Opinión

Lobos, ovejas y política

“Digamos “fue”, si algo anda malCumple sus sueños quien resiste”
Iorio

La irrupción de Milei en la escena política es presentada en diversas ocasiones bajo la representación del “fenómeno” y no como continuidad de un proceso que se inició hace años y que tiene como objetivo consolidar el poder social y económica de la estructura oligárquica en el país. Tal vez, lo novedoso del momento esté dado por la percepción del fin de época y la supremacía tecno-cognitiva que interfiere de manera determinante en las relaciones sociales y en la producción de sentido.

Las actuales condiciones materiales de subordinación devienen de un proceso histórico que apuntó a desmantelar la conformación de un proyecto de vida centrado en el trabajo y en la comunidad, sustentado por valores morales y éticos que partían de la noción filosófica de poner de relieve la preponderancia del hombre y no del mercado. No obstante, el dogma materialista necesita propagar las nuevas formas de colonización que se producen en esta etapa, suprimiendo los principios rectores de la organización popular a través de una propaganda que diluya todo vestigio de conciencia nacional.

El deterioro de la vida material tiene un dramático impacto sobre las condiciones de existencia de la población. Este ruido que penetra en silencio en distintas esferas sociales ensordece a los más humildes, que son los destinarios de la violencia social que ejerce el régimen. La disolución de los diques de contención políticos, culturales y económicos degradan al individuo hasta reducirlo a la mínima expresión de la servidumbre, donde el disciplinamiento cognitivo lo transforma en un sujeto dócil y manipulable.

Los efectos de la propaganda cunden en el escenario político actual de tal manera que subvierten todo orden nacional. Lo importante desapareció del mapa política, alimentado por el trazado de contenidos que hacen a discusiones secundarias, que prescinden tanto de la realidad como de la verdad. Mientras tanto, la dirigencia política dinamita los puentes que la conectaban con la comunidad para asilarse en la tierra infértil del eslogan y la denuncia moralizante.

Los efectos del repliegue

Las razones de la superestructura no son las necesidades del pueblo. El dogma materialista impulsa la idea del esfuerzo y el sacrificio como cristalización de una moral vacía de humanismo y justifica la estructuración política del empobrecimiento general. En este caso, el silogismo contribuirá a reforzar la noción de la culpa social: el pobre es pobre porque no hizo lo suficiente para no serlo. De ahí en más, la discusión queda obturada por una parrafada que actúa como estructurante pedagógico sobre la vulnerabilidad social a la que es sometida la población de la semi-colonia.

El resquebrajamiento general del bienestar social tiene impacto directo sobre el deterioro de las estructuras psíquicas. Lo que sujeta aún más al individuo a su condición de subordinación, pero al mismo tiempo lo transforma en un ser aislado y desesperanzado. El infierno en la tierra se rige por el nihilismo liberal que esclaviza material y mentalmente a la masa. Pero el campo popular, en su expresión política, no presta debida atención a lo que pasa más allá de los márgenes de su inframundo.

El informe de la Universidad Católica Argentina: Efectos del deterioro crónico y estructural sobre el desarrollo humano, la calidad de vida psicosocial y el potencial ciudadano, evidenció que “alrededor de 1 de cada 4 adultos presenta malestar psicológico. La sintomatología ansiosa y depresiva alcanza su pico máximo en 2024, con un valor de 28%”.

Por otro lado, se observó “un mayor malestar psicológico a medida que se desciende de la estructura social, manteniendo brechas constantes a lo largo de la serie”. Los datos son aún más alarmantes cuando se desglosan: “en los dos últimos años, el impacto negativo en la salud mental fue mayor entre los pobres: 45% de la población en situación de indigencia registra síntomas altos de ansiedad y depresión, y casi el 37% entre los pobres no indigentes”.

Del mismo modo, “las personas que no cayeron en la pobreza mantienen síntomas de ansiedad y depresión entre 20-23% en los últimos 3 años”. Hay un dato que es revelador: “El sentimiento de infelicidad presenta los valores más bajos de déficit en los primeros años de la serie (2005-2009). En el año 2011 aumenta al 13% de la población urbana y se mantiene estable en el resto de la serie, con su pico más alto en el año 2024 (15,7%)”.

En el trabajo de investigación se acotó que “las personas de nivel socioeconómico muy bajo presentan mayor porcentaje de infelicidad a lo largo de toda la serie. En 2005, el nivel socioeconómico medio alto presenta sentimiento de infelicidad en un 15% y luego una tendencia descendiente, aumentando la brecha entre estratos que se mantiene constante durante la serie”.

Las fuerzas políticas populares padecen el repliegue de la superestructura dirigencial. Es precisamente esta dirigencia la que parece no entender en profundidad la complejidad del problema. No obstante, aun cuando se perista en la idea lineal del solucionismo electora, lo que no se percibe es que el deterioro de las condiciones de vida tiene impacto sobre la base popular que acompaña en determinados momentos históricos a esta dirigencia.

Los lobos conducen al rebaño

Empieza a estar claro que crece el malestar social. No solo con el actual gobierno, enemigo de la clase trabajadora, sino también con aquellos dirigentes que supieron ser la expresión de un proyecto esperanzador pero inconcluso. La postergación de atender las necesidades urgentes que demandó el pueblo, por impericia o por decisión política, contribuyó a desarticular la fuerza orgánica de la base popular.

Por ejemplo, Cristina Fernández de Kirchner no es un factor de unidad. Por el contrario, al alejarse de las condiciones objetivas que hacen a su base electoral, perdió todo sustento efectivo y se recostó en la acumulación de capital simbólico para subsistir como cabeza de un entramado que no termina de distinguir su rol entre asumir una oposición tibia y marginal al régimen o ser funcional al presentar un contenido narrativo escindido de lo real concreto.

Los sustratos de pensamiento se alimentan dentro de la matrix colonial sin asumir el rol histórico que deberían en el contexto actual. De este modo, refundan categorizaciones que utilizan el idioma del enemigo y refuerzan su creencia en el desarrollo y el progreso sin tener en cuenta la vigencia de las estructuras de sujeción.

El pensador italiano Diego Fusaro, en su último libro, Odio a la resiliencia, sintetizó que se asume “mansamente el comportamiento que los amos siempre han soñado de los esclavos. ¿No es acaso el sueño inconfesable de todo amo gobernar esclavos dóciles y sumisos, en una palabra, resilientes?”. El concepto resulta interesante a la luz de la pasividad que mantienen los cuadros políticos del campo popular.

Del mismo modo, la disputa de sentido que se expande por redes sociales no logra despojarse del rasgo uniforme que impone la estructura de comunicación de la dependencia. La superficialidad sustenta lo inorgánico como universal categórico y lo efímero acontece como irreversible sin atender a la realidad efectiva. Los lobos conducen al rebaño, y las ovejas marchan al matadero complacientes.

La cuestión es no caer con facilidad en el escepticismo. Por el contrario, la reconstrucción política de las fuerzas populares no está siendo abordada desde la centralidad unilateral de figuras aisladas en su propio laberinto. El olor a fin de ciclo se mezcla con el aire tóxico que emana desde las usinas de la propaganda oficial, pero esto no quiere decir que las fuerzas orgánicas se resignen a la inoperabilidad. Para contar hay que vivir, y las ovejas, aun en su marcha junto a los lobos, demandan ser escuchadas y escuchar.

La potencialidad de los cuadros intermedios y de las organizaciones libres del pueblo no ha sido quebrantada. La articulación territorial es factible aun en la dispersión, y es precisamente la periferia política la que exige saltar el muro electoral y elaborar un proyecto de liberación nacional. Esto es posible porque dichas fuerzas no dejaron de atender los problemas de la comunidad en los momentos más agudos de la crisis.

Los sobregiros ideológicos del campo popular se desvanecen en el aire ante la falta de sustento efectivo. Lo real es superior a la idea. De este modo, esta etapa contempla la necesidad de no asumir falsas representaciones o montarse sobre irrealidades que hacen a falsas apariencias y disyuntivas. Argentina no está para soportar delirios místicos de ninguna naturaleza.

La causa debe prevalecer para potenciar la organización de base: Liberación Nacional. Para ello, los políticos que asuman su responsabilidad histórica no solo necesitan tener conciencia nacional y ética, deben salir del pueblo, oler a ovejas y ser, antes que nada, profundamente patriotas.

 

 

 

 

13/2/2025

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