Opinión

Salgan al sol

Por Gustavo Ramírez

“Yo sé, dirás: “muy duro es aguantar”Más, quien aguanta es el que existe”
Claudio  Marciello/Ricardo Iorio

En una entrevista que brindó a un medio de propaganda oligárquica, el ex CEO de Fiat Argentina, Cristiano Rattazzi, afirmó que “el momento es extraordinario. Había visto algo parecido con Menem y terminó mal. Macri era una esperanza y no funcionó. Ahora Milei está haciendo milagros y esperemos que los siga haciendo”. Falsear la realidad y mentir es el método de la cultura de la dependencia y la dominación.

Al empresario ítalo-argentino le respondió el activista y economista greco-australiano Yanis Varoufakis en su libro Tecno Feudalismo:

“La austeridad no sólo es mala para los trabajadores y las personas que necesitan ayuda del Estado durante épocas difíciles, sino que, además, acaba con la inversión. En cualquier economía, lo que gastamos colectivamente se traduce de manera automática en lo que ganamos colectivamente. Una recesión tiene lugar cuando el gasto privado disminuye. Al reducir el gasto público en ese preciso momento, el Estado acelera la caída del gasto en toda la economía y, por lo tanto, acelera el ritmo al que caen los ingresos totales de la sociedad. Y si los ingresos totales de la sociedad están cayendo, las empresas difícilmente van a gastar dinero en aumentar su capacidad cuando los consumidores no tienen dinero para comprar. Así es como la austeridad acaba con la inversión”.

¿Cuáles son las palabras que queremos distinguir hoy, mientras se derrumban nuestras condiciones de vida? Todo aquello que el capitalismo había prometido como quimera del estado de bienestar demoliberal, representado por el paradigma europeo de la Revolución Francesa, cayó en saco roto apenas las crisis demostraron que el sistema se salva a sí mismo y se retroalimenta con los nutrientes de un modelo político que encuba permanentemente el virus de la injusticia.

Igualdad, fraternidad y solidaridad fueron imaginarios de un modelo inconcluso, sustentado por apreciaciones morales que acompañaron la idea de desarrollo económico en base a la acumulación de riquezas y del capital tradicional de unos pocos sobre unos cuantos. La validación del régimen se concedió a través de la imposición de un contrato social que sirvió para justificar la arrogancia y el cinismo de ese capital, al mismo tiempo que generaba las condiciones de sustentación de la dependencia económica y política.

Rattazzi está feliz, y si lo está es porque su rentabilidad se sustenta en base a la destrucción de las condiciones de producción que lo llevaron a ocupar el lugar que ostenta en la cadena de mando de la oligarquía. Lo que parece una contradicción es, en realidad, una de las características del régimen: al ser legitimado constantemente por la democracia liberal, tiene las facultades intrínsecas de reordenarse, adaptarse, sobrevivir y administrar poder.

¿Existe una mutación genética práctica del capitalismo que proporciona los elementos básicos de supervivencia para que el capital se asiente sobre las bases de poder que exceden los marcos de expropiación de riquezas?

Al negar la existencia de la sociedad y sobrevalorar el rol del individualismo, el paradigma materialista propicia los escenarios para que el capital no solo se apropie de la economía, sino también del poder político. No es casual en este contexto que los representantes de la oligarquía sostengan que ser presidente es un cargo menor. Al fin de cuentas, cualquiera puede serlo para ellos.

No importa cuáles sean las expectativas que se plasmen en las encuestas de opinión. Lo importante es que la timba financiera rinda y que nadie se entere de ello. En primera instancia, lo que ha logrado el capital concentrado en los oligarcas financieros es el sostén del volumen de la mentira.

En la conformación del sentido común, la riqueza está eximida de cuestionamiento. En la base piramidal de la estructuración social, lo aspiracional se convirtió en conformismo y resignación.  Ya no se centra en la sustentabilidad del trabajo como realizador social, sino en el éxito que conduce a la posesión de bienes materiales tangibles. El quiebre social no se gestó de un día para el otro; se constituyó a lo largo del tiempo y fue legitimado por el uso y costumbre de la democracia liberal.

El primer eslabón de la subordinación fue el crecimiento exponencial de los atributos del consumo, que si bien no gestaron movilidad social ascendente, recrearon escenarios momentáneos de bienestar. Este modelo fue redimido por los gobiernos progresistas, que se negaron a discutir el modelo productivo en tanto y en cuanto la inclusión por ingresos permitió sostener la parafernalia electoral y la institucionalidad liberal democrática.

Al mismo tiempo que el consumo ganó terreno, la producción industrial, el mercado interno y la centralidad del trabajo se desplazaron hacia los lugares silenciados de la memoria. El paradigma materialista forjó la espada del desarrollo y la sustentabilidad en base a grandes datos, inflados por la supremacía de la macroeconomía que encadenó a la superestructura política a su demanda. El capital se consagró en el poder más allá de los mandatos populares y fue legitimado en tanto y en cuanto no fue combatido por la dirigencia política.

La administración del consumo acudió a la propaganda para condicionar el deseo, al tiempo que se desplazó de la contienda política a lo necesario como factor de movilización permanente. Esta idea, que fue matriz en los ’90, cercenó una gran parte de los lazos comunitarios a través de la sensación de embriagador “bienestar” que se concretaba en la concentración de centros de consumo como los shoppings.

El barrio se desmanteló. La noción de solidaridad perdió su atributo esperanzador y se convirtió en un hecho cuestionado a través de las usinas de pensamiento. La fábrica fue un elemento decorativo de un pasado inalcanzable para las nuevas generaciones. En aquellas celdas de perdurabilidad, entre el parripollo y las canchas de paddle, se alimentó al germen del emprendedor y prosperó la cultura del éxito. La explosión tecnológica, con su solucionismo a cuestas, potenció la degradación comunitaria y reforzó la idea de lo individual tras la conmoción que generó la pandemia de COVID-19.

Durante los años desarrollistas, el progresismo nacional no intentó ponerse a discutir estas cuestiones. Aprovechó el aire fresco para asumir la representación de una agenda que contribuyó a desnaturalizar los pilares bases de la integración horizontal: se desmanteló la idea de familia, tanto como se atacó a la religiosidad popular, se romantizó el imaginario de la pobreza y se subordinó a la clase trabajadora generando una interdependencia entre ingresos y despolitización. La agenda redundó en premisas importadas, asumidas por el demoliberalismo europeo y los demócratas estadounidenses.

En resumen: el progresismo que hizo las veces de buen salvaje terminó por ser orgánico y funcional al régimen al asumir la agenda globalista. En esta instancia, se dio por sentado que el mero sustento ideológico del programa progresista-desarrollista generaba las condiciones de transformación social necesarias para ganar elecciones al infinito. Se prescindió de la formación de cuadros políticos y se gestó una estructura de funcionarios profesionales que prescindió de tener un pie y un oído en el territorio. La despolitización llegó de la mano de la desperonización, un factor ineludible para ponderar el sostenimiento del desequilibrio entre capital y trabajo.

Entre el aparato y la realidad popular, el enemigo, es decir, la oligarquía financiera, presentó el diseño de sostenibilidad de argumentos prefabricados donde lo importante no era la verdad social, sino lo que reflejaba en el imaginario colectivo. La preponderancia de la antinomia civilización o barbarie ganó terreno al exponer la política de subsidios como una logia estatal que impedía el desarrollo de la riqueza y fomentaba la comodidad de los pobres. De este modo, se centró la discusión en la criminalización de este sector social y su condición material y no en torno a los expoliadores de la Patria.

La desatención fijó un rumbo claro luego de la crisis de 2008, que a la Argentina llegó después de 2011. En ese momento, y como a lo largo de su propia historia, el “kirchnerismo” subestimó el impacto de la globalización y confió desmesuradamente en su base económica. Si bien el cimbronazo de lo ocurrido en Estados Unidos no fue determinante en la Argentina, el Estado, a través del gobierno, salió en socorro de algunos bancos y de empresas como las que operaba el propio Rattazzi.

El capital sobrevivió, en Argentina y en el mundo. Las operaciones financieras prosperaron más allá de las condiciones de precariedad que acuciaban a los pueblos. Ahora, no fueron muchos los que prestaron atención al agotamiento del proyecto civilizatorio del paradigma materialista. El sistema cayó en una normalidad enferma, pero el capital gozaba de buena salud.

Las expresiones del empresario ítalo-argentino refrendan esa condición. El retroceso de la clase trabajadora se profundiza y no parece importar, porque el trabajo ya no cuenta con la vitalidad del proceso industrialista. Por eso, a un sector importante del empresariado nucleado en la UIA, CAME y en la CGERA, no les importa demasiado la sustentabilidad de la tasa de beneficios en un contexto de recesión profunda. Sus márgenes de ganancias no yacen en el sistema productivo, sino en las cotizaciones de Wall Street y en el fragor de las relaciones eróticas con sus amos globales.

Argentina parece marchar inexorablemente a la profundización de su descomposición política, económica, pero sobre todo espiritual. La sobredimensión de las políticas libertarias sobrestima el presente material de su plan de gobierno en un mundo inestable que denota el agotamiento de la democracia liberal y del capitalismo tal cual está “ordenado”. Es prematuro aventurar conclusiones absolutas sobre estas dimensiones.

En este contexto, si Ratazzi está feliz es porque avisa que la clase trabajadora está abandonada a su suerte. Cuando hablamos de clase trabajadora, integramos en ella al conjunto de la comunidad popular. La dirigencia del “campo” nacional se encuentra absorbida por la miopía progresista que enfatiza las condiciones de la desperonización. El mayor reflejo de ello es la interna absurda del Partido Justicialista. No es lo urgente, no es lo necesario y entorpece toda discusión interna. Se reproducen los vicios de un pasado que deja de lado toda conciencia nacional y popular.

Lo inorgánico comparece ante el momento histórico. No hay nada allí. Todo parece que se debe reconstruir desde cero. Lo difícil es hacerlo en medio de la guerra interna y externa. Quienes sí asumen el rol histórico de conducir lo orgánico son las organizaciones libres del pueblo. Este miércoles habrá un paro nacional de transporte que puede dar inicio a una nueva etapa de organización popular, sobre todo porque la dirigencia política “progre-peronista” parece darle la espalda.

¿Hay un largo camino por delante? El futuro gravita en el aire. Es cierto, no hay quien lo pueda asir y determinar. Todo parece arduo. Sobre todo cuando se hacen comparaciones que pueden parecer inquebrantables: la gente que la pasa mal no tiene por qué asistir a la mezquindad de dirigentes políticos que no pueden situarse.

¿Los pobres, la clase trabajadora, estamos siempre parados en el mismo lugar? ¿Quién nos ve, quién nos toca? Las frases hechas ya no consuelan. Lo que parece no entenderse es que la felicidad de Rattazzi se enquista en la descomposición de la Argentina y en la precarización de su gente. No es nuevo, es cierto. Pero esta guerra parece más difícil que otras, sobre todo porque sobran “comandantes” y faltan pastores con olor a pueblo.

Al paradigma materialista se le contrapone la doctrina de la Justicia Social. Ahora, si eso no es captado y entendido por la dirigencia que se dice peronista, es decir, si esto no se traduce en una expresión filosófica y de acción política y se transforma en espíritu revolucionario es posible que consume una derrota mayor a la electoral y la felicidad de Rattazzi no sea infundada. El riesgo es muy grande como para que primen los intereses mezquinos de dirigentes que obran de espalda al pueblo.

 

 

 

 

28/10/2024

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