*Por Nicolás Perrone y **Aníbal Torres
“Seas quien seas (…), al acercarte a la inmensa basílica de San Pedro, obra de Miguel Ángel, y a los solemnes edificios que la rodean, no podrás menos de plantearte una imperiosa pregunta: ¿qué interés tiene hoy para nosotros el Vaticano? (…) Observar y definir: aquí está quizá la diferencia psicológica de la visita a la Ciudad del Vaticano con la visita a cualquier otro gran monumento de la antigüedad, el Foro romano, las Pirámides, el Partenón, los restos de Nínive, o de la civilización de los Incas. Para estos basta observar; aquí también es necesario definir. Aquí hay algo que ha sobrevivido, algo presente, que merece un juicio, que exige un encuentro, que impone una reflexión, un esfuerzo interior, una síntesis espiritual”
(Giovanni Battista Montini 1946).
A partir del fallecimiento de Francisco, el primer Pontífice latinoamericano y jesuita, la cátedra de San Pedro quedó vacante. Esta situación demanda poner en marcha un complejo y añoso dispositivo para la elección del 267° Papa de la Iglesia Católica, es decir, el legítimo sucesor del “príncipe de los apóstoles”, como se denomina tradicionalmente al humilde pescador de Galilea que lideró la comunidad cristiana primitiva y fue martirizado en la Roma imperial, como tantos hermanos y hermanas en la fe en el Resucitado.
Sin ánimo de restar crédito a los análisis que se han intensificado a partir de la muerte del Papa argentino, amado por muchos creyentes y no creyentes, proponemos aquí abordar al Cónclave desde diferentes dimensiones que lo atraviesan: la teología, la política y la estética. Entendemos que el énfasis -a veces desmedido- en el nivel político, no permite advertir la presencia de elementos teológicos y estéticos no menos importantes.
Más aún, nos atrevemos a decir que la aclamada película Cónclave (2024), más allá de lo que parezca superficialmente, conjuga esas tres dimensiones o niveles que mencionamos. Si bien en sí misma es una expresión del “séptimo arte” (el cine), el film contiene una lograda adaptación -lo cual no ocurre fácilmente- de la interesante novela homónima de Robert Harris.
Se ha dicho que la película es “más respetuosa que piadosa”. Algo de eso es cierto. Tanto en las primeras escenas referidas al extinto Pontífice (de quien no se dice ni su nombre ni se muestran sus funerales solemnes que le corresponderían por su rango, aunque sí queda claro que ejerció un gobierno reformista y que “espiaba a todos”), como en las acaloradas deliberaciones de los cardenales electores y el revuelo de “carpetazos” o “prontuarios” que descalifican a los contendientes, e incluso en el desenlace un tanto estrafalario, se pierde bastante de vista los elementos teológicos y artísticos. Pero esto no quiere decir que no estén presentes.
La dimensión teológica no sólo aparece en el juramento que cada cardenal pronuncia antes de emitir su sufragio secreto, poniendo a Cristo como juez. También se manifiesta en la apelación al respeto al ser humano tal y como ha sido creado por Dios, sea en las breves pero contundentes palabras de la perspicaz hermana Agnes -quien habla en nombre de las mujeres, muchas veces relegadas a un segundo plano en la Iglesia-, sea en el auto-conocimiento que expresa el cardenal Benítez sobre su situación personal.
Y, por sobre todo, la apelación teológica, en general, y eclesiológica, en particular, está expresada con maestría por las palabras del Cardenal Decano, Thomas Lawrence, en lo que sería su “homilía” en la misa “Pro eligendo Romano Pontífice”, estipulada previamente al inicio del Cónclave. Si bien el tono de las deliberaciones en un punto es ampliamente descarnado (mostrando el costado menos evangélico de la Iglesia), no deja de reflejar diferentes perspectivas eclesiológicas, expresadas en las posiciones “progresistas”, “moderadas” y “conservadoras”, muchas veces predecibles y estereotipadas.
La dimensión estética o artística tiene un rol no menor en el film de Edward Berger: desde la lograda ambientación de las locaciones, hasta el cuidado en los cantos litúrgicos, pasando por los precisos atuendos de religiosos (el color rojo de los cardenales, signo de la predisposición al martirio) y de las religiosas, podemos hablar que estamos ante una expresión de la llamada “la grande bellezza”, algo que el mundo parece haber olvidado.
De manera entonces que, en línea con lo que venimos diciendo, según nuestro humilde saber y entender, muchos de los elementos que presenta la película -desde luego, de manera ficcionada- se aproximan bastante a lo que se prevé para un Cónclave. Tal dispositivo, con su origen medieval (en los tiempos del Papa Celestino V) y sus reglas electorales (como lo ha trabajado muy bien el politólogo y economista Josep Colomer), tiene por objetivo dar un Papa a la Iglesia Universal, un Pastor al “santo pueblo fiel de Dios”.
Las disposiciones vigentes que regulan la elección del nuevo Papa están contenidas en la Constitución Apostólica “Universi Dominici Gregis” (1996) de Juan Pablo II. Antes que la sociología de la religión cobrara vuelo, desde la teoría política -en diálogo con la teología- se ha definido a la Iglesia como una “complexio oppositorum” que “[d]esde hace mucho tiempo se gloría de unificar en su seno todas las formas de Estado y de gobierno, de ser una monarquía autocrática cuya cabeza es elegida por la aristocracia de los cardenales, en la que, sin embargo, hay la suficiente democracia para que, sin consideración de clase u origen (…) el último pastor de los Abruzos tenga la posibilidad de convertirse en ese soberano autocrático” (Schmitt, 2009: 52).
Pero este proceso electoral reviste características peculiares, puesto que, como indica García Bazán, la “elección papal (…) superando la erosión del tiempo y del espacio (…) pasa a ser el resultado de la acción del Espíritu Santo” (2014: 38). Por esto el autor hace hincapié en “…los mecanismos de designación”, ya que “ponen en relación la fuente donadora del privilegio (la dignidad pontificia) y la calidad del agente receptor: la fuente iniciante (el Cristo-Espíritu) y su principio vicario o sustituto (el Papa), que recibe el beneficio” (García Bazán: 2014: 26-27).
Así, el hecho de que “…a lo largo del tiempo” se hayan agudizado “las exigencias” (pasando de la regla de la unanimidad a la de la mayoría agravada de dos tercios de los votos) obedece a que “es tiempo pneumático, y cuando (los electores) son plenamente receptivos emiten la proclamación mayoritaria que irrumpe con poder en el elegido, el Papa designado” (García Bazán, 2014: 39).
De manera que no se puede ignorar la cuestión -para nada secundaria- asociada con el “voto” del Espíritu Santo, que la comunidad cristiana primitiva entendió que se produjo -en un clima de oración-, en la elección del apóstol Matías, tras la traición y desaparición de Judas Iscariote. Reparar en tal aspecto puede resultar contracultural en nuestros tiempos de ultratecnificación y de “documentación” con imágenes. Pero tanto el arte como los análisis más reputados no han dejado de insinuarlo.
Así, por un lado, en la película Cónclave se lo sugiere cuando, previo a la última votación, los electores prestan atención a una luz y a un soplo que viene de lo alto de la Capilla Sixtina, ingresando sutilmente por una ventana rota a causa de un atentado terrorista. Por otro lado, Colomer señala: “Un polaco, un alemán y un argentino después de casi dos mil años de italianos. Quizá ahora tocaría un norteamericano, un africano o un asiático.
No creo que un latino andrógino como en la película. Quién sabe; el procedimiento actual es más operativo que los de períodos históricos pasados, pero la elección es impredecible y siempre sorprende porque, pese a todas las conspiraciones y maniobras, muchos cardenales sí esperan algo que se parezca a una súbita, santa inspiración espiritual” (en La Vanguardia, 23/04/2025). Además, suele citarse una frase de Pío II en 1458: “Lo que ha sido hecho por dos terceras partes del Sagrado Colegio, sin duda es el Espíritu Santo, cuya fuerza es irresistible” (Colomer y Mc Lean, 1998: 11).
Por otra parte, en unas declaraciones ampliamente difundidas en la prensa, el Cardenal Joseph Ratzinger (en ese momento Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe) señaló en 1997 a la televisión de Baviera: “yo no diría que el Espíritu Santo elige al Papa, pues no es que tome el control de la situación sino que actúa como un buen maestro, que deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos”.
Respecto a los sucesores de Pedro a lo largo de la historia, señaló: “hay muchos Papas que el Espíritu Santo probablemente no habría elegido”, y agregó: “el papel del Espíritu Santo hay que entenderlo de un modo más flexible”. “No es que dicte el candidato por el que hay que votar. Probablemente, la única garantía que ofrece es que nosotros no arruinemos totalmente las cosas” (en ABC, 13/03/2013).
Volvamos ahora al arte. ¿Qué nos dice el hecho de que el Cónclave ocurra dentro de la Capilla Sixtina, tan visitada por turistas y tan estudiada por expertos? ¿Qué nos dice que el comienzo formal del Cónclave sea entonando, allí mismo, el “Veni Creator Spiritus”, luego de arribar a dicho lugar cantando en procesión la “letanía de los santos”?
Al respecto, contamos con el testimonio del Cardenal Ratzinger, quien participó en tres cónclaves (organizando el de 2005 y resultando electo en el mismo) y, con su renuncia de 2013, ya como Benedicto XVI, posibilitó que se activara una vez más el dispositivo de elección papal. Al presentar el “Tríptico romano” de Juan Pablo II (2003), Ratzinger señaló:
“El Principio y el final -probablemente para el Papa, que peregrina hacia el interior y hacia arriba, el vínculo entre uno y otro se muestra evidente en la Capilla Sixtina, donde Miguel Ángel presenta las imágenes del comienzo y del final, la visión de la creación y la representación del impresionante Juicio Final. (…) De los ojos interiores del Papa emerge nuevamente el recuerdo de los cónclaves de agosto y octubre de 1978. Como yo también estaba presente, sé bien cómo estábamos expuestos a esas imágenes en la hora de la gran decisión, cómo nos interpelaban; cómo insinuaban a nuestra alma la enormidad de nuestra responsabilidad. El Papa habla a los cardenales del futuro cónclave, ‘después de mi muerte’ y dice que a ellos les habla la visión de Miguel Ángel”.
La palabra ‘cónclave’ les impone el pensamiento de las llaves, de la herencia de las llaves confiadas a Pedro. Poner las llaves en las manos correctas: ésta es la inmensa responsabilidad de es(t)os días. Aquí recordamos las palabras de advertencia de Jesús a los doctores de la ley: “¡Ay de ustedes, los escribas, que se han llevado la llave de la ciencia” (Lc 11, 52). Miguel Ángel nos exhorta a no llevarnos la llave, sino a usarla para abrir la puerta y dejar que todos entren”.
En este año santo jubilar, convocado por el Papa Francisco, estamos invitados a pasar por la puerta, que es Cristo mismo. Quieran los cardenales electores ser dóciles a la inspiración divina, a la voz del Buen Pastor que acalla las demás voces (las de los intereses mezquinos, los quereres grises y los amores ciegos), para que por esa puerta puedan entrar los creyentes y las personas de buena voluntad que anhelan que la Iglesia profundice tanto las enseñanzas del Concilio Vaticano II como el legado de Francisco, y así peregrine en la historia solidariamente con la humanidad y mantenga en alto la antorcha de la esperanza.
*Doctor en Historia
**Doctor en Ciencia Política
2/5/2025
