Opinión

Crash

Por Gustavo Ramírez

Al presidente Milei le gustan las cifras despampanantes que remiten a significantes vacíos para ponderar las bondades de un modelo que comienza y termina en la crisis. Mayor libertad de mercado no redunda en mejoras de la calidad de vida de las personas. Los desequilibrios que se producen entre capital y trabajo, producto de la aplicación de un modelo económico que afianza la doctrina del libre mercado y del capital financiero, tienen consecuencias catastróficas para el conjunto social pero sobre todo para la clase trabajadora.

Según datos de Naciones Unidas en 2022, cerca de 735 millones de personas, el equivalente al 9,2% de la población mundial, padeció hambre crónica. Según estos índices, la situación evidenció un incremento exponencial de la situación en comparación con el año 2019. No obstante, de acuerdo a las proyecciones globales se estima que para el 2030 más de 600 millones de personas en todo el globo padecerán hambre.

Mientras tanto, de acuerdo a estimaciones del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el 1 % más rico de la población maneja el 38 % de las riquezas. Tan solo 80 millones de personas poseen más riquezas que los 7.200 millones restantes, afirma en su artículo Un Mundo de Desigualdades el especialista económico, Maxime Perrriot.

El informe de la ONU, El Estado de seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2023, estipuló que entre 691 y 783 millones de personas pasaban hambre en 2022, esto representa un incremento de 122 millones de personas en relación al año anterior. El informe destacó que 2.400 millones de personas padecerán inseguridad alimentaria moderada o grave y que 900 millones tendrán que hacer frente a situaciones más agudas. Cerca de 3.100 millones de personas no tendrán acceso a una dieta saludable.

Mientras tanto, en un gesto de soberbia política y desprecio social a los más humildes, el gobierno de Javier Milei retiene más de 5 toneladas destinadas a comedores comunitarios para paliar la situación que se vive en los barrios humildes. La justificación es una falsa cruzada contra supuestos actos de “corrupción” que engloban a las organizaciones populares. El objetivo de la operación es gestar la disolución de los lazos comunitarios y por ende, quebrar los cimientos de solidaridad que unen a la clase trabajadora.

La intencionalidad política es gestar una nueva civilización predatoria bajo la centralidad del capital financiero. No importa el impacto que ello tenga sobre la mayoría del conjunto social en tanto y en cuanto, funcione la política de transferencia y desequilibrio sistemático. Milei presenta a la Justicia Social como una aberración a partir de allí pedirle, como hacen los sectores demoliberales, que adquiera una conciencia empática respecto a los más humildes suena tan estúpido como insufrible.

Milei llegó para ahondar la deshumanización de la política en nombre de falsas representaciones. El problema es la dimensión de credibilidad que su discurso adquiere en un contexto de crisis. Aun así, resulta inexorable que la experiencia política desencadene un caos político y social de dimensiones apocalípticas si no hay una inmediata corrección del rumbo económico.

La democracia liberal estableció como eje de un sistema fragmentador y semi-colonial la idea de progreso sustentado en la revitalización de la economía por encima de la política. Las recurrentes crisis no hicieron más que profundizar las inequidades sociales. Los gobiernos de características desarrollistas, aferrados a la sustentabilidad del estado de bienestar no rompieron la articulación con la democracia liberal y terminaron por naturalizar los desequilibrios permanentes entre capital y trabajo.

El eje de esas políticas redundó en una sobre dimensión ideológica respecto a la presencia del Estado, que no terminó en un rol activo de este para generar cambios en las condiciones de explotación de recursos naturales y promover cambios estructurales para alcanzar el equilibrio entre capital y trabajo. La “inclusión” por ingresos determinó políticas asistencialistas para los más humildes que fueron condenados a la supervivencia constante, mientras que la masa de trabajadores asalariados, contó con las bondades del acceso a bienes de consumo sin modificar su condición social preexistente.

El pensador nacional y sociólogo, Aritz Recalde, subrayó que “en el tsunami existencial que vivimos se acrecienta la distancia entre la dirigencia política y la gran masa del pueblo que no tiene cómo canalizar sus anhelos de una vida digna”. Esta distancia se evidencia en la planificación alrededor de un programa integrador que recupere la centralidad del trabajo, no como un mero relato de propaganda, sino como vórtice vertebrador de políticas tendientes a declarar la Independencia Económica.

La pérdida de la causa nacional permitió que discursos reaccionarios y anti-nacionales como los de Milei recobraran fuerza. La ausencia práctica de acciones elementales que reforzaran los conceptos manoseados de la inclusión social y la distribución de la riqueza se tornaron abstracciones en comparación con la realidad efectiva que se palpaba en los territorios, aun en épocas de bonanzas. Las charlas magistrales, en su momento, dieron cuenta del agotamiento y el cansancio social que sacudió a una base electoral popular que ya no se contentó con el discurso.

A pesar de la evidencia la pasaividad parece ganar a parte de la dirigencia política de cúpula. Los reformistas prometen hacer culto a su historia de traiciones y darle un margen de gobernabilidad a una administración que hace de la predación social un dogma.  Una parte del Justicialismo se desgrana entre segmentos que relegan a Perón y promueven la interpretación de nuevas canciones que por el momento entonan de manera desafinada. El progresismo se indigna y la izquierda se fosiliza. El caos y la confusión no ordenan. Milei avanza sin rumbo y en la calle el humor social empieza a cambiar.

La crisis se amplió a todos los segmentos sociales y a todos los estamentos de gobierno. La metástasis coptó gran parte del cuerpo político. Milei, en tanto, construye su realidad paralela donde los números se adaptan a su patología ideológica. Millones de personas vinven en la sosobra y en la angustia. El tema es cuando ello se transforme en bronca. El presidente de aisla. Se acerca al borde del precipicio. No entiende que Roma no paga triadores. No le importa quizá. No entiende. No la ve.

Las últimas horas fueron febrles hacia dentro del gabinete. Evidencian tanta confusión como debilidad de una gestión que retrocede ante el inexorable avance de la realidad. No alcanza con el Luna Park y una platea que se desilucionó demasiado rápido con  la falta de show, de ficción, de relato twittero. Tampoco parece demasiado válido lo que ocurrió en Córdoba sin pacto de mayo y sin una audiencia cautivada. Demasiado pocos para modificar el tablero político. Tan exiguo como el pan y circo que victoreó al Ministro de Economía.

El presidente romper todo. Su espíritu anarquista no contempla lo posible. Un país roto, sin producción ni trabajo es inviable. Pero lo también lo es un país sometido, geopolíticamente hablando, al régimen sajón. Milei gobierna desde un no lugar. No está situado. Más allá de las decisiones que fomentan el desequilbrio entre capital y trabajo, un país roto es un país sin rumbo y un país sin rumbo no tiene destino.

El libre mercado es la prisión social de millones de personas. Milei no tiene un solo buen número para mostrar. Ni siquiera el supuesto descenso del índice inflacionario. El relato se ahoga en su propio grito. El tiempo se acaba. En las próximas horas se reordenará el gabinete, pero eso no será suficiente. La serpiente se muerde la cola. La realidad está ahí. Milie se niega a verla. Él niega todo y amenaza con acelarar más y más y más. Aunque pise el freno el choque es inevitabe.

A pesar de la evidencia, la anomia parece ganar a parte de la dirigencia política de cúpula. Los reformistas prometen hacer culto a su historia de traiciones y darle un margen de gobernabilidad a una administración que hace de la depredación social un dogma. Una parte del Justicialismo se desgrana entre segmentos que relegan a Perón y promueven la interpretación de nuevas canciones que, por el momento, entonan de manera desafinada. El progresismo se indigna y la izquierda se fosiliza. El caos y la confusión no ordenan. Milei avanza sin rumbo y en la calle el humor social empieza a cambiar.

La crisis se amplió a todos los segmentos sociales y a todos los estamentos de gobierno. La metástasis cooptó gran parte del cuerpo político. Milei, en tanto, construye su realidad paralela donde los números se adaptan a su patología ideológica. Millones de personas viven en la zozobra y en la angustia. El tema es cuándo ello se transforme en bronca. El presidente se aísla. Se acerca al borde del precipicio. No entiende que Roma no paga traidores. No le importa quizás. No entiende. No la ve.

Las últimas horas fueron febriles dentro del gabinete. Evidencian tanta confusión como debilidad de una gestión que retrocede ante el inexorable avance de la realidad. No alcanza con el Luna Park y una platea que se desilusionó demasiado rápido con la falta de show, de ficción, de relato twittero. Tampoco parece demasiado válido lo que ocurrió en Córdoba sin pacto de mayo y sin una audiencia cautivada. Demasiado pocos para modificar el tablero político. Tan exiguo como el pan y circo que vitoreó al Ministro de Economía.

El libre mercado es la prisión social de millones de personas. Milei no tiene un solo buen número para mostrar. Ni siquiera el supuesto descenso del índice inflacionario. El relato se ahoga en su propio grito. El tiempo se acaba. En las próximas horas se reordenará el gabinete, pero eso no será suficiente. La serpiente se muerde la cola. La realidad está ahí. Milei se niega a verla. Él niega todo y amenaza con acelerar más y más y más. Aunque pise el freno, el choque es inevitable.

 

 

 

28/5/2024

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