmejorado. El drama es que el actual presidente plantea este escenario a través de una guerra abiertamente declarada contra el trabajo argentino y contra su pueblo.
¿Cómo se revierte este proceso? Esa es la gran pregunta. Tal vez la respuesta debe ser pensada sobrepasando los límites angostos de la superestructura política y sea necesario, incluso, efectuar planteos mucho más filosóficos, no como mero estar, sino como respuesta ontológica de la acción. La defensa de la Justicia Social es la recuperación del sentido de la felicidad del pueblo. En ese sentido, solo basta observar que Milei es un tipo profundamente infeliz que se regodea con el padecimiento de la gente. Ese es el paradigma de las ratas.
Sin embargo, desde una concepción más humana, es necesario que la dirigencia política de la oposición abandone el conformismo del consenso, la rosca y la transa, y recupere el sentido ético de su responsabilidad histórica. Sobre su espalda también recae el peso de 1 millón de pibes que no comen las cuatro comidas al día.
Es necesario que se entienda, no se puede conducir lo inorgánico, así que ya es hora de dejar el juego del gato y del ratón y de ponerse a trabajar junto al pueblo para alcanzar su liberación. De lo contrario, gran parte de la dirigencia política quedará en la línea de fuego cuando las llamas del incendio crezcan y se expandan y las ratas se consuman en su propia vanidad.
23/9/2024