Opinión

Cuando sopla el viento

Por Gustavo Ramírez

El fondo de la trama dilucida la extensión de un campo minado. El gobierno de Javier Milei profundiza la crisis económica bajo el designio político de la oligarquía financiera global. Empuja a millones de personas al abismo social sin miramiento alguno y afianza el lazo de subordinación con Estados Unidos.

Al presidente no le interesa pisar sobre tierra firme. Responde a la coyuntura con análisis absurdos a sabiendas de que no serán muchos los que presten atención a su desequilibrio político y epistemológico. Milei no es un fenómeno social o una anomalía del sistema: es la patología de la decadencia de Occidente y el resultado de los acuerdos políticos que durante años se han tejido de espaldas al pueblo.

Contrariamente a lo que supone el sentido común de la cosmovisión generalizada, Milei no pone en riesgo a la democracia. Por el contrario, reafirma la vigencia de la tutela colonial dentro de los parámetros impuestos por la democracia liberal. Mientras el síntoma denota el deterioro paulatino de la salud social. Durante los días de la última semana la dirigencia política en general se esforzó por legitimar al régimen bajo la lumbre sepia del republicanismo.

El déjà vu resulta un mensaje cíclico del sistema que lo realimenta con significantes que carecen de valor social, pero que, paradójicamente, estructuran el pensamiento de una importante porción de la población. El pronóstico apocalíptico no parece hacer mella en una sociedad que hace tiempo perdió noción del sentido comunitario y se resignó a mascullar bronca para garantizar su supervivencia.

Las realidades paralelas no se tocan. Ladrillos de indiferencia construyen el muro de la pasividad. Las postales sociales amedrentan y demuestran el descorazonamiento y la fatiga del cuerpo político que se traduce en la anomia de movilización. El romanticismo de la movilización popular, sin la contundencia de la masa, atesora más un entramado nostálgico que la comprensión de las relaciones de fuerza actuales. Relaciones que  deben ser entendida en términos políticos.

En los primeros ocho meses de este gobierno preexistió la decisión de dar pelea en las calles. Sin embargo, la dirigencia política de superestructura se refugió en el internismo, lo que generó un efecto retardatario que terminó por contribuir a la desmovilización. La represión a los jubilados del último martes no produjo una reacción en cadena. La inacción política volvió a pronunciarse como un espectro apresado en el limbo.

El cansancio parece detenerse en los rostros de los que deambulan de un transporte a otro para llegar al trabajo o algún sitio. La ciudad fantasma alberga a los espectros sensiblemente desmejorados. No se escuchan voces que busquen sacarles los grilletes que los anclan a ese universo donde la necesidad funciona como un sostén de la subordinación. Las fuerzas del cielo operan como topos del infierno dentro del paraíso idealizado o posible.

Sobrevienen las atribulaciones. El fuego liberal quemó el muro del relato que separó a la dirigencia política del pueblo. Las sociedades liberales necesitan legitimarse a través del contrato social. La transacción justifica la racionalidad que endiosa al mercado. El mercado desplaza al trabajo, reina el imperio de la especulación y el consumo. El agua se quema. Millones de personas se ahogan en sus propias aspiraciones.

El título nobiliario es la rosca. El ardor del internismo mesiánico e interminable. Dime de qué adoleces y te diré que ya no llegarás al quince de cada mes. La buena mala vida. Una costumbre que naturaliza la violencia política de la dominación. Judas mordiendo la manzana mientras empeña las treinta monedas de plata.

¿Qué hemos hecho? Hemos crucificado a Cristo de nuevo. Parece absurdo en pleno siglo XXI. Pero ahí están. Son los espectros del pasado que vuelven sentados en las monturas de los jinetes del apocalipsis. Ellos erigen una nueva cruz. ¿El infierno? Quien haya viajado en subte en los últimos días notará que allí hay algo que arde y huele a azufre. Es la lava del descarte. Compatriotas que se tapan con harapos y duermen al calor del vértigo ficticio de los que se mueven sin mucho sentido de un lado al otro del sistema.

Un pibe canta un rap que tiene más contenido político que una sesión en el Senado, donde los productores del caos se tiran flores. Tocás tus bolsillos. Mirás la hora. No es tarde ni temprano. ¿Pensás en los buenos tiempos? Entonces éramos jóvenes y no corríamos atrás de las crisis. El hígado no estaba graso y la cerveza no salía más cara que un kilo de arroz.

Hay noches donde mucha gente llora en silencio y hay días sin sol donde la militancia resplandece. Sin embargo, hay horas donde los cobardes salen, disfrazados de policías, a cazar personas. Humanos. Los huesos digitales abollados por el algoritmo de la arrogancia. La violencia grita, el dolor es un aullido. Todos dicen qué hay que hacer, pero son pocos los que hacen algo. El sinsabor de la inteligencia artificial.

La madre con su bebé en brazos extiende la mano. La limosna también se mezquina. En un grupo de WhatsApp hay un par que justifican los aumentos de precios. Culpan a los pobres por todo. Ellos son pobres y fingen no saberlo. Llueve. Los medios progresistas nos amenazan con lluvias apocalípticas. Llueve como cuando llueve. Cinco horas de transmisión esperando una ola gigante que nunca llegará. En un comedor popular alguien sale corriendo para que nadie se quede sin un plato de comida. Multiplica los peces y aun así no alcanza.

En este mundo, bajo este sistema, la riqueza crece por minutos. Es simple, Bernard Arnault, dueño de la empresa de artículos de lujos, LVMH, en solo minuto, logró que su fortuna ascendiera 4,54 mil millones de dólares (2,3%) y su patrimonio neto se contabilizara en 188,6 mil millones de dólares. Se convirtió así en el tipo más rico del mundo al superar al fundador de  Meta, Mark Zuckerberg,  que cuenta con un riqueza de  184,7 mil millones de dólares.

La pobreza se multiplica por millones. Tipos como Milei sostienen que todo es culpa de la Justicia Social. Es decir, el pobre de Zucker perdió un puñado de dólares solo porque en alguna parte del globo a alguien se le ocurrió la “aberrante” idea de hacer justicia. La bomba nuclear del absurdo. Pero lo más enfermo es que existe una manada de insufribles que creen en estas narraciones de buenos tiempos, malos tiempos.

La sociedad ha dejado de creer. Sueña con contratos de alquiler. Cuentas DNI, cuentas sueldos y canastas familiares. Sociología de la calamidad. Ya nadie parece recordar cuando era joven, y los jóvenes se jubilan antes de tiempo. No la ven. Informe sobre ciegos. Hace frío. Es curioso, tampoco se escuchan ya los solos de guitarra. Así y todo, la comunidad tiene fe. Se organiza. Escribe sobre el muro: SOLIDARIDAD.

Milei abona la idea de la destrucción. En su mundo, nada es gratis. Eso quiere decir que, tarde o temprano, sus acciones deberán pagar el costo. La deuda es con el pueblo. Debe saber que sus perros, que huelen a bosta y encierro, no siempre estarán ahí para lamer la caspa de sus sacos. Las “fuerzas del cielo” tampoco. Jesús destruyó el templo de los fariseos. Así que los muros caen. Los diques se rompen.

El 31 de agosto de 1951 ella dijo:

“No tenía entonces, ni tengo en estos momentos, más que una sola ambición, una sola y gran ambición personal: que de mí se diga, cuando se escriba el capítulo maravilloso que la historia dedicará seguramente a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevar al presidente las esperanzas del pueblo y que, a esa mujer, el pueblo la llamaba cariñosamente Evita”.

Este día de lluvia nos recuerda que sin fanáticos del pueblo no hay liberación posible. Sopla el viento.

 

 

 

 

 

31/8/2024

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