Por Gustavo Ramírez
La columna de la Federación Marítima Portuaria y de la Industria Naval de la República Argentina, llegó a la Avenida de Mayo cerca de las 11 de la mañana. Enseguida fue abordada por una fila de agentes de la policía de la ciudad que intentaron formar una especie de frontera forzada entre los manifestantes y los carriles de circulación del escaso tránsito. Más de doscientos trabajadores, que engrosaban las filas de la Federación, de a poco y sin violencia, se fueron imponiendo en una marcha que a esta altura desbordaba cualquier formalidad protocolar.
En las huestes de jóvenes agentes las caras de miedo y tensión ganaban terreno. La pose sobre actuada de los policías, adquiría un relieve cuasi televisivo frente a las órdenes que impartían sus superiores. Lo real concreto es que nadie estaba muy convencido de lo que ocurría por lo absurdo de la situación. Fue tan así que el jefe del mentado operativo, con modales correctos, dialogó permanentemente con los dirigentes responsables de la columna. Finalmente, solo “custodiaron” a los trabajadores por dos cuadras. En la intersección con la Avenida 9 de Julio el operativo se diluyó.
Esta descripción sirve para detallar el fracaso de las políticas del Gobierno en tratar de mantener el control sobre una movilización masiva. El clima de la marcha del 24 de enero fue distendido, más allá de la bronca que generan las medidas del oficialismo, lo que hubo –como ocurre en tantas marchas organizadas por el Movimiento Sindical – fue una celebración popular por la consolidación de la unidad de la clase trabajadora para afrontar tanto el presente como el futuro cercano al aseverar que La Patria No Se Vende.
Lo importante no ocurrió en el palco. Lo trascendente estuvo en el “territorio” de una movilización que representa un antes y un después para todos los actores intervinientes. Las Organizaciones Libres del Pueblo dejaron en claro que están a la altura de los acontecimientos, no porque ésta movilización represente la síntesis de un proceso, sino porque es el punto de partida de una construcción socio-política mucho más amplia de lo que afecta a las reivindicaciones sindicales.
La CGT, como bien nos confirmó un militante peronista, es el “corazón del peronismo”. Por lo tanto, la lectura de lo ocurrido el miércoles 24 de enero no se puede sintetizar en el plano estrictamente reivindicativo. El Movimiento Sindical rompió, durante este día, la imposición cultural de que el avance de las políticas reaccionarias es irreversible.
La administración de Milei tendrá que pelear cada medida que fomente en un terreno que le es adverso e históricamente hostil, como es la calle. Sabe que las condiciones para obtener un triunfo político no están dadas y por eso apela a la violencia simbólica y fáctica, tanto como a la propaganda y a la pedagogía de sumisión tan cara al sentir de la semicolonia. Pero la calle no la tiene y no la tendrá por más protocolos que la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, pretenda imponer y sin la calle no hay batalla social que prospere.
A una movilización popular de esta magnitud no se llega por generación espontánea. Mucho menos si la misma se replica con la misma contundencia a nivel nacional. Lo que precedió a esta jornada, más allá de las medidas presidenciales que sirven como motivador para encender la mecha del malestar social, está asociado a un trabajo silencioso que el sindicalismo lleva adelante desde hace años previendo escenarios como el actual. Tampoco hay que soslayar que tras el balotaje fue el Movimiento Obrero el que se puso la campaña electoral al hombro para potenciar a Sergio Massa y que ello se vio reflejado en los resultados electorales de primera vuelta. Por lo tanto, el proceso es mucho más extenso y profundo.
Es decir, el Movimiento Sindical siempre estuvo ahí. El tema es que por derecha y por izquierda se lo ningunea y subestima. El paro general y la movilización nacional incomodan y preocupan al gobierno de la oligarquía. Su modelo político no puede prosperar con un Movimiento Obrero sólido y fortalecido por el apoyo social masivo. Su apelación sistemática al descrédito de las organizaciones sindicales golpeó su cara contra una realidad de concreto que no es la que se refleja en las encuestas de opinión bien remuneradas.
Al mismo tiempo, la histórica jornada envió un doble mensaje: El primero para el gobierno, dejando en claro que el sindicalismo nacional no va a retroceder como lo hace el campo político porque no está replegado y porque tiene acumulación de fuerzas a pesar de la coyuntura electoral y social actual. El segundo para las corrientes internas que abrevan el Movimiento Nacional. Quienes no logran dimensionar la importancia del Movimiento Sindical no logran comprender la Doctrina del peronismo y que éste no se agota en las interfaces que componen las estructuras del partido justicialista hoy devenido en la coalición Unión por la Patria.
Aún con las contradicciones y las tensiones internas a cuestas, la CGT es el órgano más potente con el que cuenta, no sólo, el Movimiento Sindical sino también el Movimiento Nacional peronista. Vale aclarar que la estructura efectiva y conceptual de la Central Obrera no puede simplificarse, como comúnmente lo hacen la propaganda del régimen neoliberal y la impugnación moral progresista, a tres o cuatro dirigentes. Su matriz es mucho más grande y determinante para la vida política nacional.
Esta jornada tiene impacto cultural también. Es importante, que ante el proyecto civilizatorio que encara la barbarie libertaria, se anteponga la valoración de las Organizaciones Libres del Pueblo y su modelo de Comunidad Organizada. Su accionar está por encima de las inclinaciones teóricas que se nutren de ideologías europeizantes que menosprecian el acervo histórico de la cultura sindical y popular argentina. Por eso a muchos le cuesta entender, que en este contexto, una movilización de estas características tenga un profundo rasgo de celebración y festividad.
El “hacer justicia juntos” es un sesgo esencial de “la cultura del encuentro”. No es una mera caracterización superficial de superposición de conceptos. Si nadie se salva solo está claro que la unidad entonces es superior al conflicto. De ahí que las contradicciones internas entre pares queden sumidas a un segundo plano ante la importancia y urgencia del momento y prime el valor de construcción colectiva. Cabe señalar que esta construcción tiene carácter permanente porque la organización sindical así lo demanda.
Ahora bien, este 24 de enero quedó expuesto con vital relevancia que no existe una hegemonía de pensamiento neoliberal ni que el conjunto social haya virado de manera irreversible hacia un derechismo radicalizado. El proceso electoral terminó por ser un castigo ante del Frente de Todos en el gobierno no hizo efectivo y no un cambio determinante de la matriz popular. Por eso la demanda al peronismo es mayor.
Los trabajadores somos el “corazón del peronismo”. Esa pertinente composición, de alta justicia poética y política realizada por un hombre de trabajo, demuestra que el pueblo trabajador tiene forjado un pensamiento que pretende que sus dirigentes lo interpreten. No hay peronismo sin CGT y no hay política sin Movimiento Obrero. Y esa fue la clave de Plaza Congreso. La recuperación de la doctrina peronista como impronta revolucionaria.
Está claro entonces que el Movimiento Obrero es incómodo para los reaccionarios pero también para aquellos que sugieren sin ponerse colorados que hay que tocar nuevas melodías con nuevos intérpretes. Si algo dejó en claro la jornada histórica del 24 de enero es que el peronismo es fe, trabajo, organización y futuro.
25/1/2024