Poliedro

Carlos Mugica: La comunión con el pueblo

Por Lucas Schaerer

La última cena parió la misa y la eucaristía.Es decir, el pan, “este es mi cuerpo”, la llamada hostia, y el vino, “esta es mi sangre”, que primero bendijo y luego distribuyó con sus manos el Hijo de Dios. Así comulgamos miles de cristianos en el mundo desde hace más de dos mil años. Es el acto más profundo de nuestra fe. Gracias a Jesús que, junto a sus amigos, ya no discípulos, se juntó a cenar, a compartir la mesa que es la misa. Compartiendo pan y vino. El último encuentro antes de la traición y la crucifixión.

Carlos Mugica hace 50 años se convirtió en eucaristía de los pobres. A balazos lo partieron y le hicieron brotar su sangre en la vereda de la parroquia San Francisco Solano, barrio porteño de Villa Luro, en el anochecer del11 de mayo de 1974. De allí al hospital regó la Ciudad de Buenos Aires y se hizo semilla. Está floreciendo 50 años después. El mártir resucita.

La primera advertencia violenta de que su vida iba a convertirse en hostia fue en la casa de sus padres. Agosto de 1971 un explosivo detona en el ascensor de la aristocrática casa de su familia donde vivía, a pocas cuadras donde había fundado la parroquia Cristo Obrero. Mugica no vivía en la Villa 31. Iba y venía de Recoleta, de la ciudad urbanizada al descampado alrededor de los containers del puerto y las vías del tren, hoy el barrio que lleva su nombre donde lo sobrevuela un tramo de autopista.

Este cura del pueblo era rubio y con su campera de cuero se hizo famoso. Carlos era la cara visible del incipiente equipo de curas en las villas porteñas y a nivel nacional, como en América, se sumó al entonces Movimientos de Curas Tercermundistas. Mugica nació en el corazón de la oligarquía, pero dado a los pobres, con buena oratoria y estética llamaba la atención de los periodistas.

Quedaron muchos registros de él, a diferencia de la gran mayoría de los curas en las villas. Su figura trascendió hasta medios internacionales, como por ejemplo el documental En Pascua no habrá milagros realizado por un canal alemán a fines de 1973. Su vida la ofreció a los últimos. Sus hermanos eran los descartados que sobrevivían en la periferia, de los humedales, quemas o basurales, descampados y conventillos de la ciudad próspera, como en los parajes del campo o monte de las provincias.

Mugica nunca fue un hippie o militante setentista. Claro que escuchaba los Beatles cada mañana. Había conocido Europa. De hecho, estuvo en el Mayo Francés. Ha quedado registro con la foto de él junto al escritor Julio Cortázar.

Pero Carlos es hoy emblema por la evangelización de los pobres sobre él y por los lineamientos de la propia Iglesia: Concilio Vaticano II de 1965, los obispos latinoamericanos en Medellín 1968, el documento de San Miguel de 1969 y la actualización de la doctrina social por el Papa Pablo VI con la Populorum Progressio, donde se plantea la necesidad del desarrollo humano integral.

Mugica tuvo una lenta y profunda conversión. Tuvo que andar muchos kilómetros. Siendo seminarista, formado en el barrio de Devoto, conoció los conventillos en los alrededores de la parroquia Santa Rosa de Lima, barrio de San Nicolás. Luego se movía en Barrio Norte, las clases en la Universidad del Salvador, su asesoramiento en la Pastoral Universitaria.

Pero en un nuevo soplo el Espíritu Santo lo puso a los pies de los campesinos e indígenas del monte santafesino, conocido como el Gran Chaco, en la diócesis de Reconquista. Allí lo llevó un amigo suyo, obispo, de apellido Iriarte. El primer hecho de la cruda realidad que marcó su conversión del elitismo antiperonista familiar fue la muerte de Evita. Cuando vio que en Recoleta festejaban y los pobres lloraban la muerte de la jefa espiritual de la Nación.

Tan apasionado estaba de la causa por los pobres y los trabajadores, que se metió de lleno al movimiento político que encarnó los sueños de dignidad. Entonces se hizo peronista. Al punto que el propio Juan Domingo Perón, ya en su regreso de 18 años de exilio y proscripción, lo visitó en su parroquia de la Villa 31, que venía resistiendo los intentos de desalojo de las dictaduras de Onganía hasta Lanusse.

Luego electo por tercera vez presidente, con el mayor porcentaje de votos hasta el día de hoy, un 62 por ciento del electorado, integró el gobierno nacional como asesor ad-honorem del Ministerio de Desarrollo Social Nacional. Cargo que deja en pocos meses tras realizar una gran asamblea de “compañeros villeros”, al explicar el impedimento que reciben de avanzar en la urbanización de las villas con la fuerza de trabajo de los propios habitantes. Mugica quería economía popular.

La conversión del clero

La iglesia porteña, sobre todo su jerarquía, también viene de un lento proceso de conversión para considerar a Mugica como hostia de los villeros.

Recién al cumplirse 25 años del asesinato del Padre Carlos fue el entonces cardenal y arzobispo, Jorge Bergoglio, la primera máxima autoridad local que rompió el cerco de la indiferencia. El hoy papa Francisco, fue a misa en la parroquia San Francisco Solano y además avaló el traslado de los restos de Carlos a la parroquia Cristo Obrero.

En la Villa donde el exintendente Jorge Domínguez, famoso por su apodo de “Topadora”, insistió con erradicarla. Como le pasó a Mauricio Macri en su inicio como alcalde. Ninguno pudo. Hoy funciona una comisaría, centros de salud, clubes, hasta la sede del Ministerio de Educación porteño.

Por otro lado, en su primera misa Crismal (cuando todo el clero se reúne a celebrar misa en la Catedral primada), el nuevo arzobispo porteño, Jorge Ignacio García Cuerva, dijo que “estaremos recordando los 50 años del asesinato del padre Carlos Mugica, un hermano sacerdote, con sus luces y sus sombras, que entregó su vida por Jesús y el Evangelio, en una Argentina convulsionada y violenta”. Y fue más allá.

Lo dejó por escrito en su carta pastoral, el documento que guía el año eclesial: “Sin lugar a dudas su muerte fue consecuencia de su entrega y compromiso. Él viví con agradecimiento que sus hermanos villeros, le hayan hecho lugar en su vida” y cita lo que Mugica expresó en un reportaje: “Cuando empecé a venir a las villas… lo que más me impactaba (de sus habitantes) era su capacidad de alegría, de disfrute. Pueden estar en la desgracia, pero se deleitan con un partido de fútbol, un asadito, una reunión de vecinos. Mis primeros comentarios eran siempre los mismos ¡Cómo disfrutan! Y bueno…¡Me fui contagiando!”.

Mugica se hace ejemplo en las futuras generaciones. Fue la semana pasada, en el seminario de Devoto (donde se forman los futuros sacerdotes) que por primera vez en 50 años se habló de Mugica en un encuentro de hora y media con todos los seminaristas, formadores, incluyendo al rector. Quienes estuvieron hablan de un encuentro emotivo y que sorprendió por lo que generó a los futuros curas. Quedó allí de regalo un cuadro grande del cura asesinado. La vida sacerdotal con compromiso social y político tiene un mártir que floreció en la arquidiócesis de Buenos Aires.

A 50 años de su asesinato: Homenajes y memoria 

La llamada “semana Mugica” comienza este lunes 6 de mayo y se extenderá hasta el viernes 10 con una carpa misionera en la Catedral, frente a Plaza de Mayo, y la muestra itinerante de los objetos del cura mártir: su casulla, zapatos el último día en vida, su tocadiscos, pasaporte, fotografías. La muestra se lanzó hace meses por la periferia, ya recorrió 21 parroquias y comunidades de los barrios populares del conurbano bonaerense.

Además habrá un festival de música y misa en el playón de la Villa 31, o barrio Mugica, desde las 18 del próximo viernes 10. En tanto, el sábado 11, desde las 10 de la mañana, habrá actividades en la parroquia Cristo Obrero. Con misa a las 18 y a su vez misa donde fue asesinado en la parroquia San Francisco Solano, en el barrio de Villa Luro, Zelada 4771.

La conmemoración se cerrará con una caravana el domingo 12, desde la Catedral hasta la Plaza San Martín, en Retiro, con misa a las 13: 30 y festival de música hasta las 16.

 

 

 

 

6/4/2024

 

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