*Por Guadi Calvo
La guerra civil de Sudán, entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS), el ejército regular al mando del general Abdel Fattah al-Burhan, presidente del Consejo de Soberanía de Transición, y el grupo paramilitar Fuerza de Apoyo Rápido (FAR), liderada por Mohamed Hamdan Dogolo, alias Hemetti, no parece tener fin, por lo que continúa batiendo récords.
Sus desplazados ya son más de catorce millones, lo que representa, aproximadamente, un treinta por ciento de la población total del país, convirtiéndose en la actualidad en la mayor crisis humanitaria a nivel global, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de Naciones Unidas. A los desplazados por la guerra se les deben sumar las recientes víctimas de las inundaciones del último verano que se produjeron en el Estado del Mar Rojo, al este del país, las que obligaron a varios miles de habitantes a abandonar sus tierras y buscar refugio en áreas más seguras.
Mientras que la verdadera cifra de muertos sigue siendo desconocida, aunque oficialmente se está hablando de una cifra cercana a las veinticuatro mil víctimas, el número es muy difícil de confirmar, ya que hay que tener en cuenta que los combates más cruentos, desde el mismo comienzo del conflicto, se produjeron y se siguen produciendo en grandes centros urbanos.
En áreas como la compuesta por Jartum, la capital del país, y la ciudad de Omdurmán, ubicada frente a la capital, en la confluencia entre el Nilo Azul y el Nilo Blanco, y la ciudad de Bahri, un antiguo suburbio jartumi que se ha ido expandiendo en el norte de la capital.
Hasta el comienzo de la guerra, contaba con una población cercana a los ocho millones de personas. El mismo día del sorpresivo comienzo de los combates, el quince de abril, que cayó en día sábado, la mayoría de sus pobladores fueron sorprendidos en sus viviendas, por lo que, hasta que se pudieron evacuar de la línea de combate, se produjeron grandes cantidades de muertos y heridos, haciendo colapsar de inmediato el sistema sanitario de ambas ciudades.
Incluso las crónicas periodísticas de aquellos días mencionaban que, dada la virulencia del fuego, los muertos no podían ser levantados, e incluso muchos heridos terminaron muriendo donde habían caído, ya que para los socorristas les era imposible llegar a muchos lugares de la ciudad. Para evitar la contaminación y el estallido de epidemias, muchos de esos cuerpos, una vez rescatados y sin posibilidades de ser conservados hasta su reconocimiento en las morgues, que enseguida se habían abarrotado, fueron arrojados al río.
Ambas ciudades han sido prácticamente demolidas por los bombardeos aéreos de las FAS y la artillería pesada de las FAR, y por las características de la guerra, que desde entonces no ha cesado un solo día, muchos cuerpos todavía continúan bajo toneladas de mampostería, por lo que dar un número cierto es imposible.
También se registran intensos combates urbanos en diversas ciudades de la región Darfur, como el-Fasher, que es la capital de Darfur Norte, con una población de cerca de setecientas mil almas, que se encuentra bajo asedio de las FAR desde hace meses, que la bombardean regularmente. Lo mismo ha sucedido en Geneina (Darfur del Oeste) o en la ciudad de Nyala, en Darfur del Sur, por lo que tampoco allí existe un número concreto.
En toda esa región, además de los combates, las Fuerzas de Apoyo Rápido, contra milicias locales apoyadas por el ejército, están produciendo una limpieza étnica por parte de las FAR. Esta fuerza, compuesta en su mayoría por musulmanes abbalas (árabes) conocidos como Baggara (los de las vacas), que han sido pastores de camellos y ganado vacuno, como ya lo hicieron entre 2002 y 2005, cuando asesinaron cerca de quinientas mil personas, vuelven a realizar una nueva limpieza étnica contra la población de origen negro (Masalit, Fur y Zaghawa), cristianos, animistas y agricultores; por lo que el conflicto, más que ser racial o étnico, el genocidio, se reduce fundamentalmente a una disputa por áreas de siembra o pastoreo.
Desde hace meses, en diversos lugares de la región de Darfur, se han encontrado numerosas fosas comunes, donde los ex-Janjaweed (jinetes armados), reconvertidos en las actuales FAR, esconden centenares de sus víctimas. Se conoce que se han aniquilado familias enteras de Masalit en el interior de sus propias casas, que allí continúan después de meses, por lo que dar un número aproximado de muertos no deja de ser un arcano.
Mientras que el total de desplazados, unos once millones, se ubican en diversos campamentos, cuya asistencia, tanto alimentaria como sanitaria, hace meses ha sobrepasado sus capacidades. Al tiempo que la ayuda internacional llega a cuenta gotas, ya que los camiones provenientes de Port Sudán, en el Mar Rojo, donde se concentra la mayoría de la asistencia internacional, tienen que transitar en algunos casos hasta cerca de dos mil quinientos kilómetros, por zonas donde los caminos han desaparecido producto de los efectos de la guerra o los rigores del clima, debiendo atravesar áreas de combates y sectores controlados por bandas locales, que se han conformado, un poco como fuerzas de autodefensa y otro poco como salteadores. Por lo que estos camiones suelen ser asaltados y saqueados o deben pagar importantes peajes, trámites que pueden demorar días, haciendo que la llegada a los centros a los que están destinados sea muy lenta, caótica y siempre insuficiente.
Aunque la gran mayoría de los desplazados pululan a su suerte por caminos extremadamente inciertos, siempre a merced de los bandos rivales, que obligan a los hombres a enrolarse y a las mujeres convertidas en eslavas sexuales, después de haber sufrido, incluso niñas de siete y ocho años, violaciones reiteradas. Esta práctica ha pasado a convertirse en un arma de guerra tan efectiva como los fusiles o los lanzagranadas.
Quizás con mejor suerte, otros tres millones de esos desplazados han alcanzado a cruzar la frontera hacia alguno de los países fronterizos. La mayoría de estos refugiados, en una cifra estimada en cerca de dos millones, hacia el Chad, la frontera internacional más cercana a la región de Darfur.
Estas cifras se siguen incrementando, al ritmo de que la guerra se expande abarcando cada vez más territorios, ya que ninguno de los dos bandos parece estar próximo al punto de agotamiento. Solo durante el último septiembre se registraron otros doscientos mil desplazados. Según los últimos informes de Naciones Unidas, ya son unos 25 millones de personas que necesitan asistencia humanitaria y cerca de un millón de ellas sufren inseguridad alimentaria catastrófica.
Deserción y venganza
El pasado domingo veinte, se produjo la deserción de un alto comandante de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), junto a un número no declarado de sus hombres. Este es el primer episodio de estas características que se produce desde el comienzo de la guerra civil en abril del año pasado. El militar referido es Abu Aqleh Keikal, un exoficial de inteligencia del ejército sudanés, que en el momento de su deserción era el principal jefe de las FAR, del estado de El Gezira, en el sureste del país.
En un comunicado de la FAR, afirmaban que Keikal había cambiado de bando después de haber sido sobornado por el enemigo, mientras que las FAS indicaron que Keikal había desertado por la campaña “destructiva” de las fuerzas de Hemetti. Una vez conocida la deserción de Keikal, a manera de venganza, los paramilitares realizaron una serie de ataques contra el estado de El Gezira, un gran productor agrícola de donde es originario el oficial, a unos ciento cincuenta kilómetros al sureste de Jartum.
Según informó el Comité de Resistencia de Wad Madani, entre el veinte y veinticuatro de octubre, unas 124 personas murieron y otros doscientos fueron heridos, mientras que un número desconocido de hombres fue secuestrado y cerca de cuarenta y seis mil personas de la ciudad de Tamboul y otras aldeas del este y el norte de El Gezira se han desplazado fuera del área de los combates.
Según testigos, milicianos de las FAR entraron en la aldea al-Suhra, disparando contra civiles, para saquear propiedades y violar mujeres y niñas. En la escalada de las FAR contra la provincia de El Gezira, atacaron al menos treinta aldeas de la tribu Shukriya, a la que pertenece Abu Aqleh Keikal.
Después de esa primera deserción, se conoció que otros cinco importantes asesores de Hemetti abandonaron a su líder, acusándolo de monopolizar el poder y planear el control de la costa del Mar Rojo para estrangular la ayuda internacional, lo que generaría el desabastecimiento total de alimentos y medicinas.
El exdirector de comunicación de Hemetti, Mohamad Othman Omar, uno de los cinco recientes desertores, reveló que las comunicaciones de las FAR en el extranjero son gestionadas por una empresa israelí.
Las fuerzas armadas de Sudán, en septiembre, habían lanzado una operación masiva en Jartum y sus alrededores, habiendo recuperado grandes sectores que se encontraban bajo el control de los paramilitares. También, a principios de octubre, tomaron el control de Jebel Moya, un enclave montañoso de gran valor estratégico en la provincia de El Gezira, y otras áreas de ese estado, lo que habría obligado a la rendición de Keikal, antes que las llamas que consumen a Sudán lo terminen tragando a él también.
*Escritor y periodista argentino. Analista internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
31/10/2024