*Por Francisco José Pestanha y Pablo Núñez Cortés
“Tengan mucho cuidado, pueblo mío, porque llegará el tiempo que no necesitarán bombas ni atentados para destruirlos (…). Los poderosos causarán tanta inflación que los confundirán y los dividirán, y ustedes elegirán como conductores a los mismos verdugos que manejan la guillotina”
Juan Domingo Perón
“Su mente se deslizó por el laberíntico mundo del doble pensar. Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica”
George Orwell
No cabe duda alguna que el movimiento obrero argentino, en especial a partir de mediados del siglo pasado, adquirió una configuración muy específica que lo sitúa dentro del campo de la originalidad americana. ¿Cuáles son las razones que determinaron tal conformación?
En su oportunidad nos hemos referido cómo la incertidumbre mundial —sobre todo la vinculada a la expansión del poderío atómico y al surgimiento de dos bloques opuestos que se disputaban la hegemonía en el planeta— marcó una huella profunda, no sólo en la comunidad argentina en general, sino también en el movimiento obrero en particular. Pero hay otros aspectos aún sobre los que nos interesaría hacer hincapié.
El primero tuvo que ver con la cuestión de lo que se denomina «colonialismo». En realidad, la cuestión de la dependencia en la Argentina —obviamente— se manifestó primero a partir de la expansión europea en América, hecho que constituyó un ejemplo de colonialismo directo. Posteriormente —sobre todo a partir de la conclusión de las guerras civiles— quedaría planteado un sistema de relaciones asimétricas con Gran Bretaña, en la que Argentina se constituiría en principal proveedora de materias primas e importadoras de productos manufacturados, instituyéndose de esta forma lo que en su momento se definió «dependencia indirecta» o «semicolonia». Recordemos que en su punto álgido, más del cincuenta por ciento de las materias primas ingresadas a Inglaterra, provenían de lo que hoy conocemos como Argentina.
Esta circunstancia alcanza su institucionalización explícita y visible a partir de la suscripción del Pacto Roca-Runciman (1933) donde esa asimetría se visibilizó, en especial, a partir de las consecuencias acaecidas por los compromisos que la Argentina asumió mediante la suscripción de dicho tratado. No obstante ello, la literatura argentina ya venía problematizando la cuestión de la dependencia a través de varios ensayos políticos. Sin embargo en 1934 un texto constituirá un verdadero hito, La Argentina y el imperialismo británico de los hermanos Irazusta, planteándose allí con claridad la idea de que la Argentina no era libre, mientras se debía destinada a serlo.
La premura por la libertad será manifestada en lo que fue y sigue siendo una de las principales banderas del 17 de Octubre: «Patria sí, colonia no». Es decir, un movimiento obrero cruzado —como señalan autores como Cristian Buchrucker e Hiroshi Matsushita— por un proceso de nacionalización de sus dispositivos ideológicos y conceptuales que —de alguna manera— se priorizaron manifestando la épica de la liberación por sobre la cuestión de clase.
Se produjo de esta forma una modificación conceptual muy fuerte respecto a los principios de la ideología clasista que habían nutrido a la gran mayoría de los sindicatos hasta mediados del siglo pasado. Por lo tanto, así como el elemento del colonialismo directo apareció muy fuertemente y se amalgamó con la cosmovisión filosófica y política del movimiento obrero, también lo hizo el problema del «coloniaje cultural», tal como lo definía Jauretche.
El movimiento obrero, asumido ya como columna vertebral del movimiento nacional, no sólo se plantaba como principal fuerza de lucha contra el colonialismo semidirecto que ejercía la Gran Bretaña sobre la Argentina, sino también como elemento disruptivo en el sistema de sumisión cultural que se había instalado, en particular, mediante las currículas expandidas, desbordantes de positivismo, de un marcado racionalismo individualista y de un iluminismo adoptado acríticamente.
Es decir, una primera lucha por la liberación en nuestra calidad de semicolonia, de factoría, continuada por la segunda, la lucha por la reconquista de nuestras consciencias en contra de la sumisión pedagógica que —al fin y al cabo— implicaba una lucha contra la alienación. Porque el colonialismo cultural ha sido descripto y definido por reconocidos autores —no solo argentinos, sino extranjeros— como un proceso de alienación que implica la ruptura traumática de la persona humana con su propio entorno.
Es claro que a la lucha contra el semicolonialismo se le sumó entonces la lucha contra el coloniaje cultural —ambas tomadas como banderas por los dirigentes sindicales que se abrían al despertar de la consciencia de su propio papel protagónico— dentro de un proceso de liberación. La batalla a emprender entonces era de índole política y cultural y apuntaba a neutralizar los efectos del semicolonialismo en sus aspectos materiales y simbólicos. Señalado esto, ¿cuales fueron entonces los dispositivos utilizados? Algunos emergieron de la propia intuición y de la experiencia que el movimiento obrero ya venía llevando a la práctica.
Así, aparece la idea de la conformación de un movimiento obrero integrado por organizaciones libres del pueblo que no se integraran al Estado —como planteaba el modelo fascista—, ni se convirtieran en representantes exclusivos de la clase oprimida o de la clase trabajadora, sino de organizaciones que reunieran a la fuerza del trabajo pero articulándose con un Estado promotor y manteniendo su libre organización, de allí el nombre que las define y caracteriza como tales.
Las organizaciones libres del pueblo, implicaban una práctica sindical por completo diferente a la utilizada por los movimientos gremiales europeos de corte clasista y que aspiraba, además, a conducir a la mayor parte de la población por ese camino de liberación. Un sendero plagado de obstáculos, pues procede en el marco de un proceso de expansión del capitalismo industrial.
Continúa siendo poco estudiada la praxis desarrollada por aquellos dirigentes sindicales, expresándose por organizaciones libres del pueblo primero, y configurando después un original ordenamiento sindical, propugnando la liberación como su motivo y razón fundamental. Esto los lleva en corto tiempo a alcanzar una representativa participación en los estamentos más diversos del Estado, desde bancadas legislativas hasta responsabilidades ministeriales, entre tantas otras.
La estrategia —constitutiva de estas organizaciones— es un elemento muy importante y sobre el cual no suele profundizarse demasiado, porque se asume como el producto natural de una autoorganización comunitaria que decanta de suyo en una práctica sindical, pero priorizando —siempre— lo colectivo sobre lo individual, lo comunitario sobre lo societario, y cuya impronta establecía que la libertad —como enseñan algunos filósofos— es siempre de carácter situacional; es decir, el individuo es libre sólo en tanto y en cuanto la comunidad lo es y no a la inversa.
Es así cómo el movimiento obrero se reconfigura en tiempos de incertidumbre internacional —de la que ya hemos hablado—, pero también en una nueva etapa del colonialismo que —luego de su fluir subterráneo— se torna evidente a partir del Pacto citado Roca-Runciman, revelando la alevosa expoliación disimulada con sutileza hasta ese momento.
De este modo se destaca el protagonismo asumido en la lucha contra la subordinación cultural pues, obsérvese, una cuestión era la semicolonia, es decir, la lucha directa contra un país colonialista en términos de reacción al sometimiento económico y financiero. La otra —emparentada, pero diferente— era la lucha contra el colonialismo cultural, somatizada por el individualismo racionalista, infiltrado —entre otros medios— por las prácticas educativas dirigidas.
De inmediato, sobreviene el desafío que apela a superar ese individualismo manifiesto. Pues bien, asegurar entonces un paradigma de certidumbres que una vez proyectadas, se ven materialmente concretadas en el ámbito de lo comunitario. Es decir, la idea de la transformación del individuo argentino en persona humana, entrelazada de forma rizomática con una comunidad a la que pertenece y con la que se encuentra indisociablemente unida; de la que se nutre y a la que, al mismo tiempo, fecunda y robustece.
En la actualidad, nos encontramos ante la expansión de un nuevo protagonista: el capitalismo financiero tecnológico. ¿Cuáles deberían ser entonces los desafíos de un movimiento obrero que aspira a mantener su centralidad en el proceso de liberación? ¿Qué retos deberían asumirse si el movimiento sigue aspirando a ser columna vertebral como potencia emancipatoria? ¿Qué debería modificar en su praxis para dar una lucha eficaz contra este nuevo sistema de vasallaje en ciernes?
Es obvio que persiste la lucha contra el semicolonialismo directo que no se resigna a causar estragos, es decir, el ejercicio del poder asfixiante y extraccionista de las metrópolis centrales: las empresas monopólicas, los fondos buitre pluriestaduales, el sistema de división internacional del trabajo, entre varios. Y en adición, la lucha contra la dependencia pedagógica que no ceja y se trasluce a través de criterios impostados ajenos a nuestra historicidad.
A las mencionadas debe sumársele hoy una nueva protagonista a la saga secular por la dominación del espíritu humano, el «colonialismo emocional». Y si a la sumisión cultural se le opuso una práctica descolonizadora, ¿qué práctica debería desarrollarse para neutralizar los efectos de este nuevo pupilaje emocional que se despliega por ahora a través de tres elementos tecnológicos: las redes, la inteligencia artificial y el comercio electrónico? Sobre ella, se han escrito numerosos textos que enumeran y detallan cómo influyen las tácticas tecnológicas sobre las emociones de los individuos, no es la idea agotarlo en estas páginas.
La constante exposición a la información —especialmente en un mundo mediático saturado de datos—, provoca una sobrecarga emocional. La persona humana se siente agobiada por la cantidad de noticias, advertencias, y contenidos que debe procesar para comprender y sobrellevar su entorno. Esto probablemente puede desencadenar en ansiedad, estrés y consecuente depresión.
La colonialidad emocional —compuesta entre otras por una sobrecarga intencional de datos que no siempre configuran un corpus coherente—, puede agravar estas emociones, ya que muchos de estos contenidos están solapando narrativas coloniales que perpetúan las ideas de desigualdad social y asimetría, lo que refuerza el sentimiento de desesperanza, impotencia y desamparo.
Por lo común, la cuestión del coloniaje pedagógico se transpiraba a través de las instituciones educativas, el primer escalón de salida del joven a una comunidad que le es cercana, pero fuera ya de su entorno familiar inmediato. Con todo, permanecía incólume el núcleo familiar —primera célula comunitaria— donde se contaba con la familia como referente primigenio, para reformular o corregir aquellos contenidos dudosos captados en el exterior.
A ese primer mecanismo siguió luego la estrategia de penetración mediática, ingresando al seno mismo de la familia por múltiples dispositivos tecnológicos como la televisión culminando —por un proceso de años— en la insipiente separación del sujeto de su comunidad, aislándolo inclusive del seno mismo de su propia familia.
Claramente, el colonialismo emocional apunta al individuo como tal, en sí mismo, al sujeto en estado de aislamiento, cercenado de la comunidad. Es decir, una estrategia comunicacional, constructora de una realidad que opera de forma directa sobre los individuos, generando respuestas emotivas que —al analizarlas fríamente a posteriori—, resultan ambiguas y paradójicas. Apelan al «sentido común» mientras que, en el fondo, lo contradicen de manera esencial transformándolo en un mero «sesgo de confirmación».
Es decir, se comprueba la efectividad alcanzada hoy por las herramientas tecnológicas que apelan de forma artera sobre perfiles psicológicos predispuestos, determinados por ideas preconcebidas y susceptibles de ser dirigidos por la acción del estímulo, a la reacción de la respuesta emotiva. Inclusive la combinación de redes e inteligencia artificial puede llegar a modificar radicalmente un perfil psicológico, es decir, puede crearlo.
De este modo, se construye un discurso múltiple inducido por medio de la persuasión en algunos casos, o a través de la ratificación de las expectativas de un importante sector de nuestra comunidad. Un destinatario por lo general de carácter urbano, ofuscado, que oscila entre el hartazgo y la intolerancia, entre el desengaño y la resignación.
Esa «pospersona» —desbordada de frustraciones—, no puede lidiar con una la relación genuina que supone un otro distinto con quien debe convivir y —muchas veces— tolerar, pues nada hay más enriquecedor para el ser humano que relacionarse en comunidad con sus pares pero nada, tampoco, tan problemático y frustrante; cuanto más si ello ocurre tensionando la misma realidad.
Al contrario, lejos de superar la incomunicación causada por el aislamiento de su individualismo exacerbado, se recrea un ente —la inteligencia artificial— que alimenta su sesgo de confirmación. Ese sesgo no es de cualquier tipo, es siempre de naturaleza emocional. No importa la respuesta —ni el concepto ni el contenido— importa la velocidad y la fuerte confirmación de aquello cuya idea prejuiciosa ya se intuía. Existe en la psiquis y en determinadas áreas del cerebro núcleos de placer y recompensa, no hay nada que las estimule más que «sentirse con razón» y, si fuera el caso, con toda la posible.
A la mentada «generación de cristal», se le suma la dificultad de nuestras sociedades por tolerar la frustración causada por la injusticia social, para superarla se alimenta el escape por la autocomplacencia —similar al breve pero intenso efecto de algunas drogas—, un falso bálsamo que sugiere las veinticuatro horas «tan solo aquello que quiero escuchar y no otra cosa», el lugar en el que el sujeto reivindica sus prejuicios retroalimentándolos, un estado de seudoconvicción continua que, para sostenerse, requiere de dosis cada vez más altas y frecuentes.
Aquellos atributos que otorgan maravillosa singularidad a la persona humana, única, rica e irrepetible, son los mismos que ahora la vuelven insoportable a los ojos del otro. Esto revela el trasfondo de una intolerancia fatal por el prójimo que es «el próximo», aquel que es diferente; efecto exacerbado por la misma realidad que se ha tornado insufrible y que —artificialmente, como en un espejismo elaborado— esos medios tecnológicos de la neocolonia se empeñan en disimular. Cuándo los anestésicos sociales fallan, el prójimo se cosifica, molesta y sobra; allí se propende a su eliminación.
Por desgracia, la realidad es en extremo dura, pero lejos de asumir el desafío de modificarla, se procesa, se envuelve de colores y se vende como digerible bajo los arcos dorados del capitalismo, a un ser quebrantado como sujeto en sí. No en vano muchos autores consideran el concepto de «posverdad» sinónimo de «mentira emocional» una estafa que, tarde o temprano, nos desilusiona. Es el precio de disociar de manera continua lo simbólico de lo práctico.
Se vuelve explícita una suerte de «autoopresión», usando el término de Byung-Chul Han. Ya no hay un tercero supuesto que oprime, sino el individuo mismo no encuentra el sentido para no hacerlo. Con la percepción de la realidad distorsionada y las potencias del ser anuladas el sujeto, como individuo aislado, no halla objeto en fijarse metas, objetivos, proyectos, en definitiva, anula su capacidad de lucha, sustancia indispensable para llevar adelante sus anhelos de superación.
Es el paso siguiente, el perfeccionamiento de la opresión externa que ha logrado que el mismo sujeto se defina y como tal, se condicione a ser oprimido. Es el mismo sujeto que entrega parte de su subjetividad a un sistema que le devuelve una construcción ilusoria, que modifica su perfil psicológico volviéndolo extraño al que tenía; finalmente, lo ha alienado, es decir, lo ha vuelto un extranjero dentro de sí mismo.
Las herramientas a partir de las cuales analizábamos el colonialismo cultural, las obras descolonizadoras del pensamiento nacional latinoamericano, apuntaban a una estructura, a una estrategia estándar que exponía al Estado colonial sobre aquel que ha sido colonizado. El coloniaje emocional apunta ya a un rasgo diferencial, distinto a los que apelaba en el pasado, al fomento por un tipo de individualismo que satisface a las nuevas demandas de la ideología burguesa, que promueve y consolida en su formación al capitalismo financiero.
Notable como fenómeno universal, los efectos del condicionamiento emocional no se dan sólo en los sujetos de los países sometidos de la periferia o en individuos subsumidos a estructuras semicoloniales, sino que se ha extendido a los habitantes de los países desarrollados que utilizan estas tecnologías —masivamente y sin criterio— como en cada extremo recóndito del mundo en el que se disponga de esta, por opción o por la fuerza. De ahí la falsedad de la insidia libertaria que resuena como un eco orwelliano: «libertad para ser esclavos», para qué encadenar con violencia, si millones hacen fila para comprar los grilletes.
El sentido crítico es el sistema inmune del cerebro que —a diferencia del resto de los órganos humanos—, es capaz de pensarse a sí mismo. Esta capacidad de la mente es conocida como «metacognición» también conocida como «pensamiento de orden superior». Faculta a la persona a evaluar y ajustar los propios procesos de pensamiento y —por encima de todo— reconocer y superar sesgos y prejuicios. Desarrollar una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo que nos rodea —así como en otro tiempo lo hiciera el primer peronismo donde la austeridad de la resistencia estimuló lo intuitivo, lo imaginario y lo poético— servirá como reencuentro y punto de partida.
El desafío por delante será neutralizar con herramientas y dispositivos adaptados al nuevo fenómeno del colonialismo emocional; sin ellos la lucha contra la sumisión cultural se habrá perdido. Habrá que rediseñar las formas y los medios de comunicación en la periferia —sistemas de codificación y de comunicación— para que los grandes gestores que administran la inteligencia, no puedan aprovecharse de las tácticas que dejan inerme a la persona humana frente a este nuevo colonialismo. Habrá que repensar las categorías a partir de las cuales se confrontó con el colonialismo en el pasado.
Al colonialismo emocional debemos adherirle también el colonialismo de datos sobre el cual nos explayaremos en un posterior texto. Para que el movimiento obrero argentino pueda avanzar hacia una transformación efectiva y duradera, es fundamental que se reconozcan y se aborden no sólo las dimensiones económicas de la subordinación, sino también las formas en que el colonialismo emocional impacta en la cohesión y la identidad de los trabajadores. Esto implica fomentar un sentido de comunidad y solidaridad que trascienda las divisiones impuestas por las estructuras de poder y la mundialización.
Finalmente, es crucial que las nuevas generaciones de trabajadores y trabajadoras se empoderen a través de la educación y la concientización sobre su historia y derechos, construyendo un movimiento que integre las luchas del pasado con las necesidades del presente. Cejar en el esfuerzo de resistir, puede llevar —no sólo al trabajador, a la humanidad toda— a una subclase de molicie en la que no sólo arriesgue los criterios racionales que le ayudaron otrora a recrear un mundo mejor ordenado a realizarse en la solidaridad, se expone a perder —al final de un camino imprevisible— la esencia misma de su libertad, cualidad primera por sobre todas, núcleo ontológico de su ser en sí, trascendente en la libertad situada de la comunidad y que —organizada— es la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.
8/11/2024
*Profesor titular ordinario del Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano de la Universidad Nacional de Lanús. Actualmente se desempeña como director del Departamento de Planificación y Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Lanús. Con la colaboración de Pablo Núñez Cortés.
8/11/2024