*Por Gustavo Ramírez
Las transformaciones impulsadas por la restauración neoliberal del 2015 han tenido un impacto sistemático en los modos de producción nacionales. El modelo económico de Cambiemos introdujo en nuestro país el universo empresarial, con su rasgo más caníbal, en tanto y en cuanto elaboró una síntesis de la destrucción del trabajo, tal cual la conocíamos, bajo las demandas del capital financiero.
La semiología neoliberal exacerbó el flanco individualista para instalar, en la centralidad social, fábricas de emprendedores que no son más que sujetos objetivados en la individualidad rentable y auto explotadora. El núcleo central de esa narrativa posindustrial reafirmó las condiciones explícitas de la sociedad de alto rendimiento, donde la selección social y su consecuente expulsión sistémica, producen cambios en las estructuras cognitivas de la misma manera que atan al individuo a una forma de producción extrema que lo agota mental y físicamente.
Cambiemos borró las fronteras de la otredad al positivizarlas, la lucha que emprende su ideología reafirma su carácter económico. La mímica del diálogo no es más que la apropiación positiva del otro y una fuente de estructuración narcisista. Es en el campo psico-cultural donde neoliberalismo emprende la batalla política y avanza sobre las condiciones de vida objetivas de la población.
Derruir al trabajo es descomponer la organización social fundamentada sobre el mismo. Esta manifestación destructiva, producto de un trabajo ideológico de penetración cultural, no es de corto alcance y tiene su origen en el pasado. Un ejemplo claro es el uso del sistema educativo no solamente como mero reproductor del sentido común “capitalista”, también como agente organizador de dicha pedagogía. Que por otro lado tiene una alta valoración moral como formadora de la conciencia política. Una pedagogía que dominó por años las formaciones de estructuras cognitivas y contribuyó a borrar las huellas históricas, que durante el Estado de Bienestar, vinculaban a la educación con el trabajo.
El proceso de la “fábrica del emprendedor” descompuso también la colectividad. En los establecimientos fabriles los trabajadores aprendieron, no sólo a producir para el conjunto social, sino también a compartir experiencias comunes, lo que posibilitó sellar el lazo de identificación de clase que les permitió desarrollar organización en defensa de sus intereses. La individualización del trabajo, la precarización de las condiciones de aprendizajes comunes y la acción pedagógica moral, patrocinada por los medios de comunicación y, como señalamos también, por el sistema educativo, rompió los mecanismo de organización, unidad y solidaridad entre trabajadores.
Cuando Macri insiste en sobrevalorar la exaltación del optimismo, en cada aparición discursiva, apela a esa nociones simbólicas incorporadas por las subjetividades doblegadas. Optimismo y sacrificio adquirieron, en la narración de Cambiemos, un estatus de máxima positiva que cifran los mandatos del mercado en el voluntarismo individual. El hombre unidimensional cobra sentido en la razón de ser del neoliberalismo argentino junto a las franquicias ideológicas de la economía establecida por Cambiemos.
Incluso esto se expande al plano geopolítico. Cuando Macri asegura que en Venezuela, por ejemplo, no hay democracia lo que afirma es la máxima intelectual del capital, esgrimida por el economista liberal Guy Sorman: “Democracia y capitalismo van de la mano. Si un país no es capitalista no es democrático”. A su vez este concepto fue utilizado hasta el cansancio para desacreditar, hasta derrocar, al peronismo. La única libertad que estos actores sociales reconocen es la libertad del mercado.
Macri, en cada oportunidad que tiene repite, como eslogan publicitario, que la crisis actual es producto del Estado de Bienestar, catalogado despectivamente como “populismo”, lo cual es toda un definición económica y por decantación política. Del mismo modo y la mismo tiempo se prescinde de mencionar que la gravedad del asunto tiene relación directa con el libre mercado.
La presión económica, la crisis en si mismo, recae sobre la clase trabajadora, sobre los pobres. En los último tiempos se ha impuesto, mediante la “fabrica del emprendedor” global y regional, mayor exigencia sobre el trabajo, cuanto más intenso es el rendimiento, sobre aquellos que tienen empleo más se “generaliza la amenaza del desempleo”. La acción política es al mismo tiempo coacción psicológica.
El 2019 es un año de inflexión. A la urgencia que tienen los sectores populares de derrotar a este gobierno hay que sumarle el debate necesario sobre el futuro del trabajo, que a su vez representa el futuro social. En esta etapa el desafío no lo tiene el sindicalismo, que por otra parte hace tiempo da pelea en este frente como en otros, sino el ámbito político. Sin actualización doctrinaria, sin la compresión inmediata del presente desde el presente, será difícil superar esta crisis inducida para favorecer al “mercado”.
¿Está la oposición política a la altura de las circunstancias?
*Director Periodístico de AGN Prensa Sindical