Opinión

El demonio en la cabeza

Por Gustavo Ramírez

“No hay cadenas alrededor de mis pies pero no soy libre”
Bob Marley

Se acercan con timidez. No hablan, miran a los ojos. La llovizna enfría aún más la tarde. Todo es demasiado gris ahora y ese color se pega a las paredes de la iglesia. Constitución es un mundo aparte. No hay ninguna nueva mística flotando en el aire. Ellos, dos pibas y dos pibes, parecen entender demasiadas cosas que no tienen sentido. Toman el plato de comida entre sus manos caladas por el fin de la niñez.

Argentina supo ser el país donde los únicos privilegiados eran los niños. Ese país expiró bajo las bombas que en 1955 inundaron con fuego y sangre la ciudad. Matar a Perón era una manera de exterminar la Justicia Social. La historia se repite. Más de 1 millón de pibes solo accede a una comida por día. Mientras tanto, los economistas ortodoxos y los heterodoxos hablan en lenguaje difícil sobre la necesidad de conseguir dólares.

El hielo de la mirada de esos chicos corta el aire y el alma. Ellos no saben lo que es un puto dólar, pero llevan la pobreza a cuestas. Saben que es necesario llegar a mañana y repetir la operación día a día. ¿Qué han hecho ellos para vivir así? Aquí las palabras se tropiezan unas con otras. Mañana serán hombres y mujeres que otros hombres y mujeres hoy no ven ni sienten.

Milei perpetúa el ciclo vicioso y enfermo del exterminio social. Se alza con el botín de los valientes. Números absurdos perdidos en la densidad del tiempo. La explotación del hombre por el hombre. Cree que los “tiempos felices” tienen que ver con las vacas y la bosta. Su actitud criminal es legitimada por una democracia aleatoria subordinada a las condiciones beligerantes de la semicolonia.

No hay empresa de estas características que pueda encomendarse a un solo hombre. Las condiciones subyacentes en la estructura social, política, económica y cultural del país le sirvieron al liberal extremista para condensar los ejes de un programa que encuentra redención en los andamiajes de los pactos globales del atlantismo.

La dominación económica encuentra en el gobierno liberal de Milei su expresión más rancia y decadente, pero también visibiliza su versión más radicalizada. Nada se esconde. Nada se guarda. Para este período, la premisa política, por acción u omisión, es que deberán perecer quienes tengan que hacerlo para que los números cierren.

Esos chicos que buscan algo que comer en la calle, en un sea como sea, no están preocupados por el déficit fiscal. Lo cual, por cierto, es escrito con suma ironía. El cinismo político actual tiene su correlato en la deshumanización del proceso. Aquí es donde también se embarca la intelectualidad funcional del progresismo liberal que suele buscar respuestas racionales a cuestiones populares que no entiende.

Otra vez la autoflagelación. El demonio del nihilismo corriendo desnudo por calles imaginarias para contener la desbordante comodidad de la cuña ideológica que se enquistó en el campo nacional. Lloremos antes de confrontar. Es el fin. Y no hay más nada. Bueno, bebamos el néctar de las grandes y flagrantes contradicciones. Es inevitable. “Compañeros” alfonsinistas que se celebran a sí mismos como peronistas tardíos. Elefantes blancos perdidos en el zoológico de la cultura social.

Ese monstruo, el progresismo liberal, es tan reaccionario como el patético militante de la causa mileista. Pero ambos comparten el mismo ideal de liberar al individuo de las garras de la comunidad. Por eso terminan creyendo más en la potencia artificial de la revolución sexual de Estados Unidos y en el Mayo Francés que en la revolución peronista. La libertad del individuo, ciudadano del mundo. Los grilletes ahora están en la cabeza y tienen en cautiverio al pensamiento.

Eh ahí la gran desilusión con Alberto Fernández. Un talón de Aquiles que los expone ante la rudimentaria armadura que forjaron durante el ciclo del estado de bienestar, consumiendo principios europeizantes y series de color por Netflix. Militancia de algoritmo y política de mercado.

El fruto de la globalización es una serpiente de dos cabezas empecinada en comerse la cola. El pensador ruso Alexander Duguin los expone con elocuencia: “Globalización significa la conexión de todos los Estados y culturas entre sí según las reglas y algoritmos impuestos por Occidente. “Ser global” significa copiar al Occidente moderno, aceptar sus valores culturales, sus mecanismos económicos, sus procesos tecnológicos, sus instituciones y protocolos políticos, sus sistemas de información, sus actitudes estéticas y considerar que sus criterios éticos son universales, totales, únicos y obligatorios”.

Bajo este torrente de “inclusión” mundial se asegura la superflua perpetuidad de un régimen en decadencia. El progresismo liberal, así como el neoliberalismo, no son más que partes de una misma totalidad que sirve a la oligarquía financiera global. Al mismo tiempo, esa servidumbre produce un determinante desequilibrio entre capital y trabajo con su consecuente drama social.

¿De qué hablamos cuando hablamos de política en Argentina? ¿De una carrera de ratas? ¿De la destrucción de la seguridad colectiva? ¿De los agentes de la CIA? ¿De los medios ideológicos que filtran hacia adentro la cultura del enemigo? ¿Del desquicio que produce la adicción a la mentira? ¿De Fernández y Yáñez? ¿De series? ¿De posteos en X? Las cáscaras vacías solo sirven para que una parte del todo se resbale celebrando su ego.

La realidad y la verdad se pelean por tomar la guitarra y tocar nuevas canciones. Sin embargo, no son pocos los que se atreven a cantar canciones sobre la emancipación nacional. Romper con los grilletes mentales empieza a ser un sentido de la causa. Emancipar las mentes. Desacoplarlas (Duguin). De tanto mirar hacia afuera, nos olvidamos de mirar hacia adentro.

Esas miradas, las de nuestros pibes, son un mensaje. No podemos permitir que su esperanza se desvanezca. La dirigencia política, sobre todo la del campo nacional y popular, no puede continuar refugiándose en la zona segura de la cobardía ideológica como excusa para refrendar su pasividad. Al mismo tiempo, la militancia no puede solo acomodarse los grilletes mentales esperando al mesías.

Hoy son las y los trabajadores de la economía popular, las organizaciones sindicales en su conjunto y la iglesia,  quienes abrazan a los descamisados, a los más humildes. Ollas populares. Comedores comunitarios. Organización de base. Son preanuncios de que la salida no está en los nombres propios. Es la construcción de Comunidad Organizada la que nos liberará finalmente. Si en la Argentina peronista los únicos privilegiados eran los niños, quiere decir que no hay que ir para otro lado. Solo hay que volver al Perón. Llevar a nuestros niños a casa.

La causa es recuperar su sonrisa. Sacarlos de la calle. Devolverles la alegría que hace latir sus corazones. Que existan más de 1 millón de pibes en estado de pobreza es suficiente motivación para no dejarse arrebatar por la naturaleza del régimen. Si esos chicos se nos van, si se nos pierden, la Patria perderá sentido, su razón de ser. La grandeza de la Nación no se construye con los piratas de la Sociedad Rural o los criminales que se juegan la renta en la timba financiera.

Tal vez sea hora de que gran parte de la dirigencia política del campo nacional y popular deje de ser referencial , le pierda el miedo al peronismo y los pobres, se ponga el overol, se ensucie las manos y se ponga al servicio de la liberación nacional. De lo  contrario, como la historia lo ha demostrado, el pueblo sabrá hacer tronar el escarmiento.

 

“Emancípate de la esclavitud mental
Nadie más que nosotros puede liberar nuestras mentes”
Bob Marley

 

 

13/8/2024

 

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