*Por Guadi Calvo
Ya en abril del año pasado, la Primera Ministra de Bangladesh, Sheikh Hasina, había denunciado que Washington estaba detrás de un proceso de desestabilización para forzar un cambio de gobierno, que la desplace junto a su partido, la Liga Awami (AL), por dirigentes del Partido Nacionalista de Bangladesh (BNP), más afines a los intereses de Washington. Mientras que el partido islamita Jamaat-e-Islami (Congreso Islamista) y su brazo estudiantil, el Islami Chhatra Shibir, fueron los encargados de propiciar dicha campaña de desestabilización.
Aquella denuncia, que se comenzó a verificar en los primeros días del mes de julio y el lunes cinco de agosto, se terminó de concretar con la renuncia de la Primera Ministra Hasina, de la que la presión militar no estuvo aparte. Las largas jornadas de intensas manifestaciones habían puesto al país al borde de una guerra civil, dejando por lo menos trescientos muertos, solo cien el domingo cuatro; mientras que los detenidos habían alcanzado los 10 mil.
Para cuando, este lunes cinco, se esperaban manifestaciones masivas en todo el país, la ahora ex Primera Ministra anunció su dimisión antes de viajar a India. Al tiempo que el jefe del ejército, el general Waker-uz-Zaman, a cargo del gobierno provisional, en un mensaje televisado se dirigió al país, anunciando la dimisión de Hasina, su ida a India, además de informar que se reuniría con el presidente del país, Mohammed Shahabuddin, para hallar la persona que deberá liderar el ejecutivo y conducir al país a un nuevo proceso electoral.
Para aliviar las tensiones, el general agregó que se levantaba el estado de excepción, llamando a los manifestantes a que retornaran a sus hogares, mientras se retiraban las barricadas de las calles de Dhaka y se restablecía el servicio de internet.
Desde las primeras horas de la mañana del lunes, miles de personas se comenzaban a preparar para lo que sería una larga jornada de protestas, que se esperaba fuera la definitiva. Sin embargo, la cuestión se había resuelto horas antes, así que apenas se conoció la renuncia de Hasina, las turbas, envueltas en festejos, comenzaron a ingresar a la residencia y despacho oficial de los primeros ministros del país, conocido como el palacio de Ganabhaban, donde se sucedieron saqueos e intentos de incendiar el recinto.
La crítica situación, que amenazaba con llevar al país a una guerra civil, se había iniciado en los primeros días de julio, en un contexto de gran desocupación, fundamentalmente entre la juventud, sector en el que 18 millones estaban desocupados, muchos de ellos universitarios. Las protestas, dirigidas en la superficie por estudiantes, iban contra la decisión de la Corte Suprema de retrotraer la decisión del gobierno que pretendía eliminar el cupo laboral de un treinta por ciento para el ingreso a la administración pública, reservado a veteranos y familiares de la guerra civil que se libró desde marzo hasta diciembre de 1971 entre Pakistán Occidental y Pakistán Oriental, lo que posibilitó el surgimiento de la República Popular de Bangladesh. (Ver: Apunten contra Bangladesh)
Más allá de la excusa del cupo, nunca existieron dudas de que el verdadero fin de las protestas era la destitución de Hasina, en el poder desde 2009, quien acababa de imponerse para un cuarto mandato consecutivo en el pasado enero, y cuyo mayor opositor había sido la embajada norteamericana. A lo largo de su extensa carrera política, Hasina supo mantener, a pesar de una postura firme contra la injerencia norteamericana, un muy difícil equilibrio entre Washington, Beijing, Moscú y Nueva Delhi.
Equilibrio que finalmente se perdió a medida que el Departamento de Estado intensificó sus acciones contra China en el sur de Asia, con cada vez mayores presiones hacia Dhaka a partir de febrero último, cuando un “hombre blanco”, tal como lo describió Hasina, exigió que Bangladesh cediera una isla en el Golfo de Bengala a los Estados Unidos para instalar en ella una base aérea, a lo que claramente no se accedió. Aquella negativa se convirtió muy posiblemente en el tiro de gracia para su gobierno y su carrera política.
Hasina, con cerca de ochenta años y una vida dedicada a la política, fue hija del fundador del Bangladesh moderno, Sheikh Mujibur Rahman, quien fuera asesinado en medio de un golpe de Estado mientras ocupaba el cargo de Primer Ministro en 1975. En aquel atentado, Sheikh, además de su padre, perdió prácticamente a toda su familia. Solo ella y una hermana menor sobrevivieron al estar en un viaje en el extranjero. Tras volver a su país en 1982, Sheikh se convirtió en la líder del partido de su padre, la Liga Awami, paradójicamente dirigiendo muchas protestas estudiantiles.
Bangladesh, a medida que se fueron extremando las rivalidades entre China e India, gracias a su estratégica situación geográfica, la que corona el Golfo de Bengala, ha pivoteado entre ambas potencias, cuya relación siempre ha sido muy tensa. Particularmente después del breve pero intenso conflicto fronterizo de 1962, que en pocas semanas se saldó con la vida de cerca de seis mil efectivos y cuyo origen, la disputa por dos territorios, uno cercano a Cachemira y el otro en Arunachal Pradesh, ubicados a más de cuatro mil metros de altura, sigue sin resolverse, por lo que siempre se ha mantenido caliente la frontera.
Bangladesh también cuenta con una frontera terrestre de casi trescientos kilómetros con Birmania, país con un amplio litoral sobre el Golfo de Bengala, además de socio estratégico de China, de quien ha recibido grandes inversiones. Por lo que tampoco es casual que se haya desatado una guerra civil entre la junta militar, que tomó el gobierno el primero de febrero de 2021, y un cúmulo de insurgencias étnicas regionales.
Los combates, que abarcan prácticamente todo el país, han producido desplazamientos de población civil hacia Bangladesh, que se suman al más de un millón de rohingyas, musulmanes birmanos, que comenzaron a llegar desde 2017, cuando se inició la limpieza étnica del Estado de Rakhine, fronterizo con Bangladesh. (Ver: Golfo de Bengala: En nombre de Cristo)
Bangladesh, a lo largo de cincuenta años, ha mantenido una intensa relación económica con Rusia, la que Hasina, en sus quince años a cargo del ejecutivo, se encargó de profundizar, incrementada desde la aparición de los BRICS, lo que iba a hacer que se aplicara el sistema de desdolarización, el mismo que ya aplica Nueva Delhi con Moscú. Dicho proyecto, sin duda, hizo que los Estados Unidos, como acérrimo defensor del “libre comercio”, aceleraran los planes de la CIA.
El largo brazo de la CIA
Con la ida de Hasina del poder, Washington se ha sacado de encima, en menos de dos años, a dos figuras clave de la resistencia antinorteamericana en Asia: el ex Primer Ministro pakistaní Imran Khan, derrocado en 2022 y en prisión desde hace uno, y Sheikh Hasina, que ya fuera de su país y por su edad, es muy difícil que pueda volver a la actividad política, más cuando, a horas de su partida, se ha iniciado la persecución de dirigentes y militantes de su partido, la Liga Awami.
La popularidad de la Primera Ministra tenía bases muy sólidas, afianzadas en el crecimiento económico que sacó al país de los lindes del Estado fallido, llegando a convertirlo en la segunda economía del sur de Asia. Considerado uno de los tigres en ascenso del continente, apoyándose en la muy discutible industria textil, donde la sobreexplotación de sus trabajadores, entre los que se incluyen cientos de miles de menores, posiblemente sea el punto más oscuro de la administración Hasina.
A lo largo del día, en previsión de lo que pudiera suceder, el gobierno indio puso a las Fuerzas de Seguridad Fronteriza (BSF, por sus siglas en inglés) en alerta máxima, ordenando el cierre de los cuatro mil kilómetros de frontera oriental con Bangladesh, que se extiende a lo largo de cinco estados.
En el sensible espacio Asia-Pacífico, el que Estados Unidos ha diseñado como teatro de operaciones contra China, han sido al fin despejados dos de los más importantes referentes antiatlantistas, y sin duda Washington siente ahora las manos mucho más libres para actuar.
Con un Pakistán que, ya lo vemos, tras la caída de Khan ha vuelto a convertirse en el de siempre, en la misma base que Estados Unidos utilizó como portaaviones para la guerra contra los soviéticos en Afganistán en los años ochenta. Igual que diez años después, durante la guerra al Talibán, una vez más Washington utilizó a Islamabad durante los veinte años de ocupación afgana a un altísimo costo de vidas civiles, producto de los siniestros “daños colaterales”, errores y abusos de las tropas norteamericanas, por los que nadie nunca pagó nada.
Mientras que ahora, con la caída de Hasina, habrá que seguir con extremo cuidado el escenario que se comenzará a levantar y determinar si el nuevo gobierno provisional estará dispuesto a mantener al menos las políticas antiglobalistas de la ahora ex Primer Ministra o si será parte del juego del Departamento de Estado para acorralar a China en una guerra que nadie quiere, a excepción de los Estados Unidos.
*Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
6/8/2024