*Por Gustavo Ramírez
Saúl Ubaldini siempre tuvo presente cuales eran las necesidades de los trabajadores durante la Dictadura Cívico-Militar. Sus convicciones peronistas fueron fundamentales para confrontar y resistir al sistema represivo que impuso en Argentina, a sangre y fuego, el régimen neoliberal. Si liderazgo frente al Movimiento Obrero gestó jornadas históricas como la del 30 de marzo de 1982.
El programa económico, político y social de Maurico Macri reproduce los fundamentos principales de esa Dictadura. Y no es casual. El actual presidente es el exponente de la pata civil que apoyó a los militares genocidas. Su identificación con el Proceso no es sólo ideológica sino también política. Desindustrialización, salarios a la baja, especulación financiera y restauración del poder patronal. No son similitudes, es continuación histórica. Aun en su forma represiva. Presos políticos, ciudadanos asesinados por la espalda a manos de agentes de las fuerzas, dirigentes sindicales perseguidos por la corporación judicial y la cobertura mediática necesaria para ocultar la realidad efectiva.
Poner en perspectiva socio-histórica la movilización del 30 de marzo es asumir el hecho político de que las fuerzas populares no se repliegan en el ostracismo ni en la anomia social. Los trabajadores peronistas han asumido, a lo largo de la historia, el protagonismo debido como factor de resistencia a los procesos de desintegración nacional. Pasó el 17 de octubre del ’45, pasó contra la dictadura cívico-militar, pasó en los’90 y pasa ahora. El Movimiento Obrero no es un actor pasivo, como muchos quieren presentar por interés sectorial, en la conformación de la lucha en defensa de sus conquistas.
No es casual que Macri haya elegido como su Ministro de Trabajo al hijo de un colaborador sistemático de la Dictadura como lo fue Jorge Triaca padre. Un dialoguista que traicionó al Movimiento y entregó parte de los derechos adquiridos de los trabajadores a sus verdugos. Hoy su hijo se siente un patrón más y se vale de su posición para intentar desintegrar la fortaleza sindical. El plan de Martínez de Hoz, que continuó con el alfonsinismo, que se profundizó con el menemismo y que se restauró en diciembre del 2015, necesita de los Triaca para desarrollar su curso histórico.
Aun así la fuerza sindical, fragmentada y con sus respectivas tensiones dialécticas, licua su divergencia interna y tracciona mutaciones hacia la unidad. La reconfiguración del mapa gremial representa una instancia de quiebre para recuperar sentido social e identidad política. La crisis interna del campo sindical no es la resultante de una decadencia que se encastra en la persistencia de un pasado añorado con enferma melancolía. Es la consecuencia del impulso vital que cobra la consciencia histórica en el centro de la escena política, en aquellos sectores que jamás han resignado el protagonismo político de los trabajadores.
No es la suma de voluntades ante la necesidad colectiva de demostrar el descontento de las bases. Es la lectura estratégica de la coyuntura. Unidad en acción no es la representación simbólica de un hecho aislado. De ello da cuenta el obrar de la Corriente Federal de Trabajadores, por ejemplo, pero también los movimientos que se dan en ámbitos laterales a la interna propia de la CGT. Y allí emerge con fuerza la alianza que promueve el moyanismo con las CTA y los movimientos sociales. De la misma manera que se afianzan los lazos entre Iglesia, trabajadores de la economía popular y dirigentes como Juan Carlos Schmid.
En ese entramado es importante destacar el trabajo que lleva adelante el papado de Francisco. Su opción, que no es religioso y sí política, es la de sostener una Iglesia para y por los pobres, para los trabajadores en todas sus expresiones. Quien tenga alguna duda debe leer el manifiestos socio-político del Papa, su encíclica Laudato Si.
El 30 de marzo de 1982 recobra fuerza como potencia política del Movimiento Sindical hacia el futuro cercano. No es un mero recordatorio circunstancial. El Movimiento Obrero no se descompone en rupturas, se reconstruye a partir de sus crisis interna y genera nuevos espacios de unidad. Tal vez, a diferencia de 1982, la ausencia de un liderazgo como el de Ubaldini pueda llamar la atención. Sin embargo ello tampoco ha sido un obstáculo para progresar en el marco de las acciones concretas. La marcha del 21F es un claro y firme testimonio. Para abril se esperan nuevas movilizaciones, es decir, no hay repliegue posible en este escenario. Como no lo hubo en aquella jornada – del 30 de marzo del ’82 – que fue el devenir de una lucha persistente, coherente e innegable.
Quienes se sientan vencidos ante las circunstancias electorales deben recuperar el rumbo de la historia. Ello no quiere decir que no haya que adecuar el análisis desde el presente. A veces las miradas escépticas no son más que el resultado de posturas cómodas que evaden el compromiso de leer la actualidad de manera aguda y consciente. Las fuerzas populares pueden tomar su tiempo para reconfigurarse, pero no para deponer la lucha y rendirse. El Movimiento Sindical no se ha replegado, todo lo contrario, como lo demuestra la historia, su razón de ser es tomar la ofensiva contra el neoliberalismo.
*Director periodístico de AGN Prensa Sindical
Periodista: La Señal Medios / Radio Gráfica