*Por Gustavo Ramírez
La elección de Bolsonaro como nuevo presidente de Brasil puso en alarma a diversos sectores del campo popular en nuestro país de cara a las elecciones del 2019. Las declamaciones emocionales, que se transitan con cierta liviandad por las redes sociales, giraron en las últimas horas entre la “tristeza”, la “bronca” y reclamos de unidad. Lo cierto es que ninguna de estas expresiones terminan de explicar la experiencia brasileña.
Si a los nuevos paradigmas los seguimos interpretando con las categorías de los ’70, el diagnóstico del presente continuará su curso como significante vacío. En la actualidad el capitalismo ha impuesto nuevos paradigmas tanto en el mundo laboral como en el terreno social. Allí habrá que empezar a rastrear la interferencia del discurso neoliberal y su llegada a los sectores populares más vulnerables. Pero también en la incapacidad interpretativa y articuladora de las fuerzas progresistas para construir poder más allá de la denuncia sobre las desigualdades sociales.
Lo ocurrido en Brasil no es automáticamente trasladable a la Argentina. Se podrán comparar los procesos pero las dinámicas indiosincráticas y la conformación de los estamentos socio-culturales son muy distintos a la hora de referenciar lo político. No obstante, es importante comprender que las alianzas estratégicas que debe consolidar el campo popular, por encima de la militancia absorbida por el romanticismo anacrónico de los ’70, son aquellas relacionadas con el anclaje territorial: Iglesia, Movimientos Sociales, organizaciones sindicales.
Entre los factores desestructurantes que pesan sobre la experiencia brasileña se encuentra el escaso peso específico de su Movimiento Obrero. Es una diferencia sustancial con nuestro país. Las organizaciones sindicales, en Argentina, son determinantes para el campo político. La ruptura que se dio en 2011 debe ser tenida en cuenta de cara al futuro cercano, sobre todo si se observa con agudeza lo que ocurrió en el 2015, donde la dispersión de fuerzas y la ceguera de la conducción política fueron, en parte, factores de la derrota.
Sin embargo el Movimiento Obrero nacional, en perspectiva, tiene importantes desafíos históricos por delante. Hace unos días, Juan Carlos Schmid, titular de la Confederación de Trabajadores del Transporte y ex miembro del Triunvirato que conduce la CGT, reflexionó en su columna del diario Perfil: “Siempre se dijo que cuando los gobiernos no eran peronistas era más fácil unificar al sindicalismo. Habría que revisar esa apreciación, porque a pesar de que hubo confrontaciones duras en toda esta etapa, no hemos logrado conformar un frente homogéneo”.
Lo que para muchos puede sonar a una crítica sin medidas precisas no es más que un diagnóstico de situación que engloba un profundo debate hacia adentro del campo sindical. “La Central Obrera tiene fallas que van desde su propio financiamiento (sostenido por los grandes gremios) hasta la forma de tomar decisiones. Y esto se extiende a todos, sin diferencias, sean combativos o dialoguistas”, expresó el dirigente marítimo.
El futuro debe ser pensado desde el presente y ese presente tiene que despojarse de las derrotas pasadas que impiden una lectura más fluida de la coyuntura. Ellos implica romper prejuicios sociales sobre todo con el sindicalismo. Al respecto Schmid analizó: “Vivimos en un ambiente sobrecargado de prejuicios sobre el rol del sindicalismo. De un lado tenemos a quienes imaginan al sindicato sólo como un instrumento para negociar salarios. Del otro, tenemos a muchos argentinos que nos ven como “privilegiados”. Todo parece jugarse en blanco y negro, olvidando la riqueza de la experiencia sindical en la construcción de ciudadanía, como organizadora de voluntades para defender y ampliar los derechos de todos los argentinos”.
“En mi opinión, el rol de las grandes confederaciones no es el de dominarlo todo. Y en esto tenemos una deuda, no solo hacia los movimientos sociales, sino dentro de las mismas filas de la CGT. Es necesario dar espacio a las regionales del interior, en consonancia con nuestra historia, y entender que es conveniente avanzar en formas más participativas. Un aspecto esencial es darles mayor apertura a los sectores juveniles y las mujeres. Y, sobre todo, debemos afianzar nuestra autonomía del poder político y económico”, escribió el dirigente sindical en su columna del diario Perfil. Allí está parte de la discusión presente que suele escurrirse por los filtros discursivos de la militancia del campo popular.
Romper con el sentido común para reponer un contrasentido social es uno de los desafíos presentes del sindicalismo. La lectura de los acontecimientos no es lineal como no lo es ningún proceso histórico. El Movimiento Obrero Argentino tiene una larga tradición de lucha, de resistencia y de construcción socio-política-cultural. Ante menosprecio y la subestimación constante de sectores políticos que hostigan al sindicalismo peronista se pasa por alto que éste generó, con persistencia en sus cuadros, su propio marco teórico, que no se quedó anquilosado en la nostalgia por el pasado, sino que se actualizó y se actualiza como cuerpo necesario para su trascendencia.
El análisis de Schmid es un aporte en ese camino. La ruptura del sentido común abre nuevos panoramas para comprender a lo paradigmas impuestos por el neoliberalismo actual, de allí que el dirigente piense que “es hora de volver a las fuentes para retroalimentarnos. Es hora de romper las claves sindicales de un discurso para “entendidos”, en el que suele haber un trecho muy grande entre lo que se dice y lo que se hace. Tenemos que asumir el lenguaje claro de quien lucha por la reivindicación de sus derechos, y no para preservar minúsculos espacios amañados con el poder político de turno. Esos poderes políticos que inclusive, en un raro ejemplo de honestidad intelectual, no ocultan su intención de vernos ejecutados por el pelotón mediático. Insisto en la necesidad de desarrollar una política sindical federal y mantener cercanía con las organizaciones populares”.
La visión política y sindical no puede soslayar las particularidades en nombre de generalidades grandilocuentes. Sin discusión interna la construcción de unidad puede resultar un puente roto que apunte al abismo. El pasado reciente ha puesto en evidencia la crisis discursiva de la conducción política. ¿Ello representa, en terreno semiológico, una crisis de identidad? El postulado actual del neoliberalismo no puede ser medido con las categorías del pasado, uniformes y resueltas en binomios. El sistema pone en riesgo la subjetividad y como tal al esquema colectivo.
Cuando desde el mismo campo popular el hedonismo ideológico lleva a la militancia de las narices a sostener que en la CGT o en las estructuras sindicales son todos traidores o entregadores, se desplaza sobre las estructuras del campo semántico el triunfo de la homogeneización neoliberal. Esa práctica no tiene en cuenta la opinión de los dirigentes y se convierte en significante del sentido común. Schmid cierra su nota con una autocrítica que no puede pasar desapercibida: “Sinceramente siento bronca por no haber podido hacer más en esa CGT reunificada con gran esperanza después del Congreso Normalizador de Obras Sanitarias. ¿Impotencia, incapacidad? No lo creo. En todo caso, refleja la crisis de la dirigencia y la falta de voluntad de convertirnos en protagonistas vivos de la historia”.
El testimonio de esta nota da cuenta de que la experiencia de Brasil no es transferible de manera lineal y homogénea a la realidad nacional. Los cuadros sindicales en Argentina gozan de buena salud aun en medio de la crisis. Es una valor social que le imprime esperanza a los sectores populares que no fueron encerrados por los discursos mesiánicos. La reacciones emocionales se comprimen en la racionalidad del sentido común expresado en la ideología de la derrota. El Movimiento Obrero Argentino es parte de la solución nacional aunque el enemigo de la clase trabajadora imagine lo contrario.
*Director periodístico de AGN Prensa Sindical