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El campeón sensible

Por Gustavo Ramírez

La derecha ascendente entró limpia sobre la humanidad de Leo Randolph, el actual campeón entendió entonces que necesitaría algo más que un milagro para que evitar que todo comenzara a desmoronarse. Desde el inicio de la pelea, el chaqueño Sergio Víctor Palma, había dejado en claro que tenía un solo objetivo: Emular lo hecho, una año antes por Víctor Emiliano Galindez, ganar un título del  mundo en Estados Unidos.

Desde el rincón, Tito Lecture, miraba con asombro pero seguro. Palma necesitaba algo de tranquilidad para sacar la pelea. Se precipitó sobre Randolph con un andanada de golpes que ametrallaba la integridad física del púgil local, por entonces absolutamente perdido. La pela se tornó dramática. El moreno calló una vez más, el referí contó, la campana sonó. Como pudo Leo llegó al rincón, en busca de un poco de aire. Un respiro, el mundo se le había venido encima con  un vendaval inesperado.

Dos caídas en el primer round eran demasiado. Sin embargo los minutos de descanso no sirvieron para nada. Palma salió de su rincón hecho una tromba, el administró con determinación y precisión el castigo, arriba, abajo, entró por todos lados. Randolph no tenía más recurso que aguantar recostado sobre las cuerdas. Perplejo, asustado, golpeado. Sergio no retrocedió, tomó dominio de la escena, un tanto ansioso por cierto, pero no desesperado. No dejó de tirar golpes, casi todos entraron. La situación del campeón empeoraba.

En el tercer round, Palma, se tomó un respiro. El vértigo que hasta entonces le imprimió a la pelea bajó en intensidad. Leo pudo recuperarse un poco, pero no le alcanzó para imponerse tampoco en esa vuelta. El dominador fue el argentino. Cada mano que logró conectar conmovió al estadounidense. En Argentina, los gritos de fervor se escuchaban de casa en casa. Para muchos, la imagen era aun en blanco y negro. Pero no importó. El boxeo, como el fútbol, por entonces representaba al pueblo, redimía de cierta manera a la clase trabajadora, sobre todo en los aciagos y amargos momentos de Dictadura.

Sobre la espalada de Palma pesaba el peso de la derrota del ’79 con el colombiano Ricardo Cardona.  Tal vez pudo merecer más, el fallo ajustado así lo demostró, sin embargo en el boxeo no hay merecimientos. Todo empieza y termina en una fracción de segundo si uno no toma los recaudos necesarios. Quizá por eso mismo, tanto Lecture como Santos Zacarías, prepararon a Sergio de una manera distinta. Le comieron la cabeza, será por eso que Palma salió a boxearlo  al “yanqui” como un campeón.

En el cuarto, el chaqueño, tal vez sabedor de su impostergable triunfo, reguló energías y se mostró más tranquilo. En el quinto round la cosa parecía repetirse, sin embargo, una descarga de golpes acabó con la ilusión del estadounidense. Fue una derecha, una vez más, la que derrumbó las esperanzas, si es que aun las tenía, de Randolph quien tambaleándose solo atinó a aferrarse de las cuerdas. El drama se agudizó con la cuenta interminable del sudafricano Stanley Christdoulou.

Pero no hubo vuelta atrás. Ese 9 de agosto de 1980, Sergio Víctor Palma escribió una de las páginas más vehementes de la historia del boxeo argentino. Alcanzó la corona de los supergallos en Washington, una tierra adversa para los grandes argentinos. El hombre diminuto, sensible, apacible y amable fuera del ring, marcó un estilo único e inimitable en su rubro. Su fiereza sobre la lona se entremezclaba con la pureza estilística y si bien en la corta distancia era temible, ello también significó un enorme desgaste en su reinado de dos años.

Para él la historia cambió definitivamente. La historia es conocida, y no escapa a los capítulos ornados del cliché de tantos otros boxeadores. La salvedad es que a penas pudo se dedicó a la música, a la poesía y al periodismo. Algunos especialistas dirán que a la larga el box pasa sus facturas y con intereses.  Primero un ACV, después y más reciente el COVID.

La muerte nunca va a ser justa. Nosotros quizá tampoco lo seamos, en cuanto a ídolo se trata. Sergio bregó, en su compromiso social, por la humanización del boxeador. Jamás se olvidó de sus orígenes, nacido en el piso de barro de una choza de cosecheros,  vivió de frente a los problemas sociales, hermanado con los más humildes en fraterna y permanente solidaridad.

“El individuo llega al boxeo por un apetito, si se quiere, de notoriedad. Pero de una notoriedad humana, no necesariamente como vulgarmente se entiende por el concepto fama. Si no ser tenido en cuenta. Vital, como que uno existe”, declaró en una oportunidad.

Sergio Víctor Palma dejó este mundo a los 65 años. Más que su muerte importa su vida. Su existencia en situación. Quizá, entonces en ese sentido, lo que mejor lo representó fue esa pelea con Leo Randolph, donde todo él se expresó de acuerdo a sus principios. Son tiempos complejos donde muchos nos encontramos muchos más sensibles, su figura cobra una envergadura sin parangón en este contexto para la cultura y religiosidad popular. Abrazo campeón.

 

 

28/6/2021

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